1961
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lunes, 28 de julio de 2014
sábado, 26 de julio de 2014
La carne
Virgilio Piñera
Sucedió con gran sencillez, sin afectación. Por motivos que no son del caso exponer, la población sufría de falta de carne. Todo el mundo se alarmó y se hicieron comentarios más o menos amargos y hasta se esbozaron ciertos propósitos de venganza. Pero, como siempre sucede, las protestas no pasaron de meras amenazas y pronto se vio a aquel afligido pueblo engullendo los más variados vegetales.
Sólo que el señor Ansaldo no siguió la orden general. Con gran tranquilidad se puso a afilar un enorme cuchillo de cocina, y, acto seguido, bajándose los pantalones hasta las rodillas, cortó de su nalga izquierda un hermoso filete. Tras haberlo limpiado lo adobó con sal y vinagre, lo pasó –como se dice- por la parrilla, para finalmente freírlo en la gran sartén de las tortillas del domingo.
Sentose a la mesa y comenzó a saborear su hermoso filete. Entonces llamaron a la puerta; era el vecino que venía a desahogarse...Pero Ansaldo, con elegante ademán, le hizo ver el hermoso filete. El vecino preguntó y Ansaldo se limitó a mostrar su nalga izquierda. Todo quedaba explicado. A su vez, el vecino deslumbrado y conmovido, salió sin decir palabra para volver al poco rato con el alcalde del pueblo. Éste expresó a Ansaldo su vivo deseo de que su amado pueblo se alimentara, como lo hacía Ansaldo, de sus propias reservas, es decir, de su propia carne, de la respectiva carne de cada uno. Pronto quedó acordada la cosa y después de las efusiones propias de gente bien educada, Ansaldo se trasladó a la plaza principal del pueblo para ofrecer, según su frase característica, “una demostración práctica a las masas”.
Una vez allí hizo saber que cada persona cortaría de su nalga izquierda dos filetes, en todo iguales a una muestra en yeso encarnado que colgaba de un reluciente alambre. Y declaraba que dos filetes y no uno, pues si él había cortado de su propia nalga izquierda un hermoso filete, justo era que la cosa marchase a compás, esto es, que nadie engullera un filete menos. Una vez fijados estos puntos diose cada uno a rebanar dos filetes de su respectiva nalga izquierda. Era un glorioso espectáculo, pero se ruega no enviar descripciones. Por lo demás, se hicieron cálculos acerca de cuánto tiempo gozaría el pueblo de los beneficios de la carne. Un distinguido anatómico predijo que sobre un peso de cien libras, y descontando vísceras y demás órganos no ingestibles, un individuo podía comer carne durante ciento cuarenta días a razón de media libra por día. Por lo demás, era un cálculo ilusorio. Y lo que importaba era que cada uno pudiese ingerir su hermoso filete.
Pronto se vio a señoras que hablaban de las ventajas que reportaba la idea del señor Ansaldo. Por ejemplo, las que ya habían devorado sus senos no se veían obligadas a cubrir de telas su caja torácica, y sus vestidos concluían poco más arriba del ombligo. Y algunas, no todas, no hablaban ya, pues habían engullido su lengua, que dicho sea de paso, es un manjar de monarcas. En la calle tenían lugar las más deliciosas escenas: así, dos señoras que hacía muchísimo tiempo no se veían no pudieron besarse; habían usado sus labios en la confección de unas frituras de gran éxito. Y el alcaide del penal no pudo firmar la sentencia de muerte de un condenado porque se había comido las yemas de los dedos, que, según los buenos gourmets (y el alcaide lo era) ha dado origen a esa frase tan llevada y traída de “chuparse la yema de los dedos”.
Hubo hasta pequeñas sublevaciones. El sindicato de obreros de ajustadores femeninos elevó su más formal protesta ante la autoridad correspondiente, y ésta contestó que no era posible slogan alguno para animar a las señoras a usarlos de nuevo. Pero eran sublevaciones inocentes que no interrumpían de ningún modo la consumación, por parte del pueblo, de su propia carne.
