Cesar Lombroso
Eyraud me parece un ejemplo de criminaloide, ascendido
con el tiempo a criminal de hábito o profesional.
La fisonomía de Eyraud en nada responde a su
renombrada maldad.
Y no quiere decir esto que le falte ninguna nota
de degeneración, no; la oreja larga, 6,1 centímetros, está cortada;
protuberancia frontal izquierda muy desarrollada, con una verdadera asimetría;
en torno de los ojos pequeñas arrugas anormales; los labios y las mandíbulas bastante
desenvueltas, como se observa frecuentemente entre los libertinos. Así todos estos
caracteres no se encuentran en Eyraud, ni muy acentuados, ni demasiado
numerosos; falta en él ese conjunto que constituye, a mi juicio, el tipo
criminal.
La craneometría no nos da resultados más interesantes.
La capacidad del cráneo de Eyraud debe ser igual o superior a la media; su frente
ofrece un amplio desarrollo; solamente se puede observar en él la bracicefalía exagerada, que se advierte
frecuentemente en los homicidas.
Eyraud tiene otro carácter más común a los criminales
que a los hombres honrados. Nos referimos al predominio del grande cruzamen (longitud
de los dos brazos) sobre la talla general del cuerpo; la estatura de Eyraud es
de 1 metro 66 por un cruzamen de 1'72 en lugar de 1 metro 66.
De sus funciones orgánicas, solamente dos me
son conocidas; la actividad de sus sentidos, que es enorme y precoz, según se
observa frecuentemente entre los homicidas; y su escritura que corresponde en
su enérgica grosería -el desarrollo de las t y r, el trazo vertical y
prolongación de las letras— a la manera de escribir de los criminales; ella es
en todo semejante a la escritura de los bandidos y de los homicidas, cuyos
facsímiles tengo expuestos en mi Atlas de L'Homme Criminal (planas XXII
y XXIII), y a la del criminal por sugestión hipnótica (Pl. XXX).
Exceptuando la longitud de los brazos, la escritura
y algunos caracteres fisionómicos, Eyraud no parece un criminal por herencia. Otro
tanto sucede en su examen psicológico.
El amor del mal por el mal, verdadero carácter
del criminal de nacimiento, y muy particularmente en los crímenes de sangre, no
puede ser observado en él durante su infancia y su juventud. El no fue, hasta
esta época, más que un desertor y un ladronzuelo. La información judicial ha
consignado que Eyraud era un hombre jovial, risueño, pero al propio tiempo brusco,
violento, fácilmente propenso a la cólera, llegando muchas veces sin motivo
serio hasta el furor, mujeriego con exceso, y capaz de todo por satisfacer las
brutalidades de su pasión. La mujer, siempre la mujer, he aquí la única
preocupación del acusado! Después de su crimen en América, se encontraba en
todas las casas sospechosas.
Durante su prisión, Eyraud hablaba
incesantemente de sus antiguos amores. Esto constituía en él una idea fija, una
constante obsesión de todas las horas, de todos los instantes. Esta locura se
traducía, en su celda, en actos que los guardianes estaban obligados a evitar.
El desertó por una mujer; por mujeres dilapidó
todo el capital que había empleado en el comercio de cueros y filtros. Por otra
mujer, en fin, se hizo
asesino.
Eyraud se enamoró perdidamente de su cómplice,
Gabriela Bompard, justamente porque ésta, criatura pervertida hasta la médula,
tenía para él esa afinidad electiva, que se observa con tanta frecuencia entre
los criminales. Por ella y por causa de ella cometió el crimen; por ella y por
causa de ella fue descubierto y preso.
¿No nos dice la historia que, luego de su
huída a América, Eyraud intentó asesinar a una mujer que no quiso, a instancias
suyas, abandonar el domicilio conyugal?
Lo que aproxima en cierto modo a Eyraud al
criminal por herencia, es su ligereza. El pasa con una rapidez extraordinaria
de una idea alegre a una idea triste; la misma incoherencia se nota en su
conversación. Dándole un buen cigarro se calma inmediatamente su mal humor. Su
inteligencia alcanza desarrolla muy intenso: habla el inglés, francés y
portugués; le acompañaba el éxito en todas sus empresas, mas nunca se fijó en
ninguna. Comerciando no hizo otra cosa que desperdiciar sus recursos. Hasta en
la consumación del crimen, aunque se manifestaba la premeditación, aparecía también
la ligereza. Quienquiera que haya seguido todas las circunstancias del
asesinato y de su preparación, advertirá esa grande incoherencia que ha causado
la admiración de los magistrados instructores.
Eyraud ha cometido imprudencias inexplicables,
tontas; en Lyon yendo solo en un carruaje con Gabriela Bompart, conduciendo el
cadáver de Gouffé, vagaba como un loco; y concluyó por desembarazarse del
cadáver, en un sitio por donde paseaba mucha gente. El concurso de
circunstancias ha inducido a creer que el asesino era un criminal habilísimo.
Nada más erróneo. Eyraud tiene, del criminal de nacimiento, la insensibilidad
moral, esa indiferencia por la vida de los hombres, esa espantosa y fría
crueldad en el crimen que, es innegable, trató de renovar en América contra M.
Garanger.
En suma, puede decirse, que en él existía un estafador,
y sobre todo un libertino, un criminaloide, que luego fue un criminal de
oficio, influido por la constante preocupación de la mujer. Yo estoy
absolutamente persuadido de que sin Gabriela Bompard, Miguel Eyraud no hubiera
pasado de ser un simple estafador.
Los caracteres fisionómicos del acusado, son
por consiguiente, paralelos a sus indicaciones psicológicas.
