Carlos Augusto Alfonso
Suena el timbre,
soy el perro de Pavlov,
que ha perdido sus días y sus noches,
buscando por reflejo lo que otros cazaron.
Suena el timbre
y me busco,
hay un olor
distinto al de su miedo;
hay nuevos
homenajes,
ya no pican
las pulgas mis lunares,
no salen a
buscarme,
mi paseo está
en los sinsabores.
Suena el timbre
y me engañan
los no he sido,
hay una luz de
arriba,
para una flor
de hormona,
para el hijo
negado,
para el cebo
de asilo.
Suena el timbre
y me asedian
las voces de un recreo,
la corriente
es el coro,
el actor, es
la mano que me da la comida.
Más tarde que
temprano
ensayan los
músicos del foso,
es una
ceremonia sin maestro,
un recuerdo de
otro, hay un último día,
hay un perro
vecino,
es un país
entero.
Suena el timbre,
me aclaman mis
bacilos,
y mi rabia
expresa gustativa,
nuevas
inhibiciones.
Hay un cambio
de guardia,
hay una nueva
hora,
lo sé por mi
saliva.
Me paro y soy
más alto,
ya no me dan
entrada,
porque saben
que siempre
regreso sin un
pelo.
Suena el timbre,
y creo que los
llamo,
sabios
masturbadores,
sentido por
sentido.
Un shock en la
cabeza de mis antiguos amos
no eran
degenerados,
y saben que
los huelo.
Ahí viene el
corrientazo,
ya oigo la
escudilla,
voy a morder
la mano.
Suena el timbre,
y creo que no
puedo,
trato de
concentrarme,
segregaré en
silencio
para ser lo
que era:
el peregrino
Pablo,
el peregrino
Pablo
persiguiendo a
un cristiano,
el peregrino
Pablo convertido,
el peregrino
Pablo capturado,
el peregrino Pavlov, pendiente de la puerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario