Llilian Guerra
Cuando, al
principio, se anunció, en junio de 1959, la gran Concentración Campesina, se
suponía que ésta trajera un millón de «guajiros» a La Habana. Por razones
logísticas, sin embargo, los organizadores redujeron eventualmente el número de
guajiros que invitó el Gobierno a 500.00021. Mucho antes de la crisis de julio,
los organizadores comunitarios habían concebido el proyecto como una
oportunidad para que los cubanos de todas las clases sociales reclamaran un
papel en la Revolución y celebraran los logros de los guerrilleros como su
propio triunfo. Previo al evento, el Gobierno lanzó una campaña de anuncios a
toda página presentando un niño pequeño, bien vestido, abriéndole la puerta de
una preciosa y moderna casa a un delgado y maduro campesino que se quitaba su
sombrero. «Ábrele tu puerta al campesino», clamaba el anuncio, «Habanero,
celebra este 26 de julio junto a tus hermanos del campo. Bríndales alojamiento,
comida, transporte, ropa, cama o lo que puedas» (22). No obstante, en el
contexto de la renuncia de Fidel, el significado de la Concentración Campesina
rápidamente cambió de curso: ésta se convirtió en lo que los líderes del 26 de
Julio llamaron «declaración de apoyo a Fidel» y petición colectiva por el
regreso de éste a su mando.
Traer medio
millón de campesinos a La Habana requería un estimado de cinco millones de
dólares en transporte, alojamiento y comida para los visitantes, muchos de los
cuales no habían viajado nunca fuera de su provincia de origen, por no
mencionar que no habían visitado nunca la capital. En algunos casos, los
campesinos que iban a La Habana nunca habían salido de sus pequeños pueblos
rurales (23). Al igual que la Reforma Agraria, el éxito de la visita de los
guajiros a La Habana dependió, en primera instancia, de la generosidad financiera,
del trabajo voluntario, y del apoyo organizativo de la clase media habanera.
Igualmente significativa fue la organizada clase obrera habanera que
voluntariamente donó en la fábrica su tiempo y, en algunos casos, su salario.
Al final, el Gobierno nacional contribuyó, si es que lo hizo, con muy pocos
fondos (24). La idea era hacer sentir a los guajiros más como embajadores de
una nación querida, más auténtica, que como los primos pobres del campo.
Desde todos
los puntos del espectro socioeconómico, los habaneros se movilizaron
personalmente a un nivel sin precedentes. Los marineros cubanos y los boy scouts locales sirvieron como
comités de bienvenida en diferentes puntos de entrada alrededor de toda La
Habana. Las familias pudientes abrieron sus puertas a cerca de 150.000
visitantes campesinos que no habían conocido antes. La Confederación de
Trabajadores de Cuba, el sindicato más grande de Cuba, alentó a los trabajadores
a donar un día de salario para la Reforma Agraria y a ofrecer alojamiento a los
guajiros. Los estudiantes de la Universidad de La Habana, el personal del
Ministerio de Hacienda, clubes de Rotarios y revistas como Carteles, prometieron proveer a 250.000 campesinos adicionales de
un lugar donde quedarse en campamentos improvisados sólo para el evento. Los
panaderos planearon hacer nueve millones de barras de pan para los desayunos y
meriendas de los campesinos. Las compañías de gas acordaron donar combustible
para su transportación y los ferrocarriles privados donaron 250.000 billetes
gratis para hacer posibles los viajes desde las regiones más apartadas de Cuba
(25).
Igualmente
significativa fue la proporción en que los organizadores y los contentos
residentes habaneros aseguraron que el espectáculo de la invasión guajira a La
Habana fuera un éxito, tanto a nivel simbólico como personal. De esta forma,
los trabajadores de la industria textil se ofrecieron para confeccionar, a un
precio muy reducido, cientos de miles de guayaberas, las camisas tradicionales,
supuestamente, usadas en el campo. Ostensiblemente, los residentes de La Habana
esperaban que sus huéspedes campesinos «lucieran» como campesinos vistiendo
guayaberas y el peculiar sombrero de yarey de ala ancha. Irónicamente, los
campesinos ya no usaban sombreros de este estilo ni poseían guayaberas: la
mayoría no podían ni pagarlas. Sabiendo esto, los organizadores movilizaron
fábricas y comerciantes para vender las camisas y los sombreros a los
residentes habaneros de clase media y adinerados, los cuales se esperaba fueran
entregados como regalos de bienvenidas a todos los guajiros que se encontraran
en las calles o que alojaran en sus hogares (26).
