Santiago
Cardosa Arias
La Habana tiene en estos días sabor a surco y
guardarraya. Las calles, convertidas en serventías, ofrecen el espectáculo de
la campiña cubana.
Es la presencia de nuestro hermano del campo
la que ha realizado el milagro. Vinieron del llano, de la sierra, del monte
dentro. Con sus miradas dulces, ingenuas. El rostro risueño y el corazón
palpitante de emoción. Vinieron, como invitados de honor, a ver algo que es
suyo. Algo que ellos, con el sudor de su frente, ayudan a que marche y que cada
día se haga más próspero y feliz.
Han venido a algo más. Su presencia en La
Habana servirá para que el Gobierno Revolucionario se consolide más aún. Para
apoyar, decididamente, la Ley de Reforma Agraria y todas las otras leyes que la
Revolución dicta precisamente para favorecerlos a ellos.
Nosotros, que tantas veces hemos comprobado
como viven, en bohíos sin higiene, sin más riqueza que sus dos curtidos brazos
para trabajar la tierra, imaginamos su contento y alegría. Muchos habaneros,
de esos que tan generosamente les brindan un pedazo de dulce o le llevan a su
casa, para que vean la televisión, o les regalan una guayabera, o un par de
zapatos, aunque sean de uso, no comprenderán nunca lo que esos hombres de
tierra adentro se lo agradecerán. Para ellos, esas son cosas que nunca
disfrutaron, ni pudieron adquirir.
El habanero se está portando a la altura de
los tiempos que corremos. Nos hemos emocionado. Hay, en el rostro de cada
capitalino, un gesto de amistad, de comprensión, de amor. El guajiro esta
vez no se irá humillado, ni herido.
Porque, esta vez, La Habana no ha sido indiferente a su tragedia, ni se ha
burlado de su desgracia. El habanero, a más de ofrecerle su corazón, los ha
homenajeado en forma respetuosa, cariñosa. Como ellos se merecen. Esto lo ha
logrado la Revolución. El humanismo que Fidel ha hecho florecer en cada cubano.
Cuando el guajiro regrese a su conuco, contará
a su esposa y sus hijos las horas inolvidables vividas en la capital. Y ya no
se sentirá preterido, ni tendrá que lamentar más la triste suerte que le tocó
vivir en épocas anteriores. Comprenderá que aquí, en La Habana, los hombres que
dirigen la Revolución están preocupados por ellos. Que no dan un solo paso sin
pensar en ellos. Que un nuevo sol, de equidad y justicia, ilumina el horizonte
de sus vidas.
Los días que pasen los campesinos en La
Habana, disfrutando de todo lo que ofrece la ciudad, porque un pueblo humano se
lo está brindando de todo corazón, serán inolvidables para ellos.
Al regresar, para sacarle a la tierra el
producto de sus entrañas, un pensamiento lo acompañará al lado de
"Perlafina", o del tractor donado por el INRA: yo también soy cubano.
La concentración del día 26 de julio le
entrega ese título. El habanero, con su acogida cariñosa, está reconociéndole
ese derecho ganado con sangre y sudor. Parece como si, de pronto, toda Cuba se
convierte en campiña. y La Habana, con sus avenidas y edificio, su Malecón y su
Morro, se convierte en sabana, en monte y montañas.
Es que hay un Gobierno humanista rigiendo los
destinos de la Patria.
¡Bienvenido, hermanos del campo!
"La Habana está repleta de guajiros. Muy bien habaneros", Revolución, julio 1959.
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