Anoche a las dos y media de la madrugada, ha sido capturado en la Habana, el célebre
asesino Eyraud, que en todas partes del mundo se buscaba por la policía y que
procuraba tanto la atención general de Europa.
En Suplemento esta tarde, damos detalles y publicaremos
el retrato.
En la calle de Amargura esquina a Villegas,
trató de suicidarse, al ser conducido a la Jefatura.
El
Guardia de Orden Público número 391
En
la calle de Lamparilla y Villegas y custodiando los alrededores de la plaza del
Cristo, hay dos guardias de Orden Público.
Escasos paseantes bajan a la una de la
madrugada. La catástrofe del sábado deja sentir fuerte impresión, y la ciudad
está triste.
De pronto, un hombre alto, de barba canosa,
edad unos 45 o 50 años, viene a todo correr, jadeante, se acerca a los guardias
hablando francés.
El guardia no lo entiende y dirigiéndose a su
compañero, le dice:
-Este hombre habla un chapurreado, que no
entiendo, debe estar chiflado.
El compañero, guardia 391, entiende el
francés y escucha al hombre que le dice:
-Venga, corra, el asesino que mató al Notario,
el del muerto dentro del baúl, allí está, corra, se nos va, en esa casa de
mujeres públicas de la vuelta en la calle Teniente Rey, allí acabo de dejarlo.
Hablan los guardias y se dirigen incontinenti
por la calle de Teniente Rey, piden permiso en casa de unas mujeres públicas,
entran; registran; todo es en vano; acaba de marcharse.
Van por todos los cafés de los alrededores los
dos guardias acompañados del hombre; y todo inútilmente. El hombre había
desaparecido.
-Es un chiflado, decía el guardia.
-No –insistía el 391-, si estuviera
chiflado, hablaría de cosas incoherentes, y el habla siempre de los mismo.
El viejo desapareció, los guardias marcharon a
sus puestos.
Escenas en el costado del Cristo
La verdad de las cosas
Serían
las dos y media de la madrugada del martes. En el costado de la Iglesia del
Cristo un grupo de hombres hablaban quedo. Eran el Celador Leal, el Celador
municipal Enrique Hernández, y los serenos particulares don Agustín Freixas y
don Domingo Barro.
Leal dijo a los serenos particulares que
andaba tras la captura de un renombrado criminal.
Por indicaciones del Jefe de Policía Sr. López
Haro, se velaban las inmediaciones aquellas.
Aunque Eyraud había sacado billete para
Matanzas, era probable que no se hubiera marchado; que se quedara en La Habana
para asesinar al matrimonio francés que lo denunciaba y a Sautier que lo
conocía.
Precisamente. Se dio la batida a la casa de
mujeres públicas en la calle de Teniente Rey sin resultado. Cuando hablaban los
del grupo, pasa un hombre con dirección a la calle de Compostela donde viven
los esposos Pecheu y dice: “Buenas noches”.
-¿Dónde va usted por ahí? –le dice sospechando
el Sr. Leal.
-Voy al Hotel Roma donde vivo.
Leal hizo una seña, a la vez que se abalanzó
sobre el hombre apoderándose de un revólver que llevaba al cinto: los serenos
particulares Freixas y Barro lo agarraron por los brazos. Quitado ya el
revólver lo mandaron seguir adelante. Más adelante se les unió la pareja del
Orden Público.
Leal mandó otro registro: Eyraud alzó los
brazos. No le encontraron nada. Pero como se practicó rápidamente, en otro
registro en la Jefatura se le encontró en uno de los bolsillos de los faldones
del chaquet un puñal.
M.
Pucheu se niega a aceptar el premio ofrecido por la captura de Eyraud.
¿Por qué no lo admite destinándolo a la
caritativa suscripción iniciada a consecuencia de la catástrofe del día 17?
Eyraud en la Jefatura
Interrogado
Eyraud, por el Juez instructor de la causa, manifestó que ya hace tiempo
concibió el proyecto de suicidarse porque estaba demasiado aburrido de la vida.
Añadió que esperaba hacerlo en el momento de
ser detenido y que él mismo se había inferido las heridas que presentaba en su
cuerpo.
