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sábado, 31 de mayo de 2014

La gran invasión guajira a la bana





  Llilian Guerra

 Cuando, al principio, se anunció, en junio de 1959, la gran Concentración Campesina, se suponía que ésta trajera un millón de «guajiros» a La Habana. Por razones logísticas, sin embargo, los organizadores redujeron eventualmente el número de guajiros que invitó el Gobierno a 500.00021. Mucho antes de la crisis de julio, los organizadores comunitarios habían concebido el proyecto como una oportunidad para que los cubanos de todas las clases sociales reclamaran un papel en la Revolución y celebraran los logros de los guerrilleros como su propio triunfo. Previo al evento, el Gobierno lanzó una campaña de anuncios a toda página presentando un niño pequeño, bien vestido, abriéndole la puerta de una preciosa y moderna casa a un delgado y maduro campesino que se quitaba su sombrero. «Ábrele tu puerta al campesino», clamaba el anuncio, «Habanero, celebra este 26 de julio junto a tus hermanos del campo. Bríndales alojamiento, comida, transporte, ropa, cama o lo que puedas» (22). No obstante, en el contexto de la renuncia de Fidel, el significado de la Concentración Campesina rápidamente cambió de curso: ésta se convirtió en lo que los líderes del 26 de Julio llamaron «declaración de apoyo a Fidel» y petición colectiva por el regreso de éste a su mando.
 Traer medio millón de campesinos a La Habana requería un estimado de cinco millones de dólares en transporte, alojamiento y comida para los visitantes, muchos de los cuales no habían viajado nunca fuera de su provincia de origen, por no mencionar que no habían visitado nunca la capital. En algunos casos, los campesinos que iban a La Habana nunca habían salido de sus pequeños pueblos rurales (23). Al igual que la Reforma Agraria, el éxito de la visita de los guajiros a La Habana dependió, en primera instancia, de la generosidad financiera, del trabajo voluntario, y del apoyo organizativo de la clase media habanera. Igualmente significativa fue la organizada clase obrera habanera que voluntariamente donó en la fábrica su tiempo y, en algunos casos, su salario. Al final, el Gobierno nacional contribuyó, si es que lo hizo, con muy pocos fondos (24). La idea era hacer sentir a los guajiros más como embajadores de una nación querida, más auténtica, que como los primos pobres del campo.
 Desde todos los puntos del espectro socioeconómico, los habaneros se movilizaron personalmente a un nivel sin precedentes. Los marineros cubanos y los boy scouts locales sirvieron como comités de bienvenida en diferentes puntos de entrada alrededor de toda La Habana. Las familias pudientes abrieron sus puertas a cerca de 150.000 visitantes campesinos que no habían conocido antes. La Confederación de Trabajadores de Cuba, el sindicato más grande de Cuba, alentó a los trabajadores a donar un día de salario para la Reforma Agraria y a ofrecer alojamiento a los guajiros. Los estudiantes de la Universidad de La Habana, el personal del Ministerio de Hacienda, clubes de Rotarios y revistas como Carteles, prometieron proveer a 250.000 campesinos adicionales de un lugar donde quedarse en campamentos improvisados sólo para el evento. Los panaderos planearon hacer nueve millones de barras de pan para los desayunos y meriendas de los campesinos. Las compañías de gas acordaron donar combustible para su transportación y los ferrocarriles privados donaron 250.000 billetes gratis para hacer posibles los viajes desde las regiones más apartadas de Cuba (25).