Uno de los sucesos más pintorescos de aquella agradable jornada fue la disección del último pedazo de carne del bailarín del pueblo. Éste, por respeto a su arte, había dejado para lo último los bellos dedos de sus pies. Sus convecinos advirtieron que desde hacía varios días se mostraba vivamente inquieto. Ya sólo le quedaba la parte carnosa del dedo gordo. Entonces invitó a sus amigos a presenciar la operación. En medio de un sanguinolento silencio cortó su porción postrera, y sin pasarla por el fuego la dejó caer en el hueco de lo que había sido en otro tiempo su hermosa boca. Entonces todos los presentes se pusieron repentinamente serios.
Pero se iba viviendo, y era lo importante, ¿Y si acaso...? ¿Sería por eso que las zapatillas del bailarín se encontraban ahora en una de las salas del Museo de los Recuerdos Ilustres? Sólo se sabe que uno de los hombres más obesos del pueblo (pesaba doscientos kilos) gastó toda su reserva de carne disponible en el breve espacio de 15 días (era extremadamente goloso, y por otra parte, su organismo exigía grandes cantidades). Después ya nadie pudo verlo jamás. Evidentemente se ocultaba... Pero no sólo se ocultaba él, sino que otros muchos comenzaban a adoptar idéntico comportamiento. De esta suerte, una mañana, la señora Orfila, al preguntar a su hijo –que se devoraba el lóbulo izquierdo de la oreja- dónde había guardado no sé qué cosa, no obtuvo respuesta alguna. Y no valieron súplicas ni amenazas. Llamado el perito en desaparecidos sólo pudo dar con un breve montón de excrementos en el sitio donde la señora Orfila juraba y perjuraba que su amado hijo se encontraba en el momento de ser interrogado por ella. Pero estas ligeras alteraciones no minaban en absoluto la alegría de aquellos habitantes. ¿De qué podría quejarse un pueblo que tenía asegurado su subsistencia? El grave problema del orden público creado por la falta de carne, ¿no había quedado definitivamente zanjado? Que la población fuera ocultándose progresivamente nada tenía que ver con el aspecto central de la cosa, y sólo era un colofón que no alteraba en modo alguno la firme voluntad de aquella gente de procurarse el precioso alimento. ¿Era, por ventura, dicho colofón el precio que exigía la carne de cada uno? Pero sería miserable hacer más preguntas inoportunas, y aquel prudente pueblo estaba muy bien alimentado.
Fotografía: Walker Evans
Sucedió con gran sencillez, sin afectación. Por motivos que no son del caso exponer, la población sufría de falta de carne. Todo el mundo se alarmó y se hicieron comentarios más o menos amargos y hasta se esbozaron ciertos propósitos de venganza. Pero, como siempre sucede, las protestas no pasaron de meras amenazas y pronto se vio a aquel afligido pueblo engullendo los más variados vegetales.
Sólo que el señor Ansaldo no siguió la orden general. Con gran tranquilidad se puso a afilar un enorme cuchillo de cocina, y, acto seguido, bajándose los pantalones hasta las rodillas, cortó de su nalga izquierda un hermoso filete. Tras haberlo limpiado lo adobó con sal y vinagre, lo pasó –como se dice- por la parrilla, para finalmente freírlo en la gran sartén de las tortillas del domingo.
Sentose a la mesa y comenzó a saborear su hermoso filete. Entonces llamaron a la puerta; era el vecino que venía a desahogarse...Pero Ansaldo, con elegante ademán, le hizo ver el hermoso filete. El vecino preguntó y Ansaldo se limitó a mostrar su nalga izquierda. Todo quedaba explicado. A su vez, el vecino deslumbrado y conmovido, salió sin decir palabra para volver al poco rato con el alcalde del pueblo. Éste expresó a Ansaldo su vivo deseo de que su amado pueblo se alimentara, como lo hacía Ansaldo, de sus propias reservas, es decir, de su propia carne, de la respectiva carne de cada uno. Pronto quedó acordada la cosa y después de las efusiones propias de gente bien educada, Ansaldo se trasladó a la plaza principal del pueblo para ofrecer, según su frase característica, “una demostración práctica a las masas”.
