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domingo, 21 de julio de 2013

Perros de Cuba




  
 Existe en Cuba otra variedad de perros feroces y traidores (fig. 192), cuyos individuos se consideran como mestizos del moloco y del braco.
 Origen-. A la raza española del moloso, cruzada con los bloodhounds (sabuesos), se debe el origen de esos horribles dogos de los países esclavos de América. Se tiene mucho cuidado en conservar pura la raza y siempre se paga un elevado precio por uno de estos perros.
 APTITUDES Y EMPLEO.—Para vergüenza y baldón de los tiempos modernos, empleábanse aun estos animales durante 1798 en la caza de hombres, mas no por los españoles sino por los ingleses.
 Sus naturalistas no dicen apenas nada del perro de Cuba, pero el hecho es positivo; y sucedía en la época en que los ingleses eran tan acérrimos partidarios de la esclavitud, como enemigos son hoy. Los negros cimarrones de la Jamaica se habían sublevado; no era posible dominarles por los medios ordinarios, y como la rebelión tomara mayores proporciones, inspirando ya gran temor, el gobierno mandó buscar en la Habana un centenar de cazadores de negros con sus perros correspondientes. El general Walpole quiso pasar en revista aquella fuerza, y acompañado del coronel Skiner, trasladose a un sitio llamado los Siete Ríos, donde debía verificarse la parada. Apenas llegaron, aparecieron los cazadores, en número de cuarenta, en lo alto de una colina, formados en batalla, y a la voz de fuego dispararon al aire sus armas, mientras que los perros alineados delante de ellos y sin sus bozales, aunque retenidos por las cuerdas, se precipitaron hacia adelante con inusitada furia. 
 Queríase que viese el general cómo se portarían aquellos animales en un verdadero ataque después de sufrir el fuego de los negros cimarrones; y en efecto, apenas se hizo la descarga, precipitáronse hacia adelante los sabuesos, arrastrando con irresistible fuerza a los que les sujetaban. Algunos de estos animales, embriagados por el olor de la pólvora, y tirando de sus cuerdas, se abalanzan sobre las escopetas de varios cazadores, se las arrancan y las hacen pedazos; y tal fue su ímpetu, que costó mucho trabajo impedirles que acometiesen al mismo general. Este tuvo por conveniente volver presuroso a su coche, y aun fue necesario recurrir a todos los medios violentos para que aquellos feroces caballos no despedazaran a los caballos. Cuando llegó la hora de la batalla contra los negros, bastó la simple aparición de los sabuesos para que aquellos hombres, que se habían defendido con intrepidez en los demás combates, se sometieran sin resistencia.
 No podemos formarnos una idea de las atrocidades cometidas en aquella caza de hombres, confirmadas por hechos, que desgraciadamente no son de una época muy lejana.  Algunos años antes de que la isla de Santo Domingo fuese arrancada a la dominación francesa, la historia del perro en aquellos hermosos países se enlazaba aun con las páginas más sangrientas del género humano. En la última guerra que se emprendió contra los negros cimarrones, o rebeldes, según se los llamaba entonces, los blancos empleaban ordinariamente los sabuesos para comenzar el ataque, y algunos colonos llevaron la barbarie hasta el punto de arrojar sus esclavos a los perros a fin de que los devorasen vivos. Para amaestrar a los sabuesos cazadores de hombres, era preciso tenerlos en una perrera enrejada como una jaula: cuando jóvenes, se les alimentaba con sangre de otros animales, aunque en pequeña cantidad, y apenas comenzaban a crecer, enseñábanles de vez en cuando un monigote de bambú que figuraba un negro. El interior del maniquí estaba lleno de sangre y tripas: los perros mordían los barrotes que les retenían prisioneros, y a medida que se acrecentaba su impaciencia, acercábanles más la efigie del negro. Procediendo de este modo, disminuía al mismo tiempo diariamente la ración de los animales, hasta que al fin les tiraban el maniquí; y mientras le hacían pedazos con extremada voracidad, tratando de sacar los intestinos, acariciábanles sus amos como para excitarles más. De este modo se iba desarrollando la animosidad de estos perros hacia los negros, a la par que su afecto por los blancos; y una vez completada esta educación, se les podía enviar ya a la caza.
 El desgraciado negro no tenía medio alguno de escapar: por tierra era perseguido y hecho pedazos, y si buscaba refugio en un árbol, descubríanle los ladridos de los feroces sabuesos y caía en poder de sus amos, más feroces aun que aquellos animales. Bastante mal guardados en la proximidad del Cabo francés, estos perros se soltaron algunas veces, y habiendo encontrado niños negros en el camino, acometiéronles y los devoraron en un abrir y cerrar de ojos. En otras ocasiones penetraban en los bosques circunvecinos, y sorprendiendo a una familia de labradores negros cuando iban a tomar su mísero alimento, arrebataban al recién nacido del seno de su madre, o bien hacían pedazos al hombre y toda la familia. Estos sabuesos volvían después a la perrera, con sus hediondas fauces cubiertas aun con la sangre de las víctimas, consideradas como inocentes por los mismos colonos, a quienes alimentaban con su trabajo.
 Si hay algún espectáculo horrible en la historia, es seguramente el que nos presenta al hombre sirviéndose así de la inteligencia para depravar a los animales mismos, e inspirando a la naturaleza viviente sus criminales pasiones contra su propia especie. De esperar es que se extinguirá esta raza de sabuesos cazadores de hombres, juntamente con la esclavitud, que es un resto de barbarie.
 Aun hoy día se utilizan estos perros en Cuba, no solo para la caza de bueyes salvajes y las corridas de toros, sino también para la persecución de asesinos y bandoleros, y principalmente de negros fugitivos. «Yo he formado parte, dice Revoil, de una expedición de este género, hallándome en una plantación de Luisiana, en los alrededores de Baton-Rouge; y confieso que si no hubiera sido por consideración a la hospitalidad del plantador de Fairfax-Lodge, me habría ocultado en algún sitio del bosque donde buscábamos dos cimarrones, y hubiese tirado sobre los dos monstruos de cuatro patas, que seguían la pista a los infelices negros.»
 A pesar de su violencia natural, estos perros se emplean igualmente en las Indias occidentales para conducir los rebaños que atraviesan los ríos.
 Cuando llegan buques a las colonias con un cargamento de ganado, se izan las reses con una cuerda atada a los cuernos, y los perros ayudan a estos animales a ganar la orilla si ocurre un percance. Sucede a veces que el buey, suspendido por la cabeza, se desprende y cae al río, y entonces le cogen dos perros por las orejas, y le obligan a nadar en dirección a la orilla. Cuando el buey toca tierra, estos perros, aunque de mala índole, sueltan al momento la presa.


 La Creación: Historia Natural, 1872, p. 199 y ss. 

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