 Igualmente significativa fue la proporción en que los organizadores y los contentos residentes habaneros aseguraron que el espectáculo de la invasión guajira a La Habana fuera un éxito, tanto a nivel simbólico como personal. De esta forma, los trabajadores de la industria textil se ofrecieron para confeccionar, a un precio muy reducido, cientos de miles de guayaberas, las camisas tradicionales, supuestamente, usadas en el campo. Ostensiblemente, los residentes de La Habana esperaban que sus huéspedes campesinos «lucieran» como campesinos vistiendo guayaberas y el peculiar sombrero de yarey de ala ancha. Irónicamente, los campesinos ya no usaban sombreros de este estilo ni poseían guayaberas: la mayoría no podían ni pagarlas. Sabiendo esto, los organizadores movilizaron fábricas y comerciantes para vender las camisas y los sombreros a los residentes habaneros de clase media y adinerados, los cuales se esperaba fueran entregados como regalos de bienvenidas a todos los guajiros que se encontraran en las calles o que alojaran en sus hogares (26).
 Además, los hoteles de cuatro y cinco estrellas ofrecieron cientos de paquetes vacacionales en sus habitaciones y suites, pagadas completamente, para los campesinos de Oriente, considerados los más pobres, los más olvidados, y los realmente heroicos por sus contribuciones al éxito de la lucha guerrillera. Miembros del Miramar Yacht Club, posiblemente el club social más exclusivo del país, proveyeron alojamiento en sus lujosos cuartos de huéspedes a treinta campesinos. Al final, ni los dueños de grandes extensiones de tierras, que habían sido el blanco de la Reforma Agraria, pudieron resistir el involucrarse. De acuerdo con Revolución, un grupo de hacendados pagó por 300 habitaciones en los hoteles Inglaterra y Plaza, en el corazón de la ciudad, así como un estipendio de tres pesos por campesino —¡lo cual resultaba ser mucho más de lo que ellos mismos ganarían trabajando en sus fincas! (27).
 Sin duda alguna, para muchos negocios y para grupos como la Asociación de Hacendados, quienes públicamente apoyaban la Reforma Agraria, pero que la combatían en privado, la Concentración Campesina representó una oportunidad de ganar publicidad favorable en este sentido, mejorando activamente su imagen. Así, los negocios parecieron disfrutar con la idea de aparecer como patrocinadores oficiales de la celebración más grande de la Revolución hasta ese momento.


 En este sentido, se destaca la edición especial del 26 de julio de Revolución, el periódico oficial del Gobierno de Fidel. Éste dedicó más espacios a anuncios comerciales que a historias especiales, tales como la historia hagiográfica detallada del Movimiento 26 de Julio en los años 50. La tienda por departamentos Flogar regalaba miniaturas de banderas cubanas a todo aquel que pidiera una. La aerolínea Cubana de Aviación desplegó un enorme anuncio representando un alegre campesino usando su sombrero de yarey y su guayabera de hilo, las manos abiertas en el aire: «Hermanos campesinos», anunciaba la proclama, «Hermanos, La Habana es de ustedes, siéntanse en los hogares habaneros como en sus propios hogares; ustedes son nuestros huéspedes de honor y tengan la seguridad de que en estos momentos no hay nadie en Cuba tan importante como ustedes» (28). Las tiendas de ropa, como Fin de Siglo y La Filosofía, anunciaron descuentos especiales para los guajiros mientras que La Pasiega pregonó la donación de 10.000 platos de macarrones para los distinguidos huéspedes nacionales (29). Las corporaciones foráneas, como Sherwin-Williams y el Trust Company of Cuba, desplegaron enternecedoras imágenes, como la de un habanero de clase media acercándose a apretar las manos de los guajiros a través de la ventana de una guagua que llegaba (30). La Corporación Bacardí mostraba a un habanero bien vestido sacándose una foto frente al Capitolio, una imitación positiva de la clásica historia de los guajiros que, como cuenta la historia, siempre se sacaban una foto en ese lugar, para que de vuelta a casa, sus familiares supieran que habían estado en La Habana (31). Haciéndose eco del cartel oficial de la campaña del Gobierno, la Asociación de Bancos de Cuba presentó un anuncio que exclamaba: «Nosotros, además, le abrimos las puertas del crédito a la Reforma Agraria» (32). La Shell mostraba a un campesino sonriente usando una banda decorada con la bandera cubana sobre el nombre «Fidel» junto a una frase de José Martí (33). 
 Irónicamente, la página principal de la edición especial del periódico contrastaba marcadamente con estos reclamos en compartir el éxito de la Revolución hecho por las compañías locales y las imágenes de ciudadanos que estos anuncios presentaban. «¡Fidel!» , anunciaba la cubierta del suplemento. Se refería a Fidel como icono que encerraba todos los logros y la gloria de la lucha revolucionaria en sí mismo: «Tenemos un movimiento recio que se llama 26 de Julio... Conquistó la montaña. Conquistó el corazón del pueblo. Conquistó a todos los que pensaban como nosotros. Conquistó el poder revolucionario. Lo tiene en sus manos. Lo tiene firmemente» (34). 