Una vez allí hizo saber que cada persona cortaría de su nalga izquierda dos filetes, en todo iguales a una muestra en yeso encarnado que colgaba de un reluciente alambre. Y declaraba que dos filetes y no uno, pues si él había cortado de su propia nalga izquierda un hermoso filete, justo era que la cosa marchase a compás, esto es, que nadie engullera un filete menos. Una vez fijados estos puntos diose cada uno a rebanar dos filetes de su respectiva nalga izquierda. Era un glorioso espectáculo, pero se ruega no enviar descripciones. Por lo demás, se hicieron cálculos acerca de cuánto tiempo gozaría el pueblo de los beneficios de la carne. Un distinguido anatómico predijo que sobre un peso de cien libras, y descontando vísceras y demás órganos no ingestibles, un individuo podía comer carne durante ciento cuarenta días a razón de media libra por día. Por lo demás, era un cálculo ilusorio. Y lo que importaba era que cada uno pudiese ingerir su hermoso filete.
Pronto se vio a señoras que hablaban de las ventajas que reportaba la idea del señor Ansaldo. Por ejemplo, las que ya habían devorado sus senos no se veían obligadas a cubrir de telas su caja torácica, y sus vestidos concluían poco más arriba del ombligo. Y algunas, no todas, no hablaban ya, pues habían engullido su lengua, que dicho sea de paso, es un manjar de monarcas. En la calle tenían lugar las más deliciosas escenas: así, dos señoras que hacía muchísimo tiempo no se veían no pudieron besarse; habían usado sus labios en la confección de unas frituras de gran éxito. Y el alcaide del penal no pudo firmar la sentencia de muerte de un condenado porque se había comido las yemas de los dedos, que, según los buenos gourmets (y el alcaide lo era) ha dado origen a esa frase tan llevada y traída de “chuparse la yema de los dedos”.
Hubo hasta pequeñas sublevaciones. El sindicato de obreros de ajustadores femeninos elevó su más formal protesta ante la autoridad correspondiente, y ésta contestó que no era posible slogan alguno para animar a las señoras a usarlos de nuevo. Pero eran sublevaciones inocentes que no interrumpían de ningún modo la consumación, por parte del pueblo, de su propia carne.
Uno de los sucesos más pintorescos de aquella agradable jornada fue la disección del último pedazo de carne del bailarín del pueblo. Éste, por respeto a su arte, había dejado para lo último los bellos dedos de sus pies. Sus convecinos advirtieron que desde hacía varios días se mostraba vivamente inquieto. Ya sólo le quedaba la parte carnosa del dedo gordo. Entonces invitó a sus amigos a presenciar la operación. En medio de un sanguinolento silencio cortó su porción postrera, y sin pasarla por el fuego la dejó caer en el hueco de lo que había sido en otro tiempo su hermosa boca. Entonces todos los presentes se pusieron repentinamente serios.
