Miguel
González
AL INCENDIO DEL BARRIO DE JESÚS MARIA ESTRAMUROS,
ACAECIDO EL DIA 25 DE ABRIL DE 1802.
DÉCIMAS
(…)
Su fragua
encendió Vulcano,
Y por no acometer solo,
Convocó al furioso Eolo
El que le auxilia tirano:
Jesús María fue el plano
Para el combate violento;
¡Oh barrio, que sentimiento
El verte por más que clamas.
Ser pábulo de las llamas,
Débil juguete del viento!
No bien la
altivez impera
Del fuego que en ti se apoya,
Cuando otra segunda Troya
Fue tu desgraciada esfera:
Febo en suerte tan severa
Se eclipsó según presumo,
Pavor que jamás consumo,
Notándose claramente
A la atmósfera igualmente
Condensada con el humo.
Viento y fuego por igual
Para empezar su porfía
Toman de Jesús María
Principio en la calle Real:
Con intrepidez mortal
Dan fin a Puerto-Escondido;
Y despreciando el gemido
De tanta gente angustiada,
Desfiló por la Calzada
El incendio enfurecido.
Al mismo igual que incendió
Su dilatada extensión,
Sin aflojar el tesón
A San Nicolás pasó:
La casa no reservó
De Dios, que su ruina aprecia;
A quien la busca desprecia,
Pues algunos ¡qué dolor!
Probaron su cruel rigor
Dentro de la misma Iglesia.
Devorado el
vecindario
De tan divino Sagrado,
Pasó a los Sitios, soplado
Del infernal adversario:
En ellos cobró el salario
Del desconsuelo mayor;
Pero allí su activo ardor
Terminó, cuyo accidente
Fue aplaudido tristemente
En la esfera del dolor.
(…) Volvamos
a recorrer
El espectáculo horrendo
De lo que voy refiriendo
Y acaba de suceder:
¿Qué es lo que se deja ver?
Solo a la muerte que goza
Con potestad imperiosa
El blasón de la victoria,
Triunfando sobre la escoria
De ruina tan espantosa.
Allí se descubre y ve
La habitación elevada
Al suelo tan desplomada
Que no muestra lo que fue:
Con el asombro no sé
Dar la razón más precisa;
Al paso que se divisa
En tragedia tan grimosa,
Aun la más humilde choza
Disuelta toda en ceniza.
¿Visteis a un
prado florido
Brillar con la primavera
Donde el sol que reverbera
Es su esmalte el más lucido?
¿Al matiz tan aplaudido,
Fragancia y fertilidad,
Y que con la tempestad
Del cierzo, la lluvia y rayo,
Volver en mortal desmayo
La luz de su amenidad?
Esta misma
situación
Se mira en Jesús María,
Pues su gozosa alegría
Se ha trocado en aflicción:
Desde su estancia al Horcón,
Y a los Sitios desde allí
Tan otro está todo en sí,
Que metamorfosis tal,
Así no se halla otro igual
Ni tan lastimoso así.
Allí se mira
rendida
A una madre desgraciada,
Que dio la vida abrasada
Con el hijo de su vida:
Más allá sin acogida
Al joven y a la doncella,
Sin que la voraz centella
Del fuego prestase audiencia
Ni aun a la incauta inocencia,
Pues más se cebaba en ella.
No se encuentra, si se apura,
Paso en tal desolación
Que no nos muestre un panteón,
Un sepulcro o sepultura:
Allí la fina hermosura
Cual sombra se disipó;
El talento falleció,
Y debajo de la ruina
Igualmente se extermina
Cuanto el engaño apreció.
Corred la
vista mortales
Por tan infausta tragedia,
Y mirad si se remedia
El móvil de tantos males:
¿Decid gratos y leales
Si se enmendará tal suerte?
No es posible, pues se advierte
Por tan rígido ademán
Existir sobre su plan
El imperio de la muerte.
Nuestro
Pastor que interesa
El pastoral desempeño,
Claro ha mostrado un diseño
De su cristiana fineza:
Si su carácter profesa
La virtud más elevada,
Es prueba bien aclarada
Que en la desnudez y el hambre
Para cortar el estambre
Será la cortante Espada.
Confórmese
con su suerte
El más o el menos dichoso,
Vaya cediendo al sollozo
Que la prudencia lo advierte:
Y en tanto que se divierte
Y suaviza la aflicción,
Préstame, Habana, atención
Nada omisa en acceder,
Que me falta que exponer
Para probar mi razón.
Vamos, pues,
tomando el puesto
De donde el desastre vemos,
Y a sus ruinas preguntemos
Llenos de asombro ¿qué es esto?
¿Qué caos el más funesto
Se mira de confusión?
¿Es Numancia? ¿o suyos son
Los fragmentos que se ven?
¿O es en fin Jerusalén
Según la desolación?
Decid
víctimas fatales
Del destrozo el más severo
¿Quién sois? ¿y qué impulso fiero
Os motivó tantos males?
Más por lóbregas señales
Capaces de comprender,
Bien se viene a conocer
Que sois vestigios oscuros
De los barrios extramuros
A donde reinó el placer.
¿Pero que
pudo causar
El trastorno que mostráis
Con lo que nos motiváis
Compasivos a llorar?
¿Quién con tan necio pensar
Deliberó tal maldad?
Mas ya la vulgaridad
Popular dice igualmente,
Que del fuego el accidente
Juzga por casualidad.
¿Casualidad puramente
Pudo ser efecto tal?
¿Y no hay efecto casual
De culpable antecedente?
