Pedro Marqués de Armas
Radioescucha en sus ratos libres, supo lo que era un capataz de cuello blanco; y nada pudo, minúsculo inquilino, ni tal vez le importó, cuando los jenízaros tomaron el negocio por asalto. Nada, salvo asentir como corresponde a un empleado apenas voluntarioso y adscrito sin remedio a la legión de los muertos.
Sin embargo, el día de la defenestración pudo ver desde aquel ángulo, a doctores y soldados brindar a solas entre fusiles y manojos de llaves, casi amigablemente como en una puesta en escena... Por supuesto, siguió pegando rótulos mientras lo que era Atracción Sarrá se convertía en “empresa consolidada”.
Radioescucha en sus ratos libres, supo lo que era un capataz de cuello blanco; y nada pudo, minúsculo inquilino, ni tal vez le importó, cuando los jenízaros tomaron el negocio por asalto. Nada, salvo asentir como corresponde a un empleado apenas voluntarioso y adscrito sin remedio a la legión de los muertos.
Sin embargo, el día de la defenestración pudo ver desde aquel ángulo, a doctores y soldados brindar a solas entre fusiles y manojos de llaves, casi amigablemente como en una puesta en escena... Por supuesto, siguió pegando rótulos mientras lo que era Atracción Sarrá se convertía en “empresa consolidada”.
Y para que lo viese con mis propios ojos, me llevó al callejón tapiado, en lo que había sido una antigua cochera donde dos o tres tortugas centenarias (iba a decir fundadoras) sobrevivían a un embalse. Para que aprendas el valor de cada época –me dijo– y el modo en que hay tratar con esta gente.
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