Gastón Baquero
Napoleón
tenía un manto lleno de abejitas de oro. Cuando
el dolor de lumbago acometía al Emperador, las
viejas hechiceras de Córcega le aconsejaban: -Polioni,
vuelve el manto al revés, ponte las abejas en la piel.
Y
las fieras abejitas picoreaban a lo largo del espinazo imperial; sin
la menor reverencia clavaban sus aguijoncitos arriba y abajo, hasta
que trasfundían sus benévolos ácidos en la sangre del Corso, y
el lumbago salía dando gritos, vencido por el vencedor de Austerlitz.
La
risa reaparecía en el rostro imperial, y la corte se vestía de encarnado. Napoleón,
libre de penas, volvía al derecho el manto, el de las abejitas de oro, y tomando con la punta de los dedos los extremos del armiño, echábase
a bailar una pavana por todos los salones de las Tullerías:
Tra-la-lá,
tra-la-lá, bailaba y cantaba, y decía olé, y viva la vida, y olé.
Y
en tanto bailaba de nuevo feliz el Señor del Mundo, las
doradas abejitas de su manto, felices también, reían y cantaban, como
rayos de sol en la cabeza de un niño.
1963
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