Además, los
hoteles de cuatro y cinco estrellas ofrecieron cientos de paquetes vacacionales
en sus habitaciones y suites, pagadas completamente, para los campesinos de
Oriente, considerados los más pobres, los más olvidados, y los realmente
heroicos por sus contribuciones al éxito de la lucha guerrillera. Miembros del
Miramar Yacht Club, posiblemente el club social más exclusivo del país,
proveyeron alojamiento en sus lujosos cuartos de huéspedes a treinta campesinos.
Al final, ni los dueños de grandes extensiones de tierras, que habían sido el
blanco de la Reforma Agraria, pudieron resistir el involucrarse. De acuerdo con
Revolución, un grupo de hacendados
pagó por 300 habitaciones en los hoteles Inglaterra y Plaza, en el corazón de
la ciudad, así como un estipendio de tres pesos por campesino —¡lo cual
resultaba ser mucho más de lo que ellos mismos ganarían trabajando en sus
fincas! (27).
Sin duda
alguna, para muchos negocios y para grupos como la Asociación de Hacendados,
quienes públicamente apoyaban la Reforma Agraria, pero que la combatían en
privado, la Concentración Campesina representó una oportunidad de ganar
publicidad favorable en este sentido, mejorando activamente su imagen. Así, los
negocios parecieron disfrutar con la idea de aparecer como patrocinadores
oficiales de la celebración más grande de la Revolución hasta ese momento.
En este
sentido, se destaca la edición especial del 26 de julio de Revolución, el periódico oficial del Gobierno de Fidel. Éste dedicó
más espacios a anuncios comerciales que a historias especiales, tales como la
historia hagiográfica detallada del Movimiento 26 de Julio en los años 50. La
tienda por departamentos Flogar regalaba miniaturas de banderas cubanas a todo
aquel que pidiera una. La aerolínea Cubana de Aviación desplegó un enorme
anuncio representando un alegre campesino usando su sombrero de yarey y su
guayabera de hilo, las manos abiertas en el aire: «Hermanos campesinos»,
anunciaba la proclama, «Hermanos, La Habana es de ustedes, siéntanse en los
hogares habaneros como en sus propios hogares; ustedes son nuestros huéspedes de
honor y tengan la seguridad de que en estos momentos no hay nadie en Cuba tan
importante como ustedes» (28). Las tiendas de ropa, como Fin de Siglo y La
Filosofía, anunciaron descuentos especiales para los guajiros mientras que La
Pasiega pregonó la donación de 10.000 platos de macarrones para los distinguidos
huéspedes nacionales (29). Las corporaciones foráneas, como Sherwin-Williams y el
Trust Company of Cuba, desplegaron enternecedoras imágenes, como la de un
habanero de clase media acercándose a apretar las manos de los guajiros a
través de la ventana de una guagua que llegaba (30). La Corporación Bacardí
mostraba a un habanero bien vestido sacándose una foto frente al Capitolio, una
imitación positiva de la clásica historia de los guajiros que, como cuenta la
historia, siempre se sacaban una foto en ese lugar, para que de vuelta a casa,
sus familiares supieran que habían estado en La Habana (31). Haciéndose eco del
cartel oficial de la campaña del Gobierno, la Asociación de Bancos de Cuba
presentó un anuncio que exclamaba: «Nosotros, además, le abrimos las puertas
del crédito a la Reforma Agraria» (32). La Shell mostraba a un campesino
sonriente usando una banda decorada con la bandera cubana sobre el nombre
«Fidel» junto a una frase de José Martí (33).