Dijo que una de las causas de su
desesperación, era que se le imputaban muchos crímenes que no había cometido,
ni hubiera cometido jamás.
-Los hombres son muy malos, exclamó luego de
un acceso repetido de indignación, son malos como nadie se puede figurar.
INTERVIEW CON MR. PUCHEU
INTERVIEW CON MR. PUCHEU
Descubrimiento de Eyraud
Apenas tuvimos noticia de la captura de
Eyraud, nos trasladamos a la calle de Compostela no. 48, en la tienda de
Sedería y Modas, del señor Miguel Pucheu y celebramos con este amable y
correcto caballero, el siguiente Interview.
Nos recibió con la proverbial fineza que
caracteriza a los franceses.
-Somos de La
Discusión –le dijimos- y desearíamos que nos manifestase usted cómo pudo
adivinar que era Eyraud el sujeto capturado.
El Sr. Pucheau nos contestó:
-Hace tiempo, el día 10 de febrero, por
este año, estuvo en mi casa un hombre, de aspecto raro, hablándome en correcto
francés parisiense. Me decía que traía un traje de señora turco, de estilo
oriental y quería venderlo para arbitrar recursos con que poder marchar a
Méjico, donde había vivido mucho tiempo, y donde tenía muchos amigos. Que el
traje lo había traído para una amiga
llamada Amelie, pero que le habían dicho que había muerto. Junto con el traje
llevaba una alfombra oriental que no quise comprar.
Reporter: Y le compró usted el traje.
Sr. P. Sí, señor, en cuatro centenes.
R.
Y no supo usted más nada de él.
Sr. P. No señor; me dijo que ese mismo día se
marchaba para Méjico por el vapor americano que estaba en bahía.
R. ¿Y qué habló con usted cuando le vendió el
traje?
Sr. P. Pues nada; me dijo que él también tenía
un traje turco, que había comprado en Turquía, donde tenía tíos y había pasado
gran tiempo, y que ese traje por lo ancho y fresco que era se lo solía poner en
los vapores cuando viajaba.
R. ¿Y cómo sospechó usted que aquel hombre era
Eyraud?
P. Pues verá usted. Apenas abandonó el
establecimiento, me llamó mi señora y me dijo: “Ese hombre es Eyraud”. ¿Y tú
cómo lo sabes?, le contesté. “Nada –replicó mi señora- es una impresión”.
Después no hablamos más del asunto, hasta que
una tarde leíamos mi señora y yo el periódico de New York, el Courrier des Etats-Unit, cuando leíamos
en la sección “La Chasse a l’homme”, que Eyraud había salido el 5 de febrero de
New York, y que llevaban con él un traje turco que había pedido prestado a un
huésped del Hotel “América”, pretextando que lo quería para fotografiarse, y
entonces a una exclamaron: “Pues tate! aquel que nos vendió el traje era
Eyraud; efectivamente estuvo aquí el 10 de febrero, esto es, cinco días después
de salir de Nueva York, los que se necesitan para llegar a la Habana”.
R. ¿Y cuándo volvió a ver a Eyraud?
Sr. P. El sábado por la tarde del día de la
catástrofe, el 17 del mes actual: -Me lo encontré delante de la puerta de la
casa. Y le dije: “!Cómo! ¿Usted por aquí?” Le invité a pasar adelante; y así lo
hizo. Se sentó y estuvo hablando como dos horas de sus viajes, que había estado
por Méjico, por Mérida, citó varios nombres de franceses establecidos allá, que
lo habían querido asesinar y que se había defendido, pero que le habían dado un
balazo debajo del brazo. Después se marchó. Mi señora me hizo observar cómo se
contradecía este hombre; había dicho primero que estuvo varios años en Méjico y
después decía que no conocía bien a Méjico. Y decía que su amante Amelie con
quien había vivido 10 años, tenía 22 años, de suerte que había vivido con
mujer; ¡de 12 años…!
Al marcharse este hombre me dijo mi señora:
“Acuérdense lo que les digo, Eyraud se encuentra aquí; ese hombre es Eyraud,
hay que avisarle al Cónsul”.
R. ¿Y con qué nombre se presentaba él?
Sr. P. Con ninguno; se presentaba como
comisionista, representando la casa Delaunay de París.
