Roberto Agramonte
El Padre —como le llaman cariñosamente—
es de estatura mediana, y cenceño. Su tez es cetrina. Su perfil angular. Es
miope en sumo grado, y usa espejuelos cuadrilongos. Su temperamento es
hipersensible, a tal extremo que cuando en el gabinete de física carga las
cajas galvánicas, la corriente que llega hasta la turca —que así denominan a la
bata que usa— ha herido su sensibilidad y ha tenido que suspender la clase. Su vida
es severa, y gracias a la disciplina del cuerpo y a la subyugación de la mente
ha obtenido una maravillosa visión espiritual. Sólo aconseja o trata de
remediar; y cuando amonesta, lo hace con exquisita cortesía, con un perfecto
tacto, incapaz de lastimar. No habla nunca sin pensar y sólo dice lo que es
sensato y amable. El Padre pasa la mayor parte de su tiempo en la habitación
donde estudia. Esta habitación existe todavía. Prepara con ahínco sus
lecciones, toma notas, ordena los tópicos y medita profundamente. En sus Apuntes acerca de la distribución del tiempo
alaba "la ociosidad constante y laboriosa". Podría haber repetido el
dictum de Leibniz: "aquel que pierde una hora, pierde una parte de la
vida". Le suele acompañar un discípulo ejemplarísimo, un verdadero
colaborador que le lee diariamente. El discípulo tiene quince años, pero se
interesa ávidamente en las abstrusas cuestiones filosóficas a que vive
consagrado su maestro. Ha de ser con el tiempo un gran orador. Ha de ser ciego
y ha de ver claro. Uno y otro día le lee al maestro. Un día están trabajando en
colaboración. Al adolescente se le hace insoportable la monserga del libro
escolástico que lee. Se detiene, reflexiona y le pregunta a su maestro: “¿Para
qué sirve todo esto?” El discípulo ha visto que este tipo de
saber no es vector de progreso, es árido e incomprensible, al igual que los textos krausistas contra los que ha de
reaccionar otro filósofo cubano, Enrique José Varona.
El maestro piensa que un conocimiento inútil no puede ser un conocimiento verdadero. Con este
sencillo episodio se va a producir un cambio radical en las ideas filosóficas
sustentadas en Cuba hasta ese momento. El Padre va a dar el golpe de
muerte al escolasticismo, a la filosofía oficial.
"El Padre Valera" (frag), Universidad de La Habana, junio-julio, 1937, pp. 64-87.
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