Federico de Ibarzábal
Este Casino de amplia fachada
impresionista
que quiere ser a un tiempo moderna
y señorial,
no es más que una casona donde
algún detallista
suele pasar el rato leyendo El
Imparcial.
A veces, algún alma neurótica y
artista
sueña en la biblioteca con "Las
flores del mal”,
mientras en el contiguo salón un
tresillista
comenta una jugada que le salió
fatal.
Y por la tarde, en tanto discurren
los paseantes
por la avenida, llegan dos ricos
comerciantes
que hablan de transacciones con
fervor mercantil.
O bien, bellacamente, los socios
del casino
hacen chistes picantes de hondo sabor
cretino...
¿Comprendes ahora, hermano, “las
torres de marfil”?
Nació en la Habana en 1894. Estudió
primera enseñanza en colegios locales, cursando segunda enseñanza en el
Instituto de la Habana. Muy joven ingresó en el periodismo militante, al que ha
consagrado una buena parte de sus esfuerzos, llegando a ocupar puestos elevados
en los mejores periódicos y revistas del momento. El ejercicio de esa profesión
no le ha impedido cultivar -intensamente al grado que lo ha realizado– su labor
poética.
Después de publicar Huerto
lírico (1913), libro de principiante y de escasos méritos, en que, influido
por poetas románticos dará una nota de melancolía lúgubre, nacida de un falso
estado de ánimo, consigue orientarse hacia un rumbo más propio y
característico, que en El balcón de Julieta
ya alcanza a definirse, y en Una ciudad
del Trópico se precisa inconfundiblemente. Se nos revela entonces como
nuestro poeta urbano, que sabe decir el encanto apacible de los viejos sitios
coloniales, evocar el prestigio eclipsado de una silenciosa avenida junto al puerto
o el ambiente asfixiante de un casino tropical. En ese urbanismo un poco pintoresco,
conseguido frecuentemente con el uso de palabras o frases sencillas o vulgares,
abundará la observación penetrante, que en un detalle, al parecer trivial,
apresará toda una escena y nos la describirá con frases naturales y sin
efectismos. Tras estas breves visiones hallaremos un fondo de humanidad, una
como exaltación del heroísmo de vivir, que fortalece y estimula. Su poesía no
evoca o describe simbólicamente, sino que nos asocia a un pensamiento que el poeta
probablemente no dice, pero que retoza y se regocija más allá de las palabras.
Aunque alguna vez aparezca en su obra algún vislumbre de reproche, es de los poetas
optimistas y alegres, que encuentran una fiesta en la vida y saben vivirla con
plenitud.
Pero no sólo ha sido el poeta de la
ciudad, sino que ha sabido expresar también, en forma directa y ruda, una
ideología fuerte, con una técnica fácil, apta para transmitir el pensamiento
tanto como para darnos una visión directa del paisaje.
De
Castillos en el aire, libro que publicará en breve, dice Arturo Alfonso
Roselló que “es un libro que justifica el esfuerzo y destruye la torpe leyenda
de la faena inútil»; en él el poeta ha dejado volar libremente la fantasía,
insuflando en sus composiciones una filosofía muy humana, preocupada hasta del
más allá; pero nada abstracta, sin embargo:
Creo en el más allá por razones concretas...
Ha sentido las influencias de
Herrera Reissig y de Tomás de Morales, principalmente; pero está lejos de ser un
imitador. Ibarzábal ha sido en nuestra lírica un caso raro de superación de sí
mismo y de afán de libertarse de toda extraña influencia, de tal manera, que
puede decirse que anda por cuenta propia.