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martes, 13 de agosto de 2013

Barberías





  Wen Gálvez

 No cobran más que diez centavos, pero lo desuellan a uno. La barbería americana es como todas las barbería, solo que los barberos no usan motas para polvos ni cepillos para quitarlos.
 Por demás, ni se nota que es americana.
 Los sillones, de lujo, se echan hacia atrás como los de los dentistas; en las paredes, cromos y en los tocadores pomos más o menos charros. La perfumería, mala.
Los sábados hay que esperar turno, y no queda campesino que no deje la barba o el pelo en los barber shops.
 Se sienta uno, le embadurnan la cara de jabón, le pasan la mano para ablandar el vello, y después comienza Cristo a padecer.
 Verdad que no limpian la navaja con el dedo como en Santiago de las Vegas, pero no tienen el arte de manejarla.
 Después, lo de siempre, un poco de alcohol muy desvanecido, y se acabó. Si tiene usted algún barro, se lo exprimen sin previa consulta y le frotan sin inquirir tampoco su voluntad, con piedra infernal. 
 Para que el parroquiano no se hastíe mientras espera su turno hay periódicos ilustrados sobre una mesa, destacándose la Gaceta de Policía de Nueva York, donde no faltan nunca dramas espeluznantes.
 No falta tampoco el negrito limpia-botas, atento a todo el que entra para decir “¿Shu Chain?” equivalente al “¿va a limpiá?” de los limpiabotas de la acera del Louvre de La Habana.

 Tampa, impresiones de un emigrado, Establecimiento Tipográfico "Cuba", 1897, p. 119-20.

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