La civilización está de duelo. Las corrientes de progreso del país cubano han sido eclipsadas por la barbarie, con toda una cohorte de vilezas, depredaciones y reminiscencias atávicas.
La sedición racista, que en los actuales momentos
compromete a la nacionalidad cubana, viene a comprobar la opinión de muchos
intelectuales latinos: de que la cultura aquí anda a gatas y a justificar una
de las tesis de Herbert Spencer acerca del destino de un pueblo donde el tipo
guerrero predomina. En estos pueblos de espíritu bélico, nacidos al calor de
conspiraciones y nostalgias del campo de la guerra, se vive de continuo sobre
un volcán, y ese volcán ha eructado, sembrando la lava del espanto y la
desolación por todas partes.
Por
las regiones de Oriente, cuna de próceres inmortales en las páginas de la
historia cubana, y de donde vino a esta tierra la independencia, en el
transcurso de dos años, una partida de forajidos, no de hombres sublevados ante
las injusticias de un Gobierno, asaltan, machete en mano, los caseríos,
desvalijan a los comerciantes —en su mayoría españoles—, cometen odiosos atentados
contra las personas y destruyen la propiedad ajena. Son negros racistas,
pertenecientes a un partido llamado “Independiente de color”, los que tales
monstruosidades realizan, los que tales actos canibalescos ejecutan en pleno
sido xx, a la faz de los pueblos cultos de la tierra.
En
el campamento de estos rebeldes ocurren las escenas más repugnantes, trayendo a
la mente el recuerdo de las hordas salvajes con sus prácticas características,
la orgía de fetiches y bárbaros, negación absoluta del principio más rudimentario
de vida civilizada. Las mujeres negras acompañan a los sediciosos en el saqueo
y el incendio, y al internarse, cumplida la faena diaria, en la espesura do la
selva, el nañiguismo resucita
a toques de tambor y la regresión atávica desaparece. Es un insulto tremendo,
un horroroso
ultraje inferido a la civilización por hombres refractarios a la luz v la luz y
a la conciencia.
Ante
estos acontecimientos que perturban al pobre país cubano, nacido ayer a la vida
de pueblo libre—aunque sometido a una tutela extraña,— cabe preguntar: ¿en
catorce años de independencia patria no hubo aquí tiempo, si no para regenerar
por completo a una raza que constituye casi la mitad de la población, por lo
menos para prepararla, destruyendo en ella los gérmenes de salvajismo, difundiendo
ideas de grandeza social e intensificando en lo posible la cultura.
Pueblo
depauperado por largas guerras, con su correspondiente serie de privaciones y hambre,
necesita muy fuertes reconstituyentes, panaceas que tonifiquen sus células
nerviosa, produciendo movimiento, acción cultural y ansias de vida. Aquí lo que
menos se ha pensado, por quienes tenían obligación moral de hacerlo, fue en la
conservación de la libertad y en el afianzamiento de las instituciones; la raza
negra tuvo tiempo para preparar su obra de odios y amenazar al fin con la pérdida
de la casi perdida soberanía cubana.
Los
pueblos sin base de cultura y sin orientación en la enseñanza pedagógica, a la
corta o a la larga han de perder el equilibrio y determinar algún grave
conflicto; la lucha de razas, foco de males sin cuento, está en puerta. Y es
que existe una estrecha concepción del progreso y la cultura.
La
intelectualidad de este país, o aquellos que por sus dotes de vigilancia se
destacaron por entre la multitud anónima de autómatas, apenas si han aspirado a
la formación de una sociedad fuerte, de una estructura moral y una educación
espiritual que propendiese al bienestar futuro y a la preponderancia colectiva.
Que dos o cuatro individuos lo hayan intentado, nada implica ello, porque estas
fuerzas aisladas no pueden tener transcendencia práctica; la obra ha de ser general,
y general también el encauzamiento de actividades y energías.
Sé
que estos son lamentos que no llegan a tiempo, infortunadamente. Pensemos en que
las circunstancias son tristes y dolorosas para Cuba y que es una lástima, una gran
lástima, que el Gobierno cubano no haya podido aún sofocar la insurrección
racista, a pesar del número do fuerzas que ha enviado a los campos de Oriente
para combatirla.
Roberto Blanco Torres, La Habana, Julio de 1912
"Crónica de Cuba. Reflexiones", en Mundo Gráfico, AÑO II O NUM. 38, MIÉRCOLES 17 de JULIO de 1912.
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