La falta de toda herencia morbosa en Eyraud me
confirma en mi opinión de que no se puede,
en determinadas ocasiones, tener una base de certeza absoluta
atendiendo a lo defectuoso de los exámenes funcionales, verificados en el
acusado.
Por el contrario, Gabriela Bompard presenta según
las fotografías que yo he visto y atendiendo al brillantísimo informe de
Bronardel, Ballet y Motet, todos los caracteres de los criminales de
nacimiento, siquiera éstos sean, en las mujeres, más excepcionales.
Su talla es de 1 metro 46; el desarrollo de las caderas y de los pechos muy
rudimentario; el indicio encefálico 81. Ella tiene los cabellos espesos,
arrugas anormales, prematuras, palidez lívida en el rostro, el lóbulo de la
oreja muy desarrollado, la nariz corta y remangada y la mandíbula demasiado
voluminosa para una mujer: Gabriela Bompard era, hemos de tenerlo muy en
cuenta, un ejemplo de asimetría en el rostro y de eurignatismo mongoliano. Añádase
a todos estos
caracteres, la hiperestesia histérica del brigma, la anestesia del brazo izquierdo,
la obtusidad de la vista, olfato, oído y gusto, en lo que se refiere al lado izquierdo
de estos sentidos corporales, la disminución de la potencia visual: el odio a su padre, la indiferencia,
la apatía cínica que la hacía decir:
La fameuse malle: je ne savais pas qu'on y mettrait un huissier. No precisa más para descubrir el tipo
criminal. Todo el prestigio de su belleza, demasiado ensalzada, proviene de la
perniciosa y lúgubre aureola con que la rodean sus precoces infamias.
Su precocidad (menstruación a los 8 años de edad)
y ardor en los desarreglos propios de su sexo, eran muy grandes. Este carácter
se relaciona ahora muy fácilmente con su gusto sanguinario, homicida.
Ella debía patrocinar de buen grado la idea de
un asesinato. ¿No confeccionó por sí misma, días antes del crimen, el saco
fatal? ¿No engañó a la víctima atrayéndola a sí y ayudando luego materialmente
a la perpetración del asesinato? Después del crimen, durmió tranquilamente en
la misma habitación, junto al cadáver de la víctima (se ha observado esto
también con frecuencia en los criminales de nacimiento. Véase mi Homme
criminel).
No veo que Gabriela Bompard obrara por sugestión
hipnótica; la personalidad criminal no es aceptada, en todo caso, más que por
las gentes predispuestas al crimen. Una de mis enfermas, histérica, de
moralidad más que dudosa, obedecía con rara prontitud siempre que se la sugería
la idea de ser un ratero, un ladrón, revolviéndose cuando se la ordenaba ser un
sabio o un moralista.
El cambio tan brusco que se observa en la conducta
de Gabriela Bompard, puede explicarse fácilmente. De cómplice se torné en
acusadora. ¿Por qué? Desde luego es este un nuevo rasgo, una costumbre que se
advierte en los criminales asociados; se acusan mutuamente después de haber
intentado atenuar su crimen, pretendiendo que al cometerlos han padecido la influencia
de sus cómplices.
Así, esta criminal, acordándose de que era mujer,
y aun de que poseía en grado elevado todas las costumbres de los malhechores,
no pudo ahogar en solo su pecho la vanidad del crimen; sintió la necesidad de
hablar, de confiar su delito a un tercero, representando así una vez más la
comedia de la mujer virtuosa.
Para desempeñar del todo su papel en esta
comedia, impulsó a ese tercero en discordia a denunciar a su cómplice, sin
comprender, gracias a la imprevisión que parece innata en todos los criminales
de nacimiento, el peligro a que, con tal delación, ella se exponía. A esta imprevisión
debemos añadir la convicción absoluta, que las naturalezas de esta índole
abrigan de sus propias mentiras.
El origen de todas estas inclinaciones se
remonta a la herencia. Gabriela Bompard tuvo un tío paterno de un carácter muy
extravagante, y uno materno que padecía enajenación mental en el momento de
morir. Su madre murió a los treinta y cinco años de edad, cuando ella contaba
trece, a consecuencia de una pulmonía aguda; era una mujer de una salud muy
delicada y un poco apática. Gabriela Bompard, según el testimonio de su padre,
sufrió de convulsiones en su infancia (Brouardel), lo que nos hace suponer la existencia
de una antigua meningitis infantil. Aun de niña, tenía un carácter muy raro. Se
ha dicho de ella que era viciosa, embustera, aficionadísima a los hombres y a1
lujo (Brouardel.) Ella dijo en cierta ocasión a su padre: Mejor quiero
ir a presidio que coser una camisa; expresión perfectamente acorde con la
pereza y el horror del criminal de nacimiento al trabajo.
No se quiso casar, porque según decía al autor
de sus días, un hombre solo no era bastante para ella. Ella distinguía
el bien y el mal, pero no era capaz de refrenar sus malos impulsos. A los doce
años, no pudiendo su padre soportarla en casa, la recluyó en un convento de Nancy,
y luego en Ipres y Fourmies. Permaneció un año en estos lugares hasta que la superiora
invitó a su padre a que la reprendiera «por su conducta depravada y por sus
propósitos contra las religiosas, los confesores, etc.» Entonces se dijo de
ella, que era tan perdida como una mujer viciosa de 40 años. Salió del convento
de Fourmies para ir a Lille (1883), donde se la colocó al cuidado de una
institutriz incapaz de sujetarla. Después ingresó en la institución de unas
monjas de Marí. Luego, expulsada de aquí, estuvo en el convento del Buen Pastor
de Arras (segundo semestre de 1883). He aquí la verdadera criminal de
nacimiento.
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