Guillermo Cabrera Infante
Ortiz dijo una vez: “El puro es la
búsqueda del arte”, y Lezama Lima, un poeta barroco del siglo XX, parece que
está de acuerdo a la inversa: su arte es la búsqueda de un buen puro. Empieza
por las cajas de tabaco: “Las alegorías de las tabaqueras poseían la
imaginación de la época de María Cristina: una enorme rueda homérica se apoyaba
sobre un trono, donde un rey parecía estar a punto de pararse y descorrer las
cortinas. La corona se tambaleaba”. Esto está extraído de su monumental Paradiso, la única que podemos llamar
novela que escribió el poeta. Aquí hay otro juego de prestidigitación con un
puro como varita mágica: “El centinela en la garita, al encender otro cigarro,
parecía hacer contacto con el pez fuera del agua, estableciendo un momentáneo
arco voltaico, tendido entre el cigarro del centinela y la cola astillada del
pez, las máscaras de los cuerpos ectoplasmáticos mostraban extrañas
abolladuras, cicatrices, lamparones inflamados…, una inmensa piel sin ojos,
pero ornada de mamas tan numerosas como las estrellas”.
Lezama
el poeta transformado en Lezama novelista está hablando (¡por supuesto!) del
mar y los cigarros. Alude incluso a la “vitola inmensurable del centinela”. Más
tarde, escribe acerca de “dos cajas de puros con grabados alusivos a las
delicias de los fumadores”. Se atreve a describir extensamente el contenido del
cromo. “Uno de los grabados mostraba en su parte superior una banderola que
decía: La Granja. En la parte inferior del grabado decía otra inscripción:
Tabaco superior de Vueltabajo. Más abajo una dirección: Calle de la Amargura,
6, Habana”. Paradiso es un libro
increíble –todo humo, todo zumbido. Antes de que uno de los personajes (gran
fumador de puros) muera, tras haberse ido en taxi con un amigo guitarrista,
este último le canta esta canción, consolación devota del deseo:
Naipes en la arenera
fija
la noche entera
la
eternidad… y a fumar.
“¿Ortiz
o Lezama?”, Puro humo, Madrid, Alfaguara,
2000, pp. 243-44.
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