Juan M. Chailloux Cardona
El 25 de abril de
1802, el barrio de Jesús María fue arrasado por un fuego que comenzó
simultáneamente por varios lugares. Según Francisco Cartas expresa en su Recopilación histórica y estadística de la
jurisdicción de La Habana, sus resultados fueron 1332 casas, 1265
accesorias y cuartos interiores destruidos y 11 370 personas a la intemperie, a
las que se prohibió, por Decreto de 22 de marzo de 1804, reedificar sus
viviendas, así como se dispuso demoler, las que no fueron afectadas por el
siniestro. Sin haberse habilitado albergues para alojar a las víctimas, resalta
de estas medidas y de las motivaciones del incendio la crueldad con que se las
trató.
Los motivos del
incendio fueron sórdidos, brutales. Las tierras del barrio Jesús María, por esa
fecha, habían adquirido un gran valor por el avance de la población hacia las
áreas suburbanas. Cuando los negros empezaron a edificar allí sus chozas de
embarrado y guano, era un paraje bajo e insalubre, cubierto de espesos
manglares. La afluencia de habitantes que desenvolvían sus actividades en o
cerca del muelle Tallapiedra realzó la importancia del barrio. Desde entonces,
la codicia de las clases privilegiadas no se dio descanso en sus propósitos de
expulsar de allí a sus primitivos habitantes. Se encontró una justificación de
orden público en las sangrientas rivalidades existentes entre los residentes
del barrio (“negros criollos”, “curros del manglar”, etc.), subdivididos en
bandos como los de “Amelia” e “Italia”, que dirimían sus querellas a
cuchilladas, causando a veces víctimas inocentes. Jesús María era la expresión
del bajo mundo habanero estremecido de vicios y violencia.
La prohibición de
reedificar las habitaciones destruidas por el incendio, así como la orden
terminante de demoler las que no fueron afectadas, fueron desoídas con la
tolerancia de las autoridades que jamás tuvieron la intención de despoblar la
superficie del barrio, sino de sustituir su población. Esas disposiciones
fueron, por tanto, de obligatorio cumplimiento tan solo para los negros faltos
de una buena recomendación o medios para sobornar. No obstante, fueron muchos
los que arrastrando los peligros de las represalias, permanecieron en el lugar.
Y continuaron los incendios esporádicos hasta el 11 de
febrero de 1828 en que se produjo otra gran conflagración que destruyó 450
casas. En el año 1856 el barrio de Jesús María había quedado reducido a 404
casas, 49 accesorias y 15 ciudadelas, donde vivían 3126 habitantes; pero 1859
eran blancos. Un cronista de la época se mostraba satisfecho por la
purificación de elementos maleantes que había experimentado el barrio, pues “el
incendio de 1828 destruyó las guaridas en que se ocultaban estos entes
perjudiciales a la sociedad”.
Los negros habían
huido a otros barrios extramuros como el Horcón, donde también el fuego hubo de
perseguirlos. Las clases acomodadas se extendieron por barrios como el Horcón,
precedidas del resplandor de los incendios y sobre las cenizas de los hogares
de infelices negros. Por otra parte, en la colonia habíase descubierto en el
incendio de viviendas, un método ideal preventivo de la criminalidad.
Los horrores del solar habanero. Síntesis
histórica de la vivienda popular, Editorial Ciencias Sociales, 2008, p. 92-93.
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