Irónicamente,
la página principal de la edición especial del periódico contrastaba marcadamente
con estos reclamos en compartir el éxito de la Revolución hecho por las
compañías locales y las imágenes de ciudadanos que estos anuncios presentaban.
«¡Fidel!» , anunciaba la cubierta del suplemento. Se refería a Fidel como icono
que encerraba todos los logros y la gloria de la lucha revolucionaria en sí
mismo: «Tenemos un movimiento recio que se llama 26 de Julio... Conquistó la
montaña. Conquistó el corazón del pueblo. Conquistó a todos los que pensaban
como nosotros. Conquistó el poder revolucionario. Lo tiene en sus manos. Lo
tiene firmemente» (34).
Debido a que
los visitantes campesinos en La Habana eran en su mayoría analfabetos, la
audiencia de los pronunciamientos oficiales de Fidel, así como los anuncios que
colonizaban el interior de las páginas de aquella edición dominical de Revolución, era en su mayoría la clase
media de La Habana. Por tanto, ¿qué significaban las exclamaciones de apoyo
corporativo y cómo podrían haber respondido la mayoría de los lectores
educados? Por un lado, parece claro que los dueños de negocios en Cuba, tanto
nacionales como extranjeros, pueden haberse creído los «patrocinadores
corporativos» de la Revolución. De esta forma, buscaban mitigar la imagen de
Fidel como el hijo de un acaudalado hacendado convertido en guerrillero,
apropiándose de ella. Sin embargo, al mismo tiempo, lo atractivo de los
anuncios y posiblemente lo atractivo del propio Fidel como símbolo del
hacendado arrepentido y liberado de sus pasados pecados, puede tener otra
explicación: la creciente conciencia política de los habaneros hacía que
realmente se dieran cuenta de la miseria, aislamiento e inocencia cultural de
la clase cubana más pobre con la cual tendrían contacto personal por primera
vez.
Al igual que
la campaña del Gobierno «Ábrele tu puerta al campesino», tales anuncios y
mensajes despertaron la psiquis de los cubanos acaudalados quienes habían
llegado a percibir que la salvación de Cuba (y quizás su propia salvación) dependía
de sus esfuerzos por salvar a los sacrificados campesinos de la miseria y la
explotación. En el clímax de las manifestaciones de masas, los funcionarios
organizadores del evento habían adoptado casi siempre un tono didáctico,
enfatizando los objetivos utópicos de la Revolución e insistiendo en el «apoyo
unánime» del pueblo (35). De esta forma, anunció el diario Revolución, «todo esto, dentro de un marco altamente simbólico
constitutivo de la nueva nacionalidad… El gobierno revolucionario, a través de
la Reforma Agraria, se ha dado a una transformación tendiente a la equiparación
de ambos niveles de vida, a la igualdad entre el campo y la ciudad, para
destruir toda diferencia económica, política y social entre el campesino y el
hombre de las ciudades, para fundir todo eso en una sola realidad: el cubano
total, el hombre pleno de la nueva Cuba». En este proceso, la Concentración
Campesina adquirió doble significado: primero, «el valor simbólico» de hacer
sentir al campesino heroico que pertenece a la ciudad y, segundo, «el valor
pedagógico» de aumentar la conciencia del campesino sobre «cual debe ser su
destino, su nivel de vida, y su consideración política y social» (36). En ambos
casos, era el Movimiento 26 de Julio el que merecía el crédito.
