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miércoles, 17 de julio de 2013

El perro





Carlos Augusto Alfonso


Suena el timbre,
soy el perro de Pavlov,
que ha perdido sus días y sus noches,
buscando por reflejo lo que otros cazaron.

Suena el timbre
     y me busco,
     hay un olor distinto al de su miedo;
     hay nuevos homenajes,
     ya no pican las pulgas mis lunares,
     no salen a buscarme,
     mi paseo está en los sinsabores.

Suena el timbre
     y me engañan los no he sido,
     hay una luz de arriba,
     para una flor de hormona,
     para el hijo negado,
     para el cebo de asilo.

Suena el timbre
     y me asedian las voces de un recreo,
     la corriente es el coro,
     el actor, es la mano que me da la comida.
     Más tarde que temprano
     ensayan los músicos del foso,
     es una ceremonia sin maestro,
     un recuerdo de otro, hay un último día,
     hay un perro vecino,
     es un país entero.

Suena el timbre,
     me aclaman mis bacilos,
     y mi rabia expresa gustativa,
     nuevas inhibiciones.
     Hay un cambio de guardia,
     hay una nueva hora,
     lo sé por mi saliva.
     Me paro y soy más alto,
     ya no me dan entrada,
     porque saben que siempre
     regreso sin un pelo.

Suena el timbre,
     y creo que los llamo,
     sabios masturbadores,
     sentido por sentido.
     Un shock en la cabeza de mis antiguos amos
     no eran degenerados,
     y saben que los huelo.
     Ahí viene el corrientazo,
     ya oigo la escudilla,
     voy a morder la mano.

Suena el timbre,
     y creo que no puedo,
     trato de concentrarme,
     segregaré en silencio
     para ser lo que era:
     el peregrino Pablo,
     el peregrino Pablo
     persiguiendo a un cristiano,
     el peregrino Pablo convertido,
     el peregrino Pablo capturado,
el peregrino Pavlov, pendiente de la puerta.


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