Pero se iba viviendo, y era lo importante, ¿Y si acaso...? ¿Sería por eso que las zapatillas del bailarín se encontraban ahora en una de las salas del Museo de los Recuerdos Ilustres? Sólo se sabe que uno de los hombres más obesos del pueblo (pesaba doscientos kilos) gastó toda su reserva de carne disponible en el breve espacio de 15 días (era extremadamente goloso, y por otra parte, su organismo exigía grandes cantidades). Después ya nadie pudo verlo jamás. Evidentemente se ocultaba... Pero no sólo se ocultaba él, sino que otros muchos comenzaban a adoptar idéntico comportamiento. De esta suerte, una mañana, la señora Orfila, al preguntar a su hijo –que se devoraba el lóbulo izquierdo de la oreja- dónde había guardado no sé qué cosa, no obtuvo respuesta alguna. Y no valieron súplicas ni amenazas. Llamado el perito en desaparecidos sólo pudo dar con un breve montón de excrementos en el sitio donde la señora Orfila juraba y perjuraba que su amado hijo se encontraba en el momento de ser interrogado por ella. Pero estas ligeras alteraciones no minaban en absoluto la alegría de aquellos habitantes. ¿De qué podría quejarse un pueblo que tenía asegurado su subsistencia? El grave problema del orden público creado por la falta de carne, ¿no había quedado definitivamente zanjado? Que la población fuera ocultándose progresivamente nada tenía que ver con el aspecto central de la cosa, y sólo era un colofón que no alteraba en modo alguno la firme voluntad de aquella gente de procurarse el precioso alimento. ¿Era, por ventura, dicho colofón el precio que exigía la carne de cada uno? Pero sería miserable hacer más preguntas inoportunas, y aquel prudente pueblo estaba muy bien alimentado.
Fotografía: Walker Evans
jueves, 24 de julio de 2014
miércoles, 23 de julio de 2014
Piñera responde a Bohemia
-Virgilio… ¿Por qué no una
entrevista corta para los lectores de «En Cuba Arte y Literatura»?
-Bien… ¿De qué hablamos?
-De ti. Se dice que naciste en
Cárdenas, Matanzas, pero muchos te creen camagüeyano. ¿Cómo es eso?
-Mira, lo que sucede es que hice
mi bachillerato en el Instituto de Camagüey. Como viví de muchacho varios años
en la provincia agramontina, de allí la confusión. Por otro lado, no me
disgusta; yo quiero mucho a Camagüey.
-Eso me recuerda algo. Fue
precisamente en aquella ciudad donde, una noche, reí soberbiamente leyendo tu
obra de teatro El gordo y el flaco.
Me gustaría verla representada: ¿no la van a montar por ahora?
-No sé.
-¿Cuánto tiempo estuvo en
cartelera Aire frío? Fue uno de los
mayores éxitos teatrales que recuerda La Habana. ¿Qué otra cosa estudiaste?
-Cursé estudios en la Universidad
de La Habana de 1937 a 1941. Luego residí en Buenos Aires durante doce años,
fui traductor de varias editoriales como Argos, Siglo XX, etcétera. Volví en el
58 a Cuba. He viajado por Europa y América Latina…
-¿Por qué no se publican en Cuba
tus Cuentos fríos?
-Creo que debería hacerse una
edición cubana. El libro, en su momento, conoció cierta boga, hizo «algún
ruido» y «provocó» el siguiente comentario del profesor Nils Hedberg, amigo de
Sherlock Holmes: «Acabo de estar hojeando estos cuentos por espacio de
bastantes minutos (sic) y tengo la muy neta impresión de que usted me ofrece
una lectura bien excepcional, libro más raro en realidad (sic), y que
ventajosamente resale (sic) contra todo lo aburrido y docto que los estantes de
este instituto iberoamericano de Gotemburgo tienden a querer patentizar»…
Espero que la comisión encargada de editar mis obras completas con motivo del
centenario de mi nacimiento tendrá muy en cuenta la opinión del profesor Nils
Hedberg.
-¿Qué teatro crees debe hacerse
en Cuba actualmente? ¿Preparas alguna
nueva obra de teatro?
-Esta pregunta les quita el sueño
a nuestros dramaturgos. ¿Qué teatro? Los autores se sienten como si les
pusieran banderillas. ¡Caramba! Muchas veces por contestar esta clase de
preguntas se olvida uno de escribir la obra. Por cierto, tengo una en el horno
que me parece será un trueno.
-¿Podrías, para tus lectores
potenciales, decir algo sobre la trama de Pequeñas
maniobras?