Sin embargo,
muy lejos de los esfuerzos de control de los líderes guerrilleros, los rostros
y testimonios personales de los huéspedes campesinos en La Habana hablaron alto
y claro a los corazones y las mentes de los capitalinos. Desde su perspectiva,
era una historia compleja y persuasiva, más que la proyección de una imagen que
necesitaba ser contada. De esta forma, los reportes de la prensa captaron las
reacciones emocionales de los guajiros cuando visitaban la playa y el océano
por primera vez; veían mujeres en traje de baño por primera vez; se
maravillaban al contemplar el Focsa por primera vez; cruzaban una muy
transitada intersección por primera vez; subían una escalera eléctrica por
primera vez, y aun cuando probaban un popsicle
por primera vez (37). Los miembros de la burguesía metropolitana y los
residentes de los barrios de clase obrera se veían igualmente encantados. Las
fotografías mostraban guajiros por toda la ciudad, que muchos de ellos llamaban
«La Bana»: sentados con la bisnieta del presidente José Miguel Gómez en la sala
de su suntuosa casa de El Vedado, firmando autógrafos para adolescentes negras
en el Malecón, saludando a una estrella musical española en el lobby del Hilton, y mirando perplejos al
busto de un maniquí que supuestamente habían confundido con una persona real en
una vidriera (38).
Dondequiera,
los mensajes que daban los guajiros a los reporteros estaban claros. Usando
sellos y botones donde se leía «La Reforma Agraria ¡Va!», los campesinos
anunciaban con quien estaba su lealtad. Cuando se les preguntaba que explicaran
su apoyo a la Revolución, algunos citaban el incremento de veinte centavos en
el salario, el haber luchado en la Sierra para hacer posible la Reforma, o la
explicación de que ellos pronto recibirían la tierra. Las entrevistas con
campesinos individuales seguían un patrón predecible pero atractivo. Por
ejemplo, según le explicaba a un periodista Fermín Blanco, quien había luchado
al lado de Huber Matos en el Segundo Frente «Frank País»:
—Estas son
las primeras vacaciones de mi vida. De mis 51 años, he dedicado al trabajo del
campo más de 40.
—¿Y a la
escuela?
—Ninguno,
compay. No había escuela en mi zona. Había hambre, miseria, aislamiento…
—¿Qué piensa
de la Reforma Agraria?
—Que es una
bendición de Dios.
—¿Quiere
decir de Fidel, de la Revolución?
—De Dios a través de Fidel (39).
Pero aun cuando la burguesía de La Habana escuchaba
tales historias, se hacían intentos para disminuir su efecto mediante la
manipulación de la imagen ingenua y sincera de los guajiros.
Aparentemente,
un grupo de reporteros, supuestamente de Estados Unidos, trató de desacreditar
la Concentración Campesina como un espectáculo de publicidad comunista haciendo
que un grupo de campesinos de Guantánamo levantara sus puños al aire. El
objetivo de los reporteros era fotografiarlos en el acto de hacer el saludo internacional
comunista y, por lo tanto, desacreditar todo el evento. Observadores comunes,
sin embargo, vinieron al rescate de los campesinos y frustraron las malas
intenciones de los periodistas. Insultados por el intento de representarlos
como comunistas, los campesinos, que eran todos de Guantánamo, acudieron en
seguida a las oficinas centrales del 26 de Julio. Revolución publicó entonces los detalles de su protesta junto a una
fotografía de los guajiros insultados con sus rostros solemnes (40).
Como atestigua
este incidente, cada quien en Cuba parecía saber el poder que tenía la imagen y
la imaginación en la construcción o destrucción del significado de la
Revolución. Indudablemente, la gran Concentración Campesina representa más que
un momento político decisivo en el proceso de la Revolución. Como imagen y
experiencia de interacción interclasista e interracial, se convirtió en un
vehículo para la redención, y evidencia en sí de la misma. Aunque breve y
simbólicamente, la mayoría de los cubanos llegó a creer que el tipo de sociedad
que los pensadores nacionalistas cubanos, como José Martí, soñaron alguna vez
—una república «con todos y para el bien de todos»— se estaba logrando
finalmente.
Cuando llegó
el día 26 de julio, medio millón de cubanos participaron en el primer desfile
militar de las recién engrosadas y organizadas Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Esa mañana, temprano, Fidel Castro, junto a altos miembros de su Gabinete,
asistió a una misa católica solemne en la Catedral de La Habana, en honor a los
miembros caídos del Movimiento 26 de Julio (41). Más tarde, esa noche, miles de
ellos se concentraron en el estadio de La Habana para presenciar un juego de
pelota en el cual Fidel Castro y Camilo Cienfuegos jugaron para el equipo del
26 de Julio, los «Barbudos» (42). Por supuesto, el evento culminante del día
fue el discurso de Fidel Castro ante la multitud de más de un millón de
cubanos, incluyendo a todos los guajiros, quienes se reunieron en lo que se
conocía todavía como la Plaza Cívica.