Al preguntarle cómo se llamaba nos dijo de
Dosski.
R. ¿Y cuándo lo volvió a ver usted?
Sr.
P. Antes de ayer, lunes. Como todos sospechábamos, convenimos en atacarlo de
frente en las conversaciones. Una modista de la casa, Madame Albertina Biemler,
sin levantar la vista de la costura, le preguntaría si conocía a Eyraud, si lo
había visto en Méjico, si estaba en París cuando el crimen, y yo colocado junto
a él, observaría su cara. Así se hizo efectivamente. Apenas empezaron las
preguntas las facciones de Dosski se contraían, su rostro se cubría de ligera
palidez, pero recobraba pronto su color; sus manos se movían en temblor
indomable, las apalabras salían con trabajo de su garganta… estaba
impresionado. Cuando Mad. Biemler le dijo: “Si habría retratos en el Consulado,
y si podrían irse a ver”, contestó Eyraud que él creía que habrían mandado a
todos los cónsules, y que el de aquí lo debía tener. Después que se le hicieron
esas preguntas, ya Dosski era otro. Al principio estaba decidor y alegre:
después estaba preocupado, como distraído, no se daba cuenta de lo que se le
preguntaba.
Se marchó Eyraud; nosotros nos vestimos y
salimos a ver el entierro de las víctimas de la explosión. Estando en el Parque
Central, vimos a Dosski (Eyraud); él apenas nos vio, a mi señora, a la modista
señora Biemler, y a mí, se dirigió a nosotros; y sacando del bolsillo La République Ilustrée dijo: “Aquí tengo
para satisfacer su curiosidad, les voy a enseñar los retratos de Gabriela
Bompard y de Eyraud”, y nos los enseñó; al mostrar el de Gabriela dijo: “Vean
ustedes, es muy fea y no tiene nada de particular, en fin”. Al mostrarnos el de
Eyraud, nos dijo: “Miren ustedes, qué ojos canallas que tiene”. Mi señora, de
carácter vehemente, no pudo contenerse y clavándole la mirada con fijeza en los
de él, le dijo acentuando las palabras: “Efectivamente, los tiene muy
canallas”. Nos marchamos, dejándolo en
el Parque. El nos dijo que iba a devolver los retratos en el café del “Louvre”
donde se los habían prestado.
R. ¿Y entonces qué hicieron ustedes?
Sr. P. Figúrese usted; ya con el mismo retrato
que nos había enseñado no nos quedó ninguna duda; era Eyraud. Fuimos al
consulado, el cónsul tomó nuestra relevación a risa diciendo: “¿Cómo no han de
ver aquí también a Eyraud?”
Pero, el Sr. Cónsul, a pesar de eso,
recibiéndonos con esa fina atención corriente en Mr. Monclar nos ofreció que
tomaba en consideración lo que decíamos, y que esa misma noche se ocuparía de
eso. Y efectivamente, tan bien trabajó el Sr. Cónsul, que hoy a las tres de la
madrugada llamaba la policía en mi puerta, y me preguntaba si conocía a un
hombre que llevaban preso. Era el mismo que buscaban: el supuesto Dosski.
R. ¿Y al preguntarle, no le dijo nada Eyraud?
Sr. P. Nada; mi señora temía, pero la policía
nos dijo: “No teman; va amarrado y además tenemos su revólver”.
Dimos las gracias y nos retiramos.
LA ASTUCIA DE EYRAUD
Perdido por las mujeres
Eyraud,
Michel, ocupaba recientemente en la Habana, una habitación en el Hotel “Roma”,
en unión de otro individuo, que le acompañaba desde Méjico.
Después que hizo la última visita a los
esposos Pucheu, en la calle de Compostela, el lunes último, y después que en el
Parque Central enseñó al matrimonio y a la modista Biemler los retratos de él y
de la Bompart, comprendió que era hombre perdido.
Cuando después del entierro de las víctimas de
la catástrofe de la calle Mercaderes, el matrimonio Pucheu y la Sra. Biemler,
se dirigen al consulado y entran y salen, denunciando a su Cónsul lo que
pasaba, en la acera del frente, desde su propia habitación observa
sigilosamente un hombre todos los movimientos: ese hombre era Eyraud. Obsedido
por la persecución incansable que por la policía francés, inglesa y
norteamericana se le hacía, había alquilado una habitación frente al consulado
Francés, y desde su cuarto observaba todos los movimientos.
Eyraud se puede decir que ha sido capturado
por carecer de recursos, por no tener cien onzas. Con todo y carecer de dinero,
vivía en su cómoda habitación del Hotel “Roma”, y tenía su habitación garita en
la calle Teniente Rey, para vigilar el Consulado. Así se explica el golpe que
dio para despertar a la policía de la Habana, como la despertó. Gracias a
Gautier, destilador, el que lo conoció en el Havre y trabajó junto a Eyraud en
París. Eso de cierto periódico de atribuir al 2do Jefe de Policía, señor Pérez,
toda la captura, son falsas novelas imaginadas por el agradecimiento.
Véase:
Eyraud recelaba del matrimonio Pecheu.
Aquellas preguntas insistentes de la señora Biemler, sobre Eyraud, y si lo
había visto en Méjico, y si estaba en París cuando el crimen; luego las
reticencias de la señora Pucheu; cuando él le decía, quejándose del calor, “se
necesita haber asesinado a su padre y a su madre para vivir en la Habana con
este clima”: y ella, acentuando la frase le contestaba: “Sí, es preciso haber
cometido un asesinato para estar en la Habana”; luego, el incidente del
retrato, “los ojos canallas” de que hablamos en el interview con Pucheu; luego
la visita de los Pucheu al Cónsul de Francia, le hicieron comprender que estaba
descubierto.
Además,
él sabía que en la Habana estaba Gautier, que lo conocía íntimamente; y si era
cogido, Gautier lo identificaría, y siguió los pasos a Gautier. Era preciso
evitar esto a toda costa. Y vio a Gautier, y tuvo lugar la escena violenta de
la calle de San Rafael y el espionaje del Parque que narramos más adelante.
Le importaba despistar las revelaciones que
hicieron los Pucheu. Y se fue al Hotel “Roma”, sacó su equipaje, pidió su
cuenta, y dijo que se marchaba al campo, luego se dirigió a la Estación de
Bahía, sacó pasaje para Matanzas. Y naturalmente, cuando la policía llegó por
la noche al Hotel y preguntó por Dosski (Eyraud), y le dijeron que se había
marchado con el equipaje, y cuando en la Estación, le dijeron a los policías,
Pérez y Velasco y al señor Dussage, que efectivamente un hombre de acento
francés había sacado boleta para Matanzas, no les cupo duda: Eyraud había
volado de la Habana… y sin embargo, Eyraud no había salido de ella.
Ocultarse de los Pucheu y de la Biemler; libre
de la identificación, la Policía lo buscaría inútilmente por el interior,
volvía a escapar de las garras de la Policía, que tanto lo buscaba por todo el
orbe.
Digamos lo que hizo respecto a Gautier:
Escena
violenta de la calle de San Rafael
El
espionaje del Parque
Otro asesinato: se frustra
La
energía previsora de Gautier.
Gautier sentado en el Parque Central de la
Habana departía vivamente con un amigo. Hablaba de Eyraud; se sospechaba que
estaba en la Habana; él lo conocía mucho, como que habían trabajado juntos en
París; ¡oh, sí! él había visto pasar desde lejos a Eyraud, no le cabía duda.
Cuando esto decía Gautier a su amigo, un
hombre situado detrás de ellos, oculto tras uno de los leones del Parque
aplicaba atentamente el oído. Ese hombre era Eyraud. Lo había oído todo.
Gautier se despide de su amigo, y emprende su
marcha por la animada calle de San Rafael, invadida como nunca ese día, por el
mundo de paseantes que la cruzan incesantemente en su tramo del Louvre a
Galiano.
Trescientos
metros no había andado Gautier, cuando siente que le tocan suavemente en el
hombro. Vuelve la cara, y no puede contener un movimiento brusco; y se queda
mirando fijamente, sin proferir palabras, al que le detenía.
-¿No me conoces, Gautier? –le dice.
-No –contesta con decisión Gautier.
-Sí; tú me conoces. Yo soy Eyraud.
-¡Ah!;
miserable asesino –le apostrofa Gautier. –Bien; aquí hay mucha gente –le dice
Eyraud- vamos un poco para allá que tengo mucho que hablarte…
Al decirle esto, le enseñaba la red de calles
que dividen la barriada de San Lázaro.
Gautier, le responde en tono de mezcla de inocente
sinceridad y de ironía.
-¡Oh! No; aquí en la Habana no se puede ir por
esos barrios porque lo matan a uno muy
fácilmente.
-Pues bien -le dice Eyraud- sea. Necesito que
te calles la boca, y que me facilites dinero. Estoy perdido; he visto a unas
mujeres (¡malditas mujeres siempre han de perderme!) entrar en el Consulado a
denunciarme. Carezco de recursos, dame algunos; y dime cuáles son las horas de
salida de los trenes y para dónde van.
Gautier le respondió con evasivas; le explicó
la salida de los trenes; se excusó de no poderle prestar dinero, y así que se
separó, nervioso y emocionado del lado de Eyraud, procuró confundirse entre la
multitud. Gautier adivinaba, que aquel hombre, buscaría cualquier momento para
asesinarlo, y librarse de él, testigo terrible, único que lo conocía y lo
acabaría de perder. Y logró Gautier, burlar la atención de Eyraud; retornó al
Parque, y en zic-zac atravesaba la muchedumbre, huyendo como si fuera un
criminal que escapa de la Justicia.
Gautier
fue inmediatamente a ver al Sr. Dussage, el caballero a quien acuden
regularmente los compatriotas franceses de la Habana, en sus tribulaciones.
EN EL HOTEL “ROMA”
Interview
Eyraud en el Hotel Roma
En el Hotel Roma, situado en la amplia
terminación de la calle Teniente Rey, tiene Eyraud una habitación.
Este hotel, como se sabe, es uno de los
mejores de la Habana, no sólo por sus comodidades sino por estar situado en
punto céntrico de la población.
Reedificado recientemente, está recibiendo
cada día mayor número de huéspedes, especialmente de extranjeros que encuentran
allí las mismas ventajas que en otros de igual categoría.
Su fachada anchurosa pintada de nuevo; su
alumbrado eléctrico, necesario en aquella calle; sus frescas habitaciones,
suntuosamente amuebladas; todo contribuye a aumentar su merecida reputación.
-¿Qué día llegó M. Eyraud?
-El día catorce a bordo del “Orizaba”.
-¿Usted
le propuso que viniera a este hotel?
-No
señor; un amigo me dijo que había recomendado esta casa a un francés que venía
a bordo. Me decidí a esperarlo. Pero viendo que tardaba mucho tiempo en
levantarse, me iba a marchar, cuando le vi salir del salón de fumar, después
que habían desembarcado todos los pasajeros.
-¿Notó usted algo en su fisonomía?
-Nada
de particular, señor.
-¿Qué cuarto tomó en el hotel?
-El
17 que da a la calle de Teniente Rey.
-¿Qué vida llevaba?
-La de los demás huéspedes: salía y
entraba a todas horas. En los dos primeros días comió aquí, pero al tercero me
dijo que no le convenía seguir abonándome el importe de la comida, porque cada
día estaba invitado a hacerlo con un amigo.
-Y en la mesa, ¿de qué hablaba?
-De
nada, señor; es lo único que me sorprendió en él. Los franceses hablaban mucho,
por regla general y éste solo decía lo necesario.
-¿Y el equipaje de Eyraud….
-¡Se componía de una maleta grande y de
otra pequeña!
-¿Y nunca notó usted algo extraño en él?
-Ahora sé quién es, le diré que no me
gustaba nada su manera de mirar, y que cada mañana se levantaba más pálido, más
demacrado, más abatido, en fin.
-Y ¿hasta cuándo permaneció aquí?
-Hasta el día 20. Al levantarse, pidió la cuenta, la abonó, y
dijo que iba a marcharse a la Chorrera, por algunos días.
-Y ¿qué más puede usted de Eyraud?
-Como
no sea que se hizo llamar M. Dosski y que era de procedencia polaca; detalles
ya conocidos, nada más tengo que agregar.
-Muchas gracias.
FORTALEZA DE EYRAUD
LUCHA CON INDIOS
LA FAMILIA
Solo
se altera cuando habla de su mujer y su hija, que están en París. Siente la
mancha que cae sobre ellas y deplora que un cuñado suyo, hombre honrado, esté
preso por su causa.
Hace
alarde de fuerzas y valor.
Cuenta
que tuvo un encuentro en Méjico con 5 indígenas y los venció. Dice que en París
había un hombre muy fuerte con quien nadie se atrevía, y él lo venció.
Al
preguntarle cómo era que estando tan perseguido, cometía la imprudencia de
llevar en el bolsillo la cartera con su nombre Eyraud Michel, contestó que siempre había tenido el pensamiento de
suicidarse y quería que el día que realizase su intento se supiera quién era.
Dice
que cuando joven poseía tres millones de francos y que todo lo había gastado
con mujeres y que las mujeres siempre han sido su desgracia hasta el extremo
que hoy se encuentra preso por causa de mujeres.
Manifiesta
que nunca dormía tranquilo y que únicamente goza de reposo y satisfacción desde
el tiempo que falta de París, hasta ahora que ya no teme nada.
EL CRIMEN
El
célebre Eyraud, el asesino del escribano Guoffé ha sido preso. Eyraud vivía con
una mujeres joven bonita llamada Gabriela Bompart. El 24 de junio último le
dijo a su querida:
-Tengo meditado un buen golpe.
-¿De qué se trata –interrogó ella.
-Oh, es bien simple –repuso él. Tendrás
que entrar en relaciones con un señor que le gustan las mujeres. Le gustarás.
-Le dirás que me has dejado y que lo quieres a
él. Lo atraerás a tu casa y yo me
encargo de lo demás.
-¿Quién es él?
-El escribano Gouffé.
En efecto, Gabriela entró en relaciones
con Gouffé y un día lo citó para su casa de la calle Tronton-Decaudray.
Ya Eyraud había preparado su aparato de
muerte. Una cuerda, una alcayata en el techo, por la que pasó aquélla, y un
lazo corredizo.
Llegó Gouffé. Eyraud escondido bajo un portier esperaba.
Gabriela
lo invitó a sentarse, lo que hizo ocupando el sillón del lado del lecho. Una vez así y por atrás,
Eyraud le echa el lazo y tira rápidamente. Viendo que Gouffé no moría, lo
remató Eyraud con sus manos.
Grabiela, muda, contemplaba la horrible
escena, Eyraud toma el cadáver, lo registra, le quita 150 francos, papeles,
llaves y una sortija. Después lo colocan en una maleta completamente desnudo.
Eyraud tenía un cómplice, según dice Gabriela en su declaración.
Al otro día Eyraud trae un coche, coloca la
maleta en él y se dirige con su querida a la estación de San Lázaro, después a
la Lyon.
Ya en el tren y al llegar a Millery, toman un
coche. Eyraud desciende y deja la maleta en el camino de hierro; vuelven a la
estación y toman el tren para Marsella.
Luego toman el tren para Londres en donde
reciben dinero de un hermano de Eyraud y siguen a América.
Vuelve Gabriela a Francia y se presenta
voluntariamente en el despacho de M. Losé, prefecto de policía.
En América se separó de Eyraud y tomó otro
querido que la convenció de que debía presentarse puesto que ella decía que era
inocente.
Eyraud la
hacía pasar por su hija con el nombre de Labordese.
El motivo del crimen fue el robo.
Después de asesinado Gouffé fue Eyraud a su
escritorio pero no pudo llevarse nada a pesar de tener las llaves de todos los
escaparates.
El portero del escritorio del escribano al
verlo bajar lo confundió con Gouffé por llevar Eyraud el paletot de
Gouffé.
Estas fueron las informaciones que se publicaron en La Discusión en mayo de 1890, y de las que se sirviera el cronista Julian del Casal en su acercamiento a Michel Eyraud. Las ilustraciones proceden del dossier La malle sanglante... (París, 1891), donde se recogen los más mínimos detalles del crimen y de todo lo relacionado con la persecución, captura y enjuiciamiento de Eyraud y su amante Gabrielle Bompard.
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