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sábado, 8 de junio de 2013

Las gallinas de Machado





  
  Carlos Ripoll


 En 1926 se produjo un secuestro importante en la provincia de Camagüey: del colono de Ciego de Ávila Enrique Pina, coronel del Ejército Libertador. Se pidieron 50 mil pesos de rescate, los cuales fueron entregados de acuerdo con las indicaciones de los secuestradores. La reacción del pueblo no se hizo esperar. El editorial de la revista Carteles, publicado el 28 de marzo de 1926, deja ver el estado de ánimo de la población, el origen del mal por el desplazamiento del campesino ante la expansión de las empresas extranjeras, la complicidad de la fuerza pública con éstas, el desamparo del trabajador y la respuesta que se le recomendaba al gobierno (“Medidas excepcionales”) ante el problema de la delincuencia rural; dice:
 En otro tiempo el bandolerismo fue una enfermedad social endémica en nuestro país. Mas, por convicción unánime, se achacaban sus manifestaciones más agudas al desacuerdo profundo que existía entre la población campesina cubana y las autoridades coloniales... Pero, desde hace algún tiempo, los brotes depredatorios se suceden con extraña frecuencia, como si en sus autores obraran extraños agentes psíquicos de aliento, produciendo en ellos la ilusión de una posible impunidad... Expulsado el guajiro de la pequeña finca cultivada por sus padres desde tiempo inmemorial, con la transformación de la propiedad agrícola durante los últimos veinte años, y reducido a la condición de jornalero cortador de caña, hace mucho tiempo que la más extremada pobreza es su compañera inseparable.
 Poco a poco, una especie de reacción moral se ha ido produciendo en el ánimo de los pobladores de nuestras campiñas, en cuanto a sus relaciones con el poder político y sus agentes visibles, ante la consideración del abandono en que viven, entregados sin defensa alguna a la desconsiderada explotación de las empresas extranjeras dueñas hoy de casi todos los centrales de moler azúcar, los cuales, con las compañías ferrocarrileras, son los centros de trabajo más abundantes y activos en los campos y pequeñas poblaciones.
 En sus conflictos económicos con la administración de estas empresas, han visto invariablemente a la fuerza pública puesta al servicio de sus explotadores, en cooperación con los guardias jurados de las fincas para perseguirlos y amedrentarlos... Ante la funesta recrudescencia del bandolerismo que estamos sufriendo, nuestros gobernantes deben apelar a todas sus aptitudes de estadistas y sociólogos, sin perjuicio de dirigir una llamada al orden a las fuerzas encargadas de cuidar la tranquilidad de los campos... El pueblo de Cuba se encuentra, en general, satisfecho de la actitud rectificadora y ejecutiva de sus actuales gobernantes, pero ciertos males de honda raíz en la vida social exigen medidas excepcionales para ser combatidos.
 El más importante de los secuestradores en esos días era el isleño Secundino Rosales. Empezaron entonces los linchamientos de los canarios a quienes se suponía cómplices en el delito, y de otros inocentes compatriotas suyos acusados de estar fuera de la ley, y a quienes las autoridades llamaban “elementos maleantes”.
 La abolición de la esclavitud había creado en el siglo anterior, en algunas zonas de la isla, escasez de mano de obra, y después de fracasar con la importación de asiáticos, se trajeron numerosas familias canarias a Las Villas. Igual sucedió a principios de la República al disminuir los obreros agrícolas, cuando con el crecimiento de los latifundios la United Fruit tuvo que importar varios cientos de isleños para la explotación de sus tierras. En muchos braceros de las Islas Canarias se cebó la ira de las autoridades a partir del secuestro de Pina. Los colgaban de los árboles y volaban las auras tiñosas sobre los cadáveres: el pueblo las llamaba “las gallinas de Machado”. El 22 de mayo de 1926 capturaron a Rosales en Las Villas, y el 11 de julio apareció ahorcado en la letrina del cuartel del ejército en Ciego de Ávila.
 Es notable la indiferencia del pueblo cubano ante aquellos crímenes. La misma revista Carteles, antes citada, poco después de su protesta por el bandolerismo, publicó una caricatura, que se reproduce en este libro, en la que, con el título de “Charleston Isleño” aparece un ahorcado en el momento de su agonía. No debe olvidarse que hasta poco antes de la presidencia de Machado, se consideraba la captura de bandidos como motivo para conceder la Orden del Mérito Militar.
 Cuenta el juez Ángel G. Cárdenas en su libro De las memorias de un exjuez. Soga y sangre. Una página de horror del machadato y su acusación pública (1933), algunos de cuyos pasajes aparecen reproducidos en el Índice histórico de la provincia de Camagüey, 1899-1952 (1970), del que aquí se cita, que Rosales trabajaba para Pina, quien era colono del central Stewart, pero que cuando le pidió 5 pesos que necesitaba para medicinas, por haber contraído paludismo, el coronel se los negó en medio de insultos. Después de varios atracos, con tres cómplices llevó entonces a cabo el secuestro de Pina: dos escaparon, el tercero era otro isleño, Eduardo Chinea, quien fue después también asesinado por sus captores. Dijo el Dr. Cárdenas en su escrito:
 La obra de la justicia, aplicada legalmente al delincuente, eleva y dignifica al ejecutor. Pero el crimen realizado en nombre de la justicia, y a espaldas de la ley, eleva y dignifica a la víctima, sea quien sea, y la coloca por encima del criminal. Si el crimen se ejecuta con abuso de autoridad o de fuerza, o bajo la impunidad del poder, entonces ese crimen es más horrendo y monstruoso. La víctima se hace merecedora de mayor respeto, y más elevada consideración que su victimario.

 Ripoll, Carlos: El bandolerismo en Cuba, desde el descubrimiento hasta el presente. New York: Editorial Dos Ríos, 1998.

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