Virgilio Piñera
Ofrecemos aquí, por primera vez en español, algunos
fragmentos de Las 120 Jornadas de Sodoma, la obra capital del Marqués de
Sade. Estas ciento veinte jornadas son como la culminación paroxística de todos
sus escritos sobre la vida sexual del hombre; vida sexual que, para decirlo de
una vez, es una de las cuatro patas sobre las que descansa la gran mesa humana.
Así lo entendía Sade, quien dedicó veinte y siete años de encierro en
Vincennes, La Bastilla y Charenton a proyectar luz vivísima sobre la oscura
conducta sexual del hombre.
Pero como Sade no era un científico, como Sade no era un Freud, tenía
que poner sobre un plano artístico el resultado de sus observaciones. Si, por
otra parte, levantar cualquier punta del velo de esa vida sexual ha significado
para quien osara hacerlo una franca repulsa -a tal punto son los hombres
hipócritas; si el científico que la estudia, escudado en la ciencia, no escapa
a esta repulsa, podremos entonces comprender fácilmente los anatemas, diatribas
y excomuniones lanzados contra Sade y su obra. Él no podía escapar a esa ley de
los grandes creadores, cuyas obras han sido siempre puestas en todos los
índices -desde los de la Iglesia hasta los de la burguesía.
En
relación con esto, resulta curioso exponer la variabilidad de los juicios sobre
el "divino Marqués". Su siglo lo tuvo por loco (pasó el fin de su
vida en Charenton, casa de alienados), y su obra fue considerada pura
pornografía. El siglo XIX aceptó este juicio, colocando a Sade, es verdad, a la
cabeza de los escritores pornográficos, pero nada más. Los albores del XX,
vieron ya en los estudios de Iwan Bloch y en la edición de las 120 Jornadas,
debida a Maurice Heine, un serio intento de situar a Sade en su verdadero rango de gran artista, de creador
genial. La crítica de los últimos años ha ido más allá; Sade no es sólo un gran
artista, es también un moralista, como lo demuestra Maurice Nadeau en su
profundo ensayo. No pasarán muchos años sin que estas 120 Jornadas sean editadas
para el gran público; y tampoco pasarán muchos más sin que estas 120 Jornadas
sean, al igual que el Decamerón, el Ars Amandi o los Raggionamcnti, texto a
estudiar en liceos y universidades.
Se
ha dicho: Sade es un desmesurado, deja pequeños en punto a pornografía a
contemporáneos suyos como Retif de la Bretonne, Crebillon (hijo), Senac de
Meilhan. Paradis de Moncrif, Andrés Roberto de Nerciat, etc. etc. Es
precisamente con este desmesuramicnto, con este furor erótico que Sade descubre
el complejo mecanismo del sexo, dejando muy atrás la pura ganga de la
pornografía. Todos esos escritores, a diferencia de Sade, se limitaron a
describir la vida galante del siglo XVIII en Francia. En ninguno de ellos vamos
a encontrar lo que en Sade: una problemática sexual, una teoría de la conducta
sexual del hombre, y más aún, una metafísica del Eros. Y por si todo esto fuese
poco, un sentido del humor que también a todos ellos falta o que si lo tienen,
es de pocos quilates. Un moralista al uso, uno de esos moralistas que siempre
estarán dispuestos a "denunciar" los escritos del Marqués; cualquiera
de estos moralistas que no tendrían la genialidad de poner su vida sexual
encanallada al descubierto y la ocultan celosamente en una “casita de las
afueras”; tomará siempre al pie de ejemplo, lee en Justina o los infortunios de la
virtud, que Julieta, en el afán de superar las monstruosidades de la
princesa Olimpia Borghese, prende fuego a todos los hospitales de Ronia, no
vería en ese episodio un delicioso humor, negro si se quiere, pero humor al
fin. Creerá ingenuamente que la lectura de ese episodio hará salir de sus casas
a miles de mujeres hasta entonces honradas dispuestas a quemar los hospitales
de sus respectivas ciudades.
Pero
dejemos al lector juzgar por sí mismo. Le creemos inteligente, sin moral al
uso, sabedor que si debe leerse un escritor como Kafka que expresa, a través
del terror, el absurdo de la vida humana, también está en el deber de
informarse sobre un escritor llamado Sade que expresa, por medio del terror, la
oscura vida sexual del hombre.
Ciclón, La Habana, vol. 1, no 1, enero, 1955.
No hay comentarios:
Publicar un comentario