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miércoles, 24 de octubre de 2012

Arroyito ...por él mismo




  por Ramón Arroyo

 «Correspondiendo a una amable invitación del autor, voy a preceder su trabajo con unas cuantas líneas, muy mal trazadas por cierto; pero que a mí se me antojan de una brillantez extraordinaria.
 Tenía el firme y decidido propósito de que mi nombre no figurase para nada en ninguna manifestación de carácter público. Después de las últimas hazañas, cargando incluso con las que otros han hecho, harto de halagos, quería permanecer oculto y alejado completamente  del engorroso y pesado contacto con la opinión. Me siento abrumado. Mi pobre contextura, endeble y hueca, no puede resistir el peso enorme de la Fama. Poderosas razones sabría alegar en abono de mi buen ganado reposo. Entre otras, la de que no me conviene, por ahora, que nadie sepa que existo. La incógnita en torno a la actuación de un hombre tan laborioso como yo presupone días, y hasta noches, de holgura y de abundancia. Estoy a la expectativa, como dicen a menudo los grandes políticos. Además, ustedes no me comprenderían; ustedes se hallan maleados por el ambiente en que viven y no están capacitados para oir la palabra sana, dulce y convincente de un bandolero de mi superior condición.
 Les decía yo, que no me agradaba que en las presentes circunstancias la gente se acordara de mí. Pero considero un deber de profesión, al cual no puedo faltar sin que se merme mi prestigio de bandido, romper ésa, mi adorable quietud casi beatífica, en los precisos momentos que va a editarse un libro como el Manual del perfecto sinverguenza, llamado a hacerle cumplida justicia a nuestra sufrida clase y a librarla, con la enseñanza, de los humanos errores que todos los malhechores padecemos.
 Yo he tenido el honor y la suprema dicha de leer con interés, sin perder detalles, el Manual del perfecto sinverguenza; y declaro, que con el transcurso del tiempo puede y debe llegar a ser declarado de utilidad pública y obligatorio en las escuelas de Cuba.
 A mi juicio, el Manual del perfecto sinverguenza es un libro bueno ajustado a los cánones de la moral que nos rige. Es una obra de alta y provechosa filosofía ciudadana, de esencia pura, de espíritu divino, de una instrucción moral y cívica capaz de formar un núcleo social para honra y provecho de la época.
 Por el título no se guíen.
 Algún epígrafe deben llevar los libros. Y apuesto cualquier cosa a que entre ustedes los hay que tienen fachada de bondadosos y son en realidad unos pillos redomados. En cambio habrá quienes pareciendo picaros sean en el fondo excelentes prójimos.
 Eso le acontece al Manual de perfecto sinverguenza y les ruego que le apliquen el símil en sentido que más le favorezca.
 Contiene este tomito maravilloso unas verdades como puños. Y como verdades al fin tristes y amargas, pero que van encaminadas por el sendero florido que conduce al Cielo... Al Cielo nuestro, entiéndase bien.
 El Manual del perfecto sinverguenza viene al mundo con una misión plausible: organizar, clasificar, regularizar en una palabra la vida pública del hombre para que no subsistan esas equivocaciones convencionales y ruines de la torpe sociedad.
 A mí por ejemplo todos me suponen un bandido, me persiguen y le darían un premio al que me colara una bala en la cabeza. Cierto que no soy un santo. Pero esa misma sociedad que me condena ¿no admite en su seno y los mima, y consagra, a señores que carecen de los más rudimentarios principios de moral y que, bien analizados, son unos completos facinerosos? Decidme: ¿Qué diferencia existe entre un secuestro y un asalto al tesoro público? ¿Son mejores que yo los que se enriquecen a costa del hambre del pueblo? Y los que hundieron los bancos y dejaron en la miseria a los depositantes, estafando evidentemente a los que al amparo de las leyes colocaron el producto de sus afanes? ¿Qué son esos comparados conmigo?
 A contener ese prejuicio maldito, a librar de las mallas de la ley a los ignorantes pecadores, como yo, que no saben nadar y guardar la ropa, a encumbrar al que pierde el pudor de buen modo, a eso tiende, a eso aspira el Manual del perfecto sinverguenza.
 En una palabra: ¿quiere usted campear por sus respetos, vivir y vivir bien, sin caer en las redes del código penal y sin provocar la santa indignación de la sociedad? ¡Pues “empápese” de él!
 Por todo lo expuesto, y por otros muchos desahogos que se me quedan en el tintero, no vacilo en recomendarles que pasen su vistilla por este libro. En él hallarán lectura fácil, entretenida, lenguaje cómodo, sin retumbancias de diccionario, llano, sencillo, al alcance del más bruto. Después de todo, en estos casos no hace falta literatura de academia, sino precisión en el concepto, caridad meridiana y contundencia en la palabra.
 El Manual del perfecto sinverguenza no ruborizará a nadie en Cuba. Puede ser leído donde quiera y por cualquiera: desde el Primer Magistrado de la nación hasta el último alumno del Colegio de Belén...
  Ramón Arroyo
 Campos de Cuba Libre en la segunda época del reajuste y a principios de la primavera de 1922.»


 Nota del autor de Manual del perfecto sinverguenza, Tom Mix, seudónimo de José M. Muzaurieta:
 "Este prólogo fue escrito por el señor Arroyo siendo todavía libre. Con mes y medio de anterioridad al día 3 de marzo, en que fue capturado. Si el estimable bandido hubiera tomado pasaje en el vapor Cádiz, no le habría ocurrido semejante infortunio". 
 

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