Ramón Piña y Peñuela
Las impresiones que se reciben en la infancia, subsisten casi
sin variación durante la vida, y las inclinaciones, modo de pensar, y sentimientos
que manifestamos en el curso de nuestra existencia, suelen per una consecuencia
natural y precisa de ellas. A estas impresiones debemos por lo regular nuestros
vicios o virtudes, nuestro carácter, genio, comportamiento, ideas, preocupaciones,
religiosidad, heroísmo y el buen estado de salud perfecta o más o menos enfermiza.
Del cuidado y dirección que se le da al hombre en los primeros años de su vida,
depende casi siempre su destino futuro, de donde se sigue forzosamente lo mucho
que importa establecer y seguir sobre buenos principios su primera educación, fundamento
y base de su bien estar y de su felicidad o desgracias venideras.
Esta educación principia desde el mismo día de nuestro nacimiento,
y debe continuar hasta el tiempo en que llegamos a la edad de la madurez. Su objeto
ha de ser llevar por buen camino el alma y el cuerpo, dependientes el uno de la
otra, en tanto grado, que la moral y la higiene vienen a ser dos cosas inseparables,
formando un todo estrechamente unido, que ha de presidir siempre a los preceptos
y demás medios que han de ponerse en práctica para conseguir que una educación benéfica
y saludable dirija el tierno ser que tenemos que cuidar.
Desgraciadamente este
es un punto sumamente abandonado en la isla de Cuba por el excesivo cariño de los
padres; cariño mal entendido que redunda siempre en perjuicio de la robustez, buena
salud e inclinaciones y carácter de sus hijos. Desde el momento que el niño empieza
a respirar, se entrega al cuidado de una nodriza negra libre o esclava, regularmente
nacida en África, cuya constitución, naturaleza, costumbres y carácter difieren
en tanto grado de los nuestros y cuya abyección y dependencia la tienen continuamente
en un estado de disgusto interior difícil de ocultar. Por temor de que el niño llore
y enferme se le da cuanto gusto quiere, aunque sea en las cosas mas extravagantes
y caprichosas. Estos seres tan pequeños e inocentes no dejan de conocer muy pronto
el estado de dependencia en que vive la que les suministra el primer alimento, y
abusan continuamente de la preponderancia que sobre ella tienen, con tanto más motivo,
cuanto que sus padres, parientes y amigos se lo recuerdan a cada momento, dando
lugar a que se conviertan en unos tiranuelos que empiezan suplicando y acaban mandando
despóticamente, atormentando de todos los modos imaginables a sus nodrizas y haciendo
experimentar casi la misma suerte a los que le dieron el ser y a todos los que le
rodean.
Las consecuencias de
esta viciosa dirección que se le da a la parte moral, son fáciles de
comprender, y explican sobradamente el origen de multitud de males para la sociedad,
que no es mi ánimo referir en este escrito.
En general la naturaleza
de los niños es débil en sumo grado, y nerviosa por excelencia, aunque a la vista
manifiestan algunos una gordura y robustez engañosas. Así es que a la menor contrariedad
que experimentan, entran en convulsiones, llegando a declararse en algunos una verdadera
eclampsia o alferecía mortal. Un disgusto, una pesadumbre o la cólera de la nodriza,
a que tan expuesta se halla por su estado de servidumbre y dependencia, han solido
producir los mismos efectos o bien los vómitos y diarreas colicuativas, el cólera
esporádico y aun el epidémico casi siempre mortales. Los malos humores de las que
crían los niños en este país, los virus sifilítico, escrofuloso, herpético,
psórico, de que ocultamente están contaminadas, pasan con la leche a saturar aquellos
tiernos seres y a prepararles o una muerte prematura o una existencia valetudinaria,
enfermiza y llena de padecimientos.
Prescindiendo del
tétano infantil de que ya he tratado, y que tan común es en este clima, padecen
los niños con bastante frecuencia las aftas o sapillo, oftalmías, cólicos, diarreas,
vómitos, constipación, atrofia, enfermedades eruptivas, afecciones nerviosas, lombrices,
inflamaciones de pecho poco caracterizadas, aunque de fatales consecuencias;
anginas, croup, encefalitis, hidrocéfalo, mielitis, coqueluche o tos ferina,
escrófulas, tumores, raquitismo, luxaciones espontáneas, dentición difícil, etc.
etc.; pero ocupando siempre el primer término las afecciones nerviosas, las catarrales
y las que dependen de una difícil dentición.
La más común entre
estas últimas es la diarrea, que cuando es moderada, favorece en cierto modo la
erupción de los dientes, por la depleción que causa, disminuyendo el eretismo que
se manifiesta en la boca, cabeza y vientre del niño. Mas algunas madres tienen la
fatal preocupación de creer que deben respetarse estas evacuaciones aunque excesivas,
por no interrumpir el trabajo de la naturaleza en este delicado período. De aquí
resulta que suelen hacerse colicuativas y aun coléricas, siendo entonces la medicina
impotente para corregirlas, y haciendo el papel de espectadora de la muerte de aquel
tierno vástago, víctima de una precaución y temor mal concebidos.
Hay estados y circunstancias
que efectivamente privan a algunas madres del placer de criar sus hijos, cuales
son una constitución endeble y enfermiza, los abscesos y grietas de los pechos y
pezones, la falta de la leche, las afecciones nerviosas bien caracterizadas, la
tisis pulmonar, etc. etc., y en estos casos es indispensable acudir al recurso
de una nodriza, o bien a la lactancia artificial, que en mi opinión debería
preferirse siempre a una criandera, cuando la misma madre no puede cumplir con
este sagrado deber impuesto por la naturaleza.
Con respecto a las
cualidades que deben concurrir en una nodriza y en su leche para que sean
buenas, puede consultarse el tratado de las enfermedades de los niños de Rosen
de Rosenteins, médico de Suecia, que es el que mejor ha escrito basta ahora
sobre esta importante materia.
"Una nodriza,
dice, debe tener un carácter tranquilo, suave, moderado, alegre y virtuoso. Su
edad ha de ser de veinte a treinta años, y ha de haber parido un poco antes que
la madre del niño que va a criar. Su salud ha de ser buena, sin señales de
escorbuto, sus encías deben estar firmes y sanas. Conviene que sea más bien gruesa
que delgada, y si es posible de una constitución bastante parecida a la de la
madre. La leche ha de tener un color blanco azulado, sin olor, un sabor muy
dulce y no salino ni amargo, ha de presentar poco cuerpo y caer fácilmente de
sobre la uña, donde se exprimirá una gota, y sacudiendo la mano repentinamente
no ha de quedar ninguna señal de ella. Esto debe hacer impresión alguna en el
ojo si se pone una gota en este órgano, etc., etc. Debe comer suficientemente
la nodriza a horas arregladas, prohibiéndole el vino puro, el aguardiente, la
cerveza fuerte y el café. El té con leche se le puede conceder, aunque raras
veces, y nunca los chícharos, nabos, coles y demás menestras flatulentas. Si es
casada y vive al lado de su marido, no sirve para criar. No dará de mamar muy a
menudo, sino a horas arregladas, y cuando el niño tenga realmente necesidad de
ello, como cuando hace mucho tiempo que no ha mamado, cuando fija la vista en
su nodriza y la sigue con sus ojos a donde quiera que va, y si se alegra cuando
esta se descubre el pecho. Mas como he dicho antes, si la madre no puede criar
a su hijo, deberá usar paro ello la lactancia artificial, por medio de los
biberones, más bien que acudir a una nodriza. El método que comúnmente se
acostumbra poner en práctica es vicioso y casi siempre perjudicial al niño,
cuyo delicado estómago no puede digerir fácilmente la leche de los animales que
por lo regular es la que se emplea en estos casos, más o menos aguada y
azucarada, causándoles indigestiones y diarreas que destruyen más bien que
fortalecen su constitución."
La mezcla
siguiente reúne todas las condiciones apetecibles para este objeto, pudiéndola
hacer cada vez más fuerte y nutritiva a proporción del crecimiento y robustez
del niño. Carne de vaca y carne de ternera, dos onzas de cada una. Agua, libra
y media. Se hace hervir por el espacio de seis horas. Se sazona ligeramente, se
desengrasa colándole en frio. Se mezcla este caldo a partes iguales con leche
de vaca y agua, y se mantiene a un calor suave para usarlo. Cada día se aumenta
un poco más la cantidad de carne, después la del caldo en la mezcla, de modo
que al fin desaparezcan enteramente la leche y el agua.
Si las madres
tienen entereza para poner en práctica este precepto, no tardarán en
convencerse de que los biberones en la mayor parte de los casos, son
preferibles para sus hijos al pecho da la mejor nodriza (Teste, enfermedades de
los niños.)
Otra costumbre
perjudicialísima a los niños, es la de preservarlos excesivamente de las
impresiones del aire, el lavarlos con agua tibia o con aguardiente solo, bien
de caña, o bien de Islas. Esta práctica
los cría débiles y raquíticos, haciéndoles extraordinariamente susceptibles,
dotándoles de una exquisita sensibilidad a las más imperceptibles variaciones
de la atmósfera, y causándoles por este motivo una multitud de males y
padecimientos. Muy al contrario, el niño debe acostumbrarse desde muy tierno a
las vicisitudes del aire que le rodea, deben administrarse lociones de agua
fresca al levantarse por las mañanas y cada vez que lo necesite en el día, y
hacer un uso constante de los baños frescos, con el objeto de embotar en cierto
modo su sensibilidad orgánica, y de desarrollar todos los sistemas y funciones
progresivamente, impidiendo por este medio que los sentidos y la inteligencia tomen
un vuelo prematuro, cosa muy común en este país, y que se hace todo lo posible
por favorecerla, en vez de oponerse a semejante mal, cuyas fatales
consecuencias se experimentan en adelante y cuyos resultados nunca se achacan a
la causa que los ha producido.
Sería traspasar
los límites que me he propuesto, si me extendiese más sobre la higiene propia
de los niños; a los médicos toca, pues, inculcar cuanto pertenece a este ramo a
los padres que tienen puesta su confianza en ellos para la conservación de la
salud de sus hijos.
Topografía Médica de la Isla de Cuba, Imprenta y encuadernación del Tiempo, La Habana, 1855; 108-111.
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