 Debido a que los visitantes campesinos en La Habana eran en su mayoría analfabetos, la audiencia de los pronunciamientos oficiales de Fidel, así como los anuncios que colonizaban el interior de las páginas de aquella edición dominical de Revolución, era en su mayoría la clase media de La Habana. Por tanto, ¿qué significaban las exclamaciones de apoyo corporativo y cómo podrían haber respondido la mayoría de los lectores educados? Por un lado, parece claro que los dueños de negocios en Cuba, tanto nacionales como extranjeros, pueden haberse creído los «patrocinadores corporativos» de la Revolución. De esta forma, buscaban mitigar la imagen de Fidel como el hijo de un acaudalado hacendado convertido en guerrillero, apropiándose de ella. Sin embargo, al mismo tiempo, lo atractivo de los anuncios y posiblemente lo atractivo del propio Fidel como símbolo del hacendado arrepentido y liberado de sus pasados pecados, puede tener otra explicación: la creciente conciencia política de los habaneros hacía que realmente se dieran cuenta de la miseria, aislamiento e inocencia cultural de la clase cubana más pobre con la cual tendrían contacto personal por primera vez.
 Al igual que la campaña del Gobierno «Ábrele tu puerta al campesino», tales anuncios y mensajes despertaron la psiquis de los cubanos acaudalados quienes habían llegado a percibir que la salvación de Cuba (y quizás su propia salvación) dependía de sus esfuerzos por salvar a los sacrificados campesinos de la miseria y la explotación. En el clímax de las manifestaciones de masas, los funcionarios organizadores del evento habían adoptado casi siempre un tono didáctico, enfatizando los objetivos utópicos de la Revolución e insistiendo en el «apoyo unánime» del pueblo (35). De esta forma, anunció el diario Revolución, «todo esto, dentro de un marco altamente simbólico constitutivo de la nueva nacionalidad… El gobierno revolucionario, a través de la Reforma Agraria, se ha dado a una transformación tendiente a la equiparación de ambos niveles de vida, a la igualdad entre el campo y la ciudad, para destruir toda diferencia económica, política y social entre el campesino y el hombre de las ciudades, para fundir todo eso en una sola realidad: el cubano total, el hombre pleno de la nueva Cuba». En este proceso, la Concentración Campesina adquirió doble significado: primero, «el valor simbólico» de hacer sentir al campesino heroico que pertenece a la ciudad y, segundo, «el valor pedagógico» de aumentar la conciencia del campesino sobre «cual debe ser su destino, su nivel de vida, y su consideración política y social» (36). En ambos casos, era el Movimiento 26 de Julio el que merecía el crédito. 


