por Ramón Arroyo
«Correspondiendo a una
amable invitación del autor, voy a
preceder su trabajo con unas cuantas líneas, muy mal trazadas por cierto; pero
que a mí se me antojan de una brillantez extraordinaria.
Tenía el firme y decidido
propósito de que mi nombre no figurase para nada en ninguna manifestación de carácter
público. Después de las últimas hazañas, cargando incluso con las que otros han
hecho, harto de halagos, quería permanecer oculto y alejado completamente del engorroso y pesado contacto con la
opinión. Me siento abrumado. Mi pobre contextura, endeble y hueca, no puede
resistir el peso enorme de la Fama. Poderosas razones sabría alegar en abono de
mi buen ganado reposo. Entre otras, la de que no me conviene, por ahora, que
nadie sepa que existo. La incógnita en torno a la actuación de un hombre tan
laborioso como yo presupone días, y hasta noches, de holgura y de abundancia. Estoy
a la expectativa, como dicen a menudo los grandes políticos. Además, ustedes no
me comprenderían; ustedes se hallan maleados por el ambiente en que viven y no
están capacitados para oir la palabra sana, dulce y convincente de un bandolero
de mi superior condición.
Les decía yo, que no me agradaba que en las
presentes circunstancias la gente se acordara de mí. Pero considero un deber de
profesión, al cual no puedo faltar sin que se merme mi prestigio de bandido,
romper ésa, mi adorable quietud casi beatífica, en los precisos momentos que va
a editarse un libro como el Manual del
perfecto sinverguenza, llamado a hacerle cumplida justicia a nuestra
sufrida clase y a librarla, con la enseñanza, de los humanos errores que todos
los malhechores padecemos.
Yo he tenido el honor y la suprema dicha de
leer con interés, sin perder detalles, el Manual
del perfecto sinverguenza; y declaro, que con el transcurso del tiempo
puede y debe llegar a ser declarado de utilidad pública y obligatorio en
las escuelas de Cuba.
A mi juicio, el Manual del perfecto sinverguenza es un libro bueno ajustado a los
cánones de la moral que nos rige. Es una obra de alta y provechosa filosofía
ciudadana, de esencia pura, de espíritu divino, de una instrucción moral y
cívica capaz de formar un núcleo social para honra y provecho de la época.
Por el título no se guíen.
Algún epígrafe deben llevar
los libros. Y apuesto cualquier cosa a que entre ustedes los hay que tienen
fachada de bondadosos y son en realidad unos pillos redomados. En cambio habrá
quienes pareciendo picaros sean en el fondo excelentes prójimos.
Eso le acontece al Manual de perfecto sinverguenza y les ruego que le apliquen el
símil en sentido que más le favorezca.
Contiene este tomito maravilloso unas verdades
como puños. Y como verdades al fin tristes y amargas, pero que van encaminadas
por el sendero florido que conduce al Cielo... Al Cielo nuestro, entiéndase
bien.
El Manual
del perfecto sinverguenza viene al mundo con una misión plausible:
organizar, clasificar, regularizar en una palabra la vida pública del hombre
para que no subsistan esas equivocaciones convencionales y ruines de la torpe
sociedad.
A mí por ejemplo todos me suponen un bandido,
me persiguen y le darían un premio al que me colara una bala en la cabeza.
Cierto que no soy un santo. Pero esa misma sociedad que me condena ¿no admite
en su seno y los mima, y consagra, a señores que carecen de los más
rudimentarios principios de moral y que, bien analizados, son unos completos
facinerosos? Decidme: ¿Qué diferencia existe entre un secuestro y un asalto al
tesoro público? ¿Son mejores que yo los que se enriquecen a costa del hambre
del pueblo? Y los que hundieron los bancos y dejaron en la miseria a los
depositantes, estafando evidentemente a los que al amparo de las leyes
colocaron el producto de sus afanes? ¿Qué son esos comparados conmigo?
A contener ese prejuicio maldito, a librar de
las mallas de la ley a los ignorantes pecadores, como yo, que no saben nadar y
guardar la ropa, a encumbrar al que pierde el pudor de buen modo, a eso tiende,
a eso aspira el Manual del perfecto
sinverguenza.
En una palabra: ¿quiere usted campear por sus
respetos, vivir y vivir bien, sin caer en las redes del código penal y sin
provocar la santa indignación de la sociedad? ¡Pues “empápese” de él!
Por todo lo expuesto, y por otros muchos
desahogos que se me quedan en el tintero, no vacilo en recomendarles que pasen
su vistilla por este libro. En él hallarán lectura fácil, entretenida, lenguaje
cómodo, sin retumbancias de diccionario, llano, sencillo, al alcance del más
bruto. Después de todo, en estos casos no hace falta literatura de academia,
sino precisión en el concepto, caridad meridiana y contundencia en la palabra.
El Manual
del perfecto sinverguenza no ruborizará a nadie en Cuba. Puede ser leído
donde quiera y por cualquiera: desde el Primer Magistrado de la nación hasta el
último alumno del Colegio de Belén...
Ramón
Arroyo
Campos de Cuba Libre en la segunda época del
reajuste y a principios de la primavera de 1922.»
Nota del autor de Manual del perfecto sinverguenza, Tom Mix, seudónimo de José M. Muzaurieta:
"Este
prólogo fue escrito por el señor Arroyo siendo todavía libre. Con mes y medio
de anterioridad al día 3 de marzo, en que fue capturado. Si el estimable
bandido hubiera tomado pasaje en el vapor Cádiz, no le habría ocurrido
semejante infortunio".
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