Aparentemente,
Fidel no pudo resistir la tentación de tomar el podio e interrumpir a su
hermano Raúl Castro, justo cuando Raúl destacaba el poderío visual que el mar
de cubanos representaba: «Frente a las ratas taimadas que se disfrazan de
revolucionarios, estas concentraciones. Frente a los traidores, un pueblo como
éste basta… La única cosa que se pide en los cartelones es que regrese Fidel».
En ese momento, Raúl hizo una pausa dramática y Fidel se levantó dejando el
discurso de Raúl a medio terminar. Y, como si lo hubieran ensayado, los
guajiros entre la multitud levantaron sus machetes en el aire y a una sola voz
comenzaron a gritar rítmicamente «¡Que regrese Fidel!». De manera predecible, así
lo hizo. Pero en vez de anunciar la decisión de regresar a su puesto él mismo,
le susurró a su hermano Raúl en el oído. Entonces, Raúl se viró teatralmente hacia
la gente y anunció sencillamente: «Cubanos: Fidel ha decidido retirar su
renuncia» (43). Es fácil imaginar cuál fue la reacción de la multitud.
Como muchas
de las imágenes que definieron la lucha de los guerrilleros en la Sierra
Maestra y la Revolución hasta ese momento, la primera celebración del 26 de
julio fue una representación visual en vivo del sueño de la utopía recreada
dentro de los marcos que Fidel Castro imponía. En este sentido, la gran
Concentración Campesina representó un modelo para futuras demostraciones masivas
organizadas por el Estado. A largo plazo, estas demostraciones generaron una
imagen específica del poder total y popularmente certificado que estaba en las
manos de Fidel Castro, poder que se volvió no sólo imposible de perder para el
líder, sino también imposible de cuestionar y, al final, imposible de retar.
Para los
líderes guerrilleros del Movimiento 26 de Julio, las imágenes proyectadas de
apoyo unánime a las políticas de su liderazgo, así como las imágenes fundidas
de Fidel Castro con la promesa visual de la utopía y la redención colectiva,
crearon una estrategia básica. El objetivo de esta estrategia era captar la
imaginación de millones de cubanos y mantenerla en manos del Estado. A través
de demostraciones masivas organizadas, las imágenes de unidad se volvieron indispensables
para la continuidad en el poder de los guerrilleros. Lo más importante fue que
se hicieron esenciales dentro del marco visual y estructural en el cual la
distribución de poder, las relaciones con Estados Unidos y las políticas
nacionales podían entenderse, interpretarse y discutirse. Dentro de este marco,
lo primordial del liderazgo de Fidel y su papel profético en la lucha, no podía
ser cuestionado sino, simplemente, reconocido y aceptado. A escala pública y
colectiva, el cuestionamiento de la imagen de apoyo total para Fidel y la
encarnación de la Revolución en Fidel constituyó una violación no sólo de la
nueva identidad cubana emancipada, sino de la historia, del destino e incluso
de la realidad en sí misma.
Al final,
tanto líderes como ciudadanos —especialmente la clase media— crearon estas
imágenes de apoyo masivo que hicieron tan grande el poder de Fidel Castro sobre
el proceso revolucionario. Ya para 1960, habían creado una visión popular y una
comprensión del poder que reafirmaba la santidad de la Revolución y el derecho
de Fidel a dirigirla hasta un punto tal que no sería ya más aceptado (ni aun tolerado
de forma indirecta) el cuestionamiento público de alguno de los dos. Así, las
imágenes de unidad total darían lugar, eventualmente, a la obligatoriedad de
una unanimidad total.
Traducción: Ricardo García Milián. Tomado de revista Encuentro.