-Hacia el final de la novela,
Sebastián dice: «Soy el soldado desconocido de unas pequeñas maniobras, cuyo
escenario son las calles de mi ciudad; su materia, mi sangre gota a gota, y mi
ideal el deseo angustioso de pasar inadvertido». Esta novela, escrita entre los
años 1956-1957, no pudo ser publicada. Si aquella sociedad producía tal
espécimen como Sebastián, bueno hubiera sido que este espécimen, dado a la
estampa, constituyera piedra de escándalo y sacara los trapos sucios. De
cualquier como, es un testimonio del pasado. Además, creo que interesará al
lector del presente, pues ese pobre diablo, a pesar de su cobardía, es un tipo
vital que dice: «La vida me encanta, me imanta y me amamanta…». Por último diré
que Sebastián empieza su vida en una casa de huéspedes y la termina (¿la
termina?) en un centro espiritista.
-¿Te gustaría figurar en el
Premio Internacional ex-Fomentor, actualmente Corfú?
-A reserva de lo que pueda
ocurrir, no creo haber nacido para «corfuar». Eso es una cuestión de destino.
BOHEMIA, 6 de septiembre de 1963,
número 36, año 55, p. 15. Tomado de www.bohemia.cu
lunes, 21 de julio de 2014
De G. Cabrera Infante a V. Piñera
Jesús Jambrina
Explorar la
correspondencia de los escritores es una aventura sorprendente, al menos la de algunos
escritores. No existe otro género en el cual la libertad de la mente devele
tantos significados al mismo tiempo y el lector pueda rediseñar, o completar,
su idea de los autores. La literatura, y la cultura desde una perspectiva
dinámica, madura cuando los recovecos de la creación pueden ser seguidos a
través de la intimidad de la escritura (auto)biográfica: las cartas, los
diarios, las confesiones. Una literatura madura es una literatura que se
enfrenta a su propia destrucción mediante la descripción descarnada de sus
disímiles obsesiones, mientras ello no sucede los relatos corren el riesgo de
convertirse en maleables programas románticos que no en activas segregaciones
mentales. Activas significa aquí contestatarias, preguntonas, pero también
astutas y ágiles acciones discursivas.
Leer esta carta de Guillermo Cabrera Infante a
Virgilio Piñera es al mismo tiempo repasar la verdad de ambos escritores. Es
claro que podría hacerse una presentación sociohistórica de este documento: dar
vueltas a las circunstancias en que ambos hombres se encontraban al momento de
este intercambio, sin embargo, tanto Piñera como Cabrera Infante han superado,
a estas alturas de la historia literaria cubana, las suficientes barreras como
para contar la anécdota de nuevo. Mi interés aquí es sólo proponer la
articulación de una lectura ¿hay que decir que crítica? de esta carta en
función de los lugares que ella misma nos está proponiendo. Es decir, cómo se
distribuyen sus significados de acuerdo a la información que ya poseemos con respecto
a lo que fueron, o en lo que devinieron, intelectualmente hablando, ambos
escritores.
Tres líneas me parecen claras: I- la economía
y seguridad con que Infante valora el trabajo de Pinera. A este último le ha
tocado muchas veces enfrentar una crítica, sino reduccionista y prejuiciada, al
menos sí limitada a una o dos de sus prácticas escritúrales: el teatro y la
narrativa. Para Infante es evidente que los méritos del autor de Aire Frío no
se quedan en su fondeo en el golfo del teatro cubano, sino que su versatilidad
lo ubica en un lugar prominente dentro del campo literario -en rigor ¿puede
hablarse de otro autor cubano con tantos aportes en diversas direcciones? Pocos
han querido darse cuenta de este hecho. Infante, desde una perspectiva crítica
flexible, aporta un fundamento, en mi opinión básico: Piñera es una totalidad y
así debe entrar en el conocimiento de los lectores foráneos (recordar que se
trata de una entrevista en Francia). Hoy esta afirmación comienza a verse más
clara, en especial con la publicación de una selección bastante amplia de la
poesía piñeriana (1) y con la preparación de otra selección de su crítica que,
en su mayoría, queda por ser recuperada de las múltiples revistas y periódicos
en los que Piñera colaboró en Cuba y Argentina (2).