¿La inadvertencia imprudente
Del autor no antecedió
Y a su yerro no se unió
Del Cielo la permisión?
Luego es negada razón
Que lo casual lo causó.
Si hubiese duda pendiente
Opuesta a tal conclusión
Vaya la definición
Más sucinta y claramente:
Dios es la causa eficiente,
La principal y primera
De todas, y otra cualquiera
Por más potente o fecunda,
Viene a ser causa segunda
De aquella que solo impera.
Dios ha dado con fijeza
A las criaturas su oficio
Para obrar sin artificio
Según su naturaleza:
Y cuando en cualquier empresa
Obran suaves o iracundas,
Concurre Dios con profundas
Acciones con que supera,
El como causa primera,
Y aquellas como segundas.
(…) Ardió de
Jesús María
Parte de la calle Real,
Bajando el fuego infernal
Al manglar que todo ardía;
Arruinó con tiranía
A Puerto-Escondido, y
Advierta el discreto aquí,
Que su escondida malicia
Por la Divina Justicia
Quedó descubierta allí.
Dejó con el mismo ardor
A Guadalupe abrasada,
Descalzando a su calzada
Del lujo y todo esplendor:
San Nicolás ¡qué dolor!
Fue reducido a ceniza;
Y si hacemos la pesquisa
Veremos con sencillez
Que el sacrilegio tal vez
Fue la materia precisa.
(…) No ha
faltado en el retablo
De la crítica mundana
Quien presuma, y aun esplana
Que el fuego ha sido del diablo:
Mi fiel negativa entablo,
Y la razón que acomodo
Es decir, que Dios en todo
Es primero en el obrar;
Y el querer esto negar
Es yerro de cualquier modo.
(…) Tú estás,
Habana, informada
De historia tan lamentable
Que con pena inconsolable
Debes llorar admirada:
Ya miras la senda errada
Por donde la culpa gira;
Y si la razón te inspira,
Debes mirar como yo
Lo que Dios ejecutó
Con un soplo de su ira.
Te acordarás
entretanto
Que al principio te ofrecí
Mostrarte sin frenesí
El motivo de tu llanto:
No bien vistes el quebranto
De aquel incendio mortal,
Cuando con ansia fatal
Te dueles, mas tu dolencia,
No fue efecto de conciencia
Sino dolor natural.
AL MISMO
ASUNTO-DÉCIMAS GLOSADAS
Jamás se podrá olvidar.
Del fuego la
triste escena.
Motivo de
nuestra pena.
Causa de
nuestro llorar.
Del fuego la tiranía
En los barrios extramuros,
Hasta en los siglos futuros
Será memorable el día:
Calzada, Jesús María,
San Nicolás y el Manglar,
Mucho tienen que llorar
Tan triste recordación,
Y tanto que en mi opinión.
Jamás se podrá
olvidar.
Parece que
mil legiones
Infernales se acercaron
Al incendio, y que soplaron,
Los volcanes a millones:
Obstinados corazones
Lloraron con ansia plena;
El más cruel no se refrena
De consternarse entretanto,
Causando general llanto
Del fuego la
triste escena.
Arruinóse
aquel pensil,
Objeto de la alegría,
Memorable será el día
Del veinte y cinco de abril:
Caudales de mil en mil
A la nada los condena;
Ni aun con las vidas, serena
El fuego su activo ardor;
Lo que fue por más dolor
Motivo de
nuestra pena.
Año de
ochocientos dos
Climatérico sin tasa,
Allí se fijó la basa
De la venganza de Dios:
La causa no es para nos
Posible de recabar;
Pero debiendo pensar
Que fue la culpa insolente
Debe esto ser mayormente
Causa de
nuestro llorar.
000
En 11 de junio del año de 1802 se presento en las
calles públicas de la Habana el excelentísimo Señor Don Salvador de Muro y
Solazar, Marqués de Someruelos, Gobernador y Capitán General de la Isla de
Cuba, pidiendo una limosna a la puerta de cada vecino para los infelices que
sufrieron el incendio, a cuyo efecto se formaron las siguientes:
DÉCIMAS
Pásmese la vanidad
Al ver tanta
humillación
Del más alto
corazón
Sin fuerza de
autoridad.
Que el pobre
en sus desconsuelos
Pida al rico, es de forzoso;
Mas al pobre el poderoso,
Son misteriosos anhelos:
El Marqués de Someruelos
Pidió sin necesidad,
Hónrese la humanidad
Viendo un efecto tan suyo,
Rinda la Habana su orgullo,
Pásmese la
vanidad.
La indigencia
que acarrió
El cruel incendio extramuro,
Le fortaleció cual Muro
Y al remedio concurrió:
De puerta en puerta pidió
Para los pobres ¡qué acción!
¡Qué piedad tan sin ficción!
¡Qué Salvador tan al vivo!
Avergüéncese el altivo
Al ver tanta
humillación.
Miró a la
serie indigente
Tan compasivo y sin tedio,
Que en la sala del remedio
Vino a ser el presidente:
De la caridad ferviente
Le asiste el divino Don;
Calle Nabuco y Nerón,
Porque su sano desvelo
Es reprensible modelo
Del más alto
corazón.
Gobernador
fraternal
Fue de tan fieles motivos,
Como de los compasivos
El Capitán General:
Mérito tan esencial
Solo puede en realidad
Mostrar con cabalidad
De un Salazar
la energía;
Y el logró de su obra pía
Sin fuerza de
autoridad.
M. G.
Colección de poesías arregladas por un aficionado
a las musas,
La Habana, Oficina de D. J. Boloña, 1833, pp. 173-99.
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