Antonio María Claret
573. Me hallaba en Puerto
Príncipe pasando la cuarta visita pastoral a los cinco años de la llegada en
aquella Isla. Visitadas las parroquias de aquella ciudad, me dirigí a Gibara,
pasando por Nuevitas, que también de paso visité, [y] de Gibara, puerto de mar,
dirigí la marcha a la Ciudad de Holguín. Había algunos días que me hallaba muy
fervoroso y deseoso de morir por Jesucristo; no sabía ni atinaba a hablar sino
del divino amor con los familiares y con los de afuera que me venían a ver,
tenía hambre y sed de padecer trabajos y de derramar la sangre por Jesús y
María; aun en el púlpito decía que deseaba sellar con la sangre de mis venas
las verdades que predicaba.
574. El día 1.° de febrero de
1856, habiendo llegado a la Ciudad de Holguín, abrí la santa [visita] pastoral,
y como era la víspera de la fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen
María, les prediqué de este adorable misterio, haciéndoles ver el grande amor
que nos manifestó la Santísima Virgen al ofrecer su Santísimo Hijo para la
pasión y muerte por nosotros. Las cosas que yo dije y cómo las dije, yo no lo
sé; pero decían que fui feliz como nunca. El sermón duró hora y media.
575. Yo bajé del púlpito
fervorosísimo, cuando he aquí que al concluir la función salimos de la Iglesia
para irme a la casa de mi posada, acompañado de cuatro sacerdotes y de mi paje
Ignacio, de un sacristán con un farol o linterna para alumbrar, pues que el
tiempo estaba obscuro y eran las ocho y media de la noche. Habíamos salido de
la Iglesia, ya estábamos en la calle Mayor, calle ancha y espaciosa; había por
uno y otro lado mucha gente, y todos me saludaban. Se acercó un hombre como si
me quisiera besar el anillo, pero al instante alargó el brazo armado con una
navaja de afeitar y descargó el golpe con toda su fuerza. Pero como yo llevaba
la cabeza inclinada y con el pañuelo que tenía en la mano derecha me tapaba la
boca, en lugar de cortarme el pescuezo como intentaba, me rajó la cara, o
mejilla izquierda, desde frente [a] la oreja hasta la punta de la barba, y de
escape me cogió e hirió el brazo derecho, con que me tapaba la boca, como he
dicho.
576. Por donde pasó la navaja
partió toda la carne hasta rajar el hueso o las mandíbulas superior e inferior.
Así es que la sangre salía igualmente por fuera como por dentro de la boca. Yo
al instante, con la mano derecha agarré la mejilla para contener el chorro de
la sangre y con la mano izquierda apretaba la herida del brazo derecho.
Cabalmente estaba allí cerca una botica, y yo dije: Entremos aquí, que
tendremos más a mano los remedios. Como los facultativos de la Ciudad y del
Regimiento se hallaban en el sermón y salían de la Iglesia con la demás gente,
al instante corrió la voz, y al momento se presentaron. Al verme quedaron
espantados al ver a un Prelado, vestido de capisayos y pectoral, todo bañado en
sangre; y además de ser Prelado era un amigo, porque me querían y me veneraban.
Al verme quedaron tan estupefactos, que yo tenía que alentarlos y decirles lo
que habían de practicar, pues que yo me hallaba muy tranquilo y muy sereno.
Dijeron los mismos facultativos que la sangre que había salido por las heridas
no bajaba de cuatro libras y media. A causa de la falta de sangre tuve un
pequeño desmayo, que luego volví en mí tan pronto como me dieron a oler un poco
de vinagre.
577. Hecha la primera cura, con
una parihuela me llevaron a la casa de mi posada. No puedo yo explicar el
placer, el gozo y alegría que sentía mi alma al ver que había logrado lo que
tanto deseaba, que era derramar la sangre por amor de Jesús y de María y poder
sellar con la sangre de mis venas las verdades evangélicas. Y hacía subir de
punto mi contento el pensar que esto era como una muestra de lo que con el
tiempo lograría, que sería derramarla toda y consumar el sacrificio con la
muerte. Me parecía que estas heridas eran como la circuncisión de Jesús, y que
después con el tiempo tendría la dichosa e incomparable (suerte) de morir en la
cruz de un patíbulo, de un puñal de asesino o de otra cosa así.
578. Esta alegría y gozo me duró
todo el tiempo que estuve en cama, por manera que alegraba a cuantos me
visitaban. Y me fue después pasando esta alegría a proporción que se iban
cicatrizando las heridas.
579. En la curación de las
heridas ocurrieron tres cosas prodigiosas que brevemente consignaré aquí: la
primera fue la curación momentánea de una fístula que los facultativos me
habían dicho que duraría. Con el corte de la herida se rompieron completamente
los conductos de las glándulas salivales; así es que la saliva, líquida como el
agua, me salía por un agujerito en medio de la raja o cicatriz de la herida de
la mejilla frente de la oreja. Los facultativos trataban de hacer una operación
dolorosa y poco ventajosa; quedamos para el día siguiente. Yo me encomendé a la
Santísima Virgen María y me ofrecí y resigné a la voluntad de Dios, y al
instante quedé curado; por manera que, cuando los facultativos al día siguiente
vieron el prodigio, quedaron asombrados.
580. El segundo prodigio fue que
la cicatriz del brazo derecho quedó como una imagen de relieve de la Virgen de
los Dolores, de medio cuerpo, y además del relieve tenía colores blanco y morado;
en los dos primeros años se conocía perfectísimamente, por manera que era la
admiración de los amigos que la vieron; pero después se fue desvaneciendo
insensiblemente, y en el día ya se conoce bien poco.
581. El tercero fue el
pensamiento de la Academia de San Miguel, pensamiento que tuve en los primeros
(días) de hallarme en la cama, que tan pronto como me levanté empecé a dibujar
la estampa y a escribir el Reglamento, que en el día está aprobado por el
Gobierno con Real cédula y celebrado y recomendado por el Sumo Pontífice Pío
IX.
582. La Reina y el Rey son los
primeros que se alistaron y después se han formado muchísimos coros, y hacen un
bien incalculable. Sea todo para la mayor gloria de Dios y bien de las almas.
583. El asesino fue cogido en el
acto y fue llevado a la cárcel. Se le formó causa y el juez dio la sentencia de
muerte, no obstante que yo, en las declaraciones que me había tomado, dije que
le perdonaba como cristiano, como Sacerdote y como Arzobispo. luego que el
capitán general de la Habana, D. José de la Concha, lo supo, hizo un viaje
expresamente y me vino a ver. Y yo le supliqué el indulto y le dije que le
sacaran de la Isla para que la gente no le asesinara, como se temía, por
haberme herido; tal era el dolor e indignación que tenían de ver que me había
herido y al propio tiempo el bochorno y vergüenza que les causaba el que en su
país se hubiese herido a su prelado.
584. Yo me ofrecí a pagarle el
viaje para que le llevaran a su tierra, que era de la Isla de Tenerife, de
Canarias, y se llamaba Antonio Pérez, a quien yo el año anterior había hecho
sacar de la cárcel sin conocerle, no más porque sus parientes me lo suplicaron,
y yo para hacer aquel bien lo pedí a las Autoridades; y me complacieron y le
soltaron, y en el año siguiente me hizo el favor de herirme. Digo favor porque
yo lo tengo a grande favor que [me] hizo el cielo, de lo que estoy sumamente
complacido, y estoy dando gracias a Dios y a María Santísima continuamente.
"Capítulo III". Autobiografía del Arzobispo Antonio María Claret. Tomado de www.apostoladosanjose.es
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