El segundo aspecto, en este caso puramente
estilístico, sería la organicidad con que se nos presenta cierta conexión
lúdica entre ambos escritores. Si para muchos críticos de Cabrera Infante y en
algún sentido para él mismo, el juego con el lenguaje es una herencia británica,
vía Joyce; en mi opinión esta carta contribuiría a entender una relación más cercana
entre ambos autores -Piñera/Cabrera Infante-, desde el punto de vista del uso
de la palabra y en general el retozo con ella, con sus posibilidades y
flexibilidad, su desmembramiento. En última instancia tanto el uno como el otro
pertenecen a momentos distintos de una vanguardia artística cubana
caracterizada por la inconformidad y el alboroto, lo mismo a nivel político
como a nivel literario (3).
Cabrera Infante, como Piñera, ha sometido el
lenguaje a altas temperaturas de expresión. Lo que para Piñera sería irrupción
de un género en otro -la poesía puede ser teatral, pero a su vez narrativa,
mientras que sus cuentos poseen intensidad poética y el teatro virtudes, muchas
veces, más puramente literarias que escénicas- para Cabrera Infante sería la contaminación
total entre los géneros, las más evidente aquella que -como ha notado Mario
Vargas Llosa- es capaz de convertir una reseña cinematográfica en una obra estrictamente
literaria (4). Nadie podría negarle a Guillermo Cabrera Infante haber asimilado,
como ningún otro escritor del siglo XX en Cuba, las riquezas y complejidades de
la mejor tradición literaria nacional e internacional y al mismo tiempo haber
intentado rearticularlas de la manera más crítica posible, logrando textos
(inevitablemente) antológicos en el ámbito de la lengua española, más allá de
las reacciones a uno u otro premio importante.
El tercer aspecto, digamos en el plano general
de la carta, que me resulta atractivo, es la voluntad promocional del autor de Tres
Tristes Tigres. Es difícil preveer cómo Cabrera Infante reaccionará a esta
publicación, si es que se entera de ella. De cualquier manera, como hablante de
entonces nos ofrece una visión bien jerarquizada de la narrativa cubana del
período, con una muy definida conciencia generacional, cada uno de los nombres
mencionados, a excepción de los que considera Maestros -Novas, Montenegro,
Lydia Cabrera y Piñera- poseen un lugar fijo en sus opiniones.
Se trataba del
embrión de una naciente literatura, entonces revolucionaria, que nuestro autor
buscaba establecer en la red de editores y editoriales de Francia, esfuerzo que
hoy sabemos no fructificó, entre otras razones porque, como ha continuado
sucediendo a lo largo de los últimos 42 años en uno y otro grupo, dicha
generación se atomizó creativamente y sólo unos pocos de ellos sostuvieron una
labor constante. De cualquier modo, es un testimonio claro de cuáles eran las
posibilidades de circulación de la literatura cubana de aquellos años y cuál su
interés para las editoriales europeas. Hoy sabemos que muy pocos sobrevivieron
a aquella efervescencia, de cierta manera muy parecida a la que se percibe
actualmente por la narrativa cubana en muchas partes del mundo y de la cual tampoco
sabemos cuántos ni quiénes sobrevivirán cuarenta años después.