 Sin embargo, muy lejos de los esfuerzos de control de los líderes guerrilleros, los rostros y testimonios personales de los huéspedes campesinos en La Habana hablaron alto y claro a los corazones y las mentes de los capitalinos. Desde su perspectiva, era una historia compleja y persuasiva, más que la proyección de una imagen que necesitaba ser contada. De esta forma, los reportes de la prensa captaron las reacciones emocionales de los guajiros cuando visitaban la playa y el océano por primera vez; veían mujeres en traje de baño por primera vez; se maravillaban al contemplar el Focsa por primera vez; cruzaban una muy transitada intersección por primera vez; subían una escalera eléctrica por primera vez, y aun cuando probaban un popsicle por primera vez (37). Los miembros de la burguesía metropolitana y los residentes de los barrios de clase obrera se veían igualmente encantados. Las fotografías mostraban guajiros por toda la ciudad, que muchos de ellos llamaban «La Bana»: sentados con la bisnieta del presidente José Miguel Gómez en la sala de su suntuosa casa de El Vedado, firmando autógrafos para adolescentes negras en el Malecón, saludando a una estrella musical española en el lobby del Hilton, y mirando perplejos al busto de un maniquí que supuestamente habían confundido con una persona real en una vidriera (38).
 Dondequiera, los mensajes que daban los guajiros a los reporteros estaban claros. Usando sellos y botones donde se leía «La Reforma Agraria ¡Va!», los campesinos anunciaban con quien estaba su lealtad. Cuando se les preguntaba que explicaran su apoyo a la Revolución, algunos citaban el incremento de veinte centavos en el salario, el haber luchado en la Sierra para hacer posible la Reforma, o la explicación de que ellos pronto recibirían la tierra. Las entrevistas con campesinos individuales seguían un patrón predecible pero atractivo. Por ejemplo, según le explicaba a un periodista Fermín Blanco, quien había luchado al lado de Huber Matos en el Segundo Frente «Frank País»:
 —Estas son las primeras vacaciones de mi vida. De mis 51 años, he dedicado al trabajo del campo más de 40.
 —¿Y a la escuela?
 —Ninguno, compay. No había escuela en mi zona. Había hambre, miseria, aislamiento…
 —¿Qué piensa de la Reforma Agraria?
 —Que es una bendición de Dios.
 —¿Quiere decir de Fidel, de la Revolución?
 —De Dios a través de Fidel (39).
Pero aun cuando la burguesía de La Habana escuchaba tales historias, se hacían intentos para disminuir su efecto mediante la manipulación de la imagen ingenua y sincera de los guajiros. 
 
 
 Aparentemente, un grupo de reporteros, supuestamente de Estados Unidos, trató de desacreditar la Concentración Campesina como un espectáculo de publicidad comunista haciendo que un grupo de campesinos de Guantánamo levantara sus puños al aire. El objetivo de los reporteros era fotografiarlos en el acto de hacer el saludo internacional comunista y, por lo tanto, desacreditar todo el evento. Observadores comunes, sin embargo, vinieron al rescate de los campesinos y frustraron las malas intenciones de los periodistas. Insultados por el intento de representarlos como comunistas, los campesinos, que eran todos de Guantánamo, acudieron en seguida a las oficinas centrales del 26 de Julio. Revolución publicó entonces los detalles de su protesta junto a una fotografía de los guajiros insultados con sus rostros solemnes (40).
 Como atestigua este incidente, cada quien en Cuba parecía saber el poder que tenía la imagen y la imaginación en la construcción o destrucción del significado de la Revolución. Indudablemente, la gran Concentración Campesina representa más que un momento político decisivo en el proceso de la Revolución. Como imagen y experiencia de interacción interclasista e interracial, se convirtió en un vehículo para la redención, y evidencia en sí de la misma. Aunque breve y simbólicamente, la mayoría de los cubanos llegó a creer que el tipo de sociedad que los pensadores nacionalistas cubanos, como José Martí, soñaron alguna vez —una república «con todos y para el bien de todos»— se estaba logrando finalmente.

  Cuando llegó el día 26 de julio, medio millón de cubanos participaron en el primer desfile militar de las recién engrosadas y organizadas Fuerzas Armadas Revolucionarias. Esa mañana, temprano, Fidel Castro, junto a altos miembros de su Gabinete, asistió a una misa católica solemne en la Catedral de La Habana, en honor a los miembros caídos del Movimiento 26 de Julio (41). Más tarde, esa noche, miles de ellos se concentraron en el estadio de La Habana para presenciar un juego de pelota en el cual Fidel Castro y Camilo Cienfuegos jugaron para el equipo del 26 de Julio, los «Barbudos» (42). Por supuesto, el evento culminante del día fue el discurso de Fidel Castro ante la multitud de más de un millón de cubanos, incluyendo a todos los guajiros, quienes se reunieron en lo que se conocía todavía como la Plaza Cívica.   
 Aparentemente, Fidel no pudo resistir la tentación de tomar el podio e interrumpir a su hermano Raúl Castro, justo cuando Raúl destacaba el poderío visual que el mar de cubanos representaba: «Frente a las ratas taimadas que se disfrazan de revolucionarios, estas concentraciones. Frente a los traidores, un pueblo como éste basta… La única cosa que se pide en los cartelones es que regrese Fidel». En ese momento, Raúl hizo una pausa dramática y Fidel se levantó dejando el discurso de Raúl a medio terminar. Y, como si lo hubieran ensayado, los guajiros entre la multitud levantaron sus machetes en el aire y a una sola voz comenzaron a gritar rítmicamente «¡Que regrese Fidel!». De manera predecible, así lo hizo. Pero en vez de anunciar la decisión de regresar a su puesto él mismo, le susurró a su hermano Raúl en el oído. Entonces, Raúl se viró teatralmente hacia la gente y anunció sencillamente: «Cubanos: Fidel ha decidido retirar su renuncia» (43). Es fácil imaginar cuál fue la reacción de la multitud. 
 Como muchas de las imágenes que definieron la lucha de los guerrilleros en la Sierra Maestra y la Revolución hasta ese momento, la primera celebración del 26 de julio fue una representación visual en vivo del sueño de la utopía recreada dentro de los marcos que Fidel Castro imponía. En este sentido, la gran Concentración Campesina representó un modelo para futuras demostraciones masivas organizadas por el Estado. A largo plazo, estas demostraciones generaron una imagen específica del poder total y popularmente certificado que estaba en las manos de Fidel Castro, poder que se volvió no sólo imposible de perder para el líder, sino también imposible de cuestionar y, al final, imposible de retar.
 Para los líderes guerrilleros del Movimiento 26 de Julio, las imágenes proyectadas de apoyo unánime a las políticas de su liderazgo, así como las imágenes fundidas de Fidel Castro con la promesa visual de la utopía y la redención colectiva, crearon una estrategia básica. El objetivo de esta estrategia era captar la imaginación de millones de cubanos y mantenerla en manos del Estado. A través de demostraciones masivas organizadas, las imágenes de unidad se volvieron indispensables para la continuidad en el poder de los guerrilleros. Lo más importante fue que se hicieron esenciales dentro del marco visual y estructural en el cual la distribución de poder, las relaciones con Estados Unidos y las políticas nacionales podían entenderse, interpretarse y discutirse. Dentro de este marco, lo primordial del liderazgo de Fidel y su papel profético en la lucha, no podía ser cuestionado sino, simplemente, reconocido y aceptado. A escala pública y colectiva, el cuestionamiento de la imagen de apoyo total para Fidel y la encarnación de la Revolución en Fidel constituyó una violación no sólo de la nueva identidad cubana emancipada, sino de la historia, del destino e incluso de la realidad en sí misma.
 Al final, tanto líderes como ciudadanos —especialmente la clase media— crearon estas imágenes de apoyo masivo que hicieron tan grande el poder de Fidel Castro sobre el proceso revolucionario. Ya para 1960, habían creado una visión popular y una comprensión del poder que reafirmaba la santidad de la Revolución y el derecho de Fidel a dirigirla hasta un punto tal que no sería ya más aceptado (ni aun tolerado de forma indirecta) el cuestionamiento público de alguno de los dos. Así, las imágenes de unidad total darían lugar, eventualmente, a la obligatoriedad de una unanimidad total. 

 Traducción: Ricardo García Milián. Tomado de revista Encuentro

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