Carlos Ripoll
En 1926 se produjo un secuestro
importante en la provincia de Camagüey: del colono de Ciego de Ávila Enrique
Pina, coronel del Ejército Libertador. Se pidieron 50 mil pesos de rescate, los
cuales fueron entregados de acuerdo con las indicaciones de los secuestradores.
La reacción del pueblo no se hizo esperar. El editorial de la revista Carteles,
publicado el 28 de marzo de 1926, deja ver el estado de ánimo de la población,
el origen del mal por el desplazamiento del campesino ante la expansión de las
empresas extranjeras, la complicidad de la fuerza pública con éstas, el
desamparo del trabajador y la respuesta que se le recomendaba al gobierno
(“Medidas excepcionales”) ante el problema de la delincuencia rural; dice:
En otro tiempo el bandolerismo
fue una enfermedad social endémica en nuestro país. Mas, por convicción
unánime, se achacaban sus manifestaciones más agudas al desacuerdo profundo que
existía entre la población campesina cubana y las autoridades coloniales...
Pero, desde hace algún tiempo, los brotes depredatorios se suceden con extraña
frecuencia, como si en sus autores obraran extraños agentes psíquicos de
aliento, produciendo en ellos la ilusión de una posible impunidad... Expulsado
el guajiro de la pequeña finca cultivada por sus padres desde tiempo
inmemorial, con la transformación de la propiedad agrícola durante los últimos
veinte años, y reducido a la condición de jornalero cortador de caña, hace
mucho tiempo que la más extremada pobreza es su compañera inseparable.
Poco a poco, una especie de reacción
moral se ha ido produciendo en el ánimo de los pobladores de nuestras campiñas,
en cuanto a sus relaciones con el poder político y sus agentes visibles, ante
la consideración del abandono en que viven, entregados sin defensa alguna a la
desconsiderada explotación de las empresas extranjeras dueñas hoy de casi todos
los centrales de moler azúcar, los cuales, con las compañías ferrocarrileras,
son los centros de trabajo más abundantes y activos en los campos y pequeñas
poblaciones.
En sus conflictos económicos con la
administración de estas empresas, han visto invariablemente a la fuerza pública
puesta al servicio de sus explotadores, en cooperación con los guardias jurados
de las fincas para perseguirlos y amedrentarlos... Ante la funesta
recrudescencia del bandolerismo que estamos sufriendo, nuestros gobernantes
deben apelar a todas sus aptitudes de estadistas y sociólogos, sin perjuicio de
dirigir una llamada al orden a las fuerzas encargadas de cuidar la tranquilidad
de los campos... El pueblo de Cuba se encuentra, en general, satisfecho de la
actitud rectificadora y ejecutiva de sus actuales gobernantes, pero ciertos
males de honda raíz en la vida social exigen medidas excepcionales para ser
combatidos.
El más importante de los
secuestradores en esos días era el isleño Secundino Rosales. Empezaron entonces
los linchamientos de los canarios a quienes se suponía cómplices en el delito,
y de otros inocentes compatriotas suyos acusados de estar fuera de la ley, y a
quienes las autoridades llamaban “elementos maleantes”.
La abolición de la esclavitud había
creado en el siglo anterior, en algunas zonas de la isla, escasez de mano de
obra, y después de fracasar con la importación de asiáticos, se trajeron
numerosas familias canarias a Las Villas. Igual sucedió a principios de la
República al disminuir los obreros agrícolas, cuando con el crecimiento de los
latifundios la United Fruit tuvo que importar varios cientos de isleños para la
explotación de sus tierras. En muchos braceros de las Islas Canarias se cebó la
ira de las autoridades a partir del secuestro de Pina. Los colgaban de los
árboles y volaban las auras tiñosas sobre los cadáveres: el pueblo las llamaba
“las gallinas de Machado”. El 22 de mayo de 1926 capturaron a Rosales en Las
Villas, y el 11 de julio apareció ahorcado en la letrina del cuartel del
ejército en Ciego de Ávila.
Es notable la indiferencia del
pueblo cubano ante aquellos crímenes. La misma revista Carteles, antes citada,
poco después de su protesta por el bandolerismo, publicó una caricatura, que se
reproduce en este libro, en la que, con el título de “Charleston Isleño” aparece
un ahorcado en el momento de su agonía. No debe olvidarse que hasta poco antes
de la presidencia de Machado, se consideraba la captura de bandidos como motivo
para conceder la Orden del Mérito Militar.
Cuenta el juez Ángel G. Cárdenas en
su libro De las memorias de un exjuez. Soga y sangre. Una página de
horror del machadato y su acusación pública (1933), algunos de cuyos pasajes
aparecen reproducidos en el Índice histórico de la provincia de Camagüey,
1899-1952 (1970), del que aquí se cita, que Rosales trabajaba para Pina, quien
era colono del central Stewart, pero que cuando le pidió 5 pesos que necesitaba
para medicinas, por haber contraído paludismo, el coronel se los negó en medio
de insultos. Después de varios atracos, con tres cómplices llevó entonces a
cabo el secuestro de Pina: dos escaparon, el tercero era otro isleño, Eduardo
Chinea, quien fue después también asesinado por sus captores. Dijo el Dr.
Cárdenas en su escrito:
La obra de la justicia, aplicada
legalmente al delincuente, eleva y dignifica al ejecutor. Pero el crimen
realizado en nombre de la justicia, y a espaldas de la ley, eleva y dignifica a
la víctima, sea quien sea, y la coloca por encima del criminal. Si el crimen se
ejecuta con abuso de autoridad o de fuerza, o bajo la impunidad del poder,
entonces ese crimen es más horrendo y monstruoso. La víctima se hace merecedora
de mayor respeto, y más elevada consideración que su victimario.
Ripoll, Carlos: El bandolerismo
en Cuba, desde el descubrimiento hasta el presente. New York: Editorial Dos
Ríos, 1998.
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