Bruselas, 11 de
enero de 1963
Querido Público
Virgilio M. (después del récord de "Aire frío": 4 grados sobre cero en
Los Arabos: reflejos (de "Aire") acondicionados, no se te puede
llamar por otro nombre: te confundes con el viejo poeta pederasta que agarró
una rama dorada (algunos dicen que era una vulgar cavia (5) romana pintada con
vulgar oro de Siena) y bajó a los infiernos: tú, desde el Infierno, esgrimes la
rama dorada del laurel teatral: hay que decirte, pues, Ave Virgilius,
spectatori te salutam-aviso: no dejes que lo de Ave Virgilio se corra
por esa ciudad que exalta el machismo de sus hombres y adora el matriarcado de
sus mujeres (6). Agamenón de Cuba, recibo con último agrado tu veloz carta, que
para no desmentir que es tuya, vino volando: hizo el viaje en casi cuatro días,
lo que es otro récord: eres, como Washington, el primero Así en la paz, el
primero como en la guerra y el primero en el corazón de tus
conbugarrones.
Acabo de venir de chez madame la concierge,
donde mi maltrecho ego –maltrecho por muchas pequeñeces que ya te contaré de
viva voz un día– acaba de gozar de reparaciones notables: Max Pol Fouchet, el
sagaz crítico, reciente consumió 15 brillantes -porque fueron brillantes-
minutos elogiando a "Dans la paix comme dans la guerre" como un
partisan. Casi se diría que era Luis Agüero o aun Raúl Palas. El Max Pol habló
de lo lindo. Contó cuentos del libro y recomendó a todos su adquisición. Según
Caillois, con quien me carteo, esto es excelente para la venta del libro –more later,
como decía la caquéctica Audrey Hepburn en aquella maravillosa comedia que se llamó
"Amor en la tarde". Es así que puedo saborear tu triunfo de todo
corazón: me alegra la calentura de "Aire frío": serás, de ahora en
adelante, Virgilio Westinghouse. Me entusiasma la idea de que venga a París -no
sólo por la obra, sino por la presencia segura aquí de Julio, de Humberto y
tuya. Debes hacer todos los amarres posibles por que la manden, no importa los
que sean. Después de todo, when in Moscow... Que traducido al cubano quiere
decir: A la tierra que fueres... Te tengo una sorpresa, que no te sorprenderá: me
han hecho una entrevista para la revista española "Insula". He aquí
lo que digo de ti antes de que tú mismo lo dijeras: "No quiero terminar de
hablar del teatro cubano (porque en la entrevista
hablo de todo, hasta de la metafísica del cuento) sin
hablar de Virgilio Piñera. Piñera -dramaturgo, poeta, cuentista, crítico,
novelista y traductor de "Ferdydurke" (permiso para una leve coña)-
es una suerte de coloso de Rodas (Las Villas) de la escena cubana,
que tiene un pie en el teatro vernáculo y el otro en la vanguardia europea. Su última
pieza, sin embargo, es una crónica familiar en 3 actos que dura cerca de cuatro
horas y que yo siento influida por "El largo viaje de un día hacia la
noche", de Eugene O'Neill. Aunque el autor (Piñera, no O'Neill) lo niega.
El éxito que tiene esta obra, ahora, en La Habana, según noticias (mentira
muchacho: no tenía ninguna noticia), es casi imprecedente en la escena
cubana. "Aire frío" ha sido estrenada por el Teatro Experimental,
dirigida por el escritor Humberto Arenal y protagonizada por el director teatral
Julio Matas. Curiosas transformaciones, ¿verdad? Piñera se colocó con su primera
obra "Electra Garrigó"(1948), escrita a los 29 años, a la entrada de
un posible golfo del teatro cubano. Como todos los colosos, Piñera se ha visto
amenazado de derrumbe varias veces. Primero por Antón Arrufat y luego por José
Triana, que con sus obras "El vivo al pollo" y "Medea en el
espejo" parecieron al principio terremotos devastadores. Pero Piñera sigue
sobre sus pies, a los 50 años, a pesar de que el precoz Nicolás Dorr escribe a
los 14 años varias piezas ("Las pericas", "El palacio de los cartones")
que reúnen el teatro vernáculo y el absurdo ionesquiano con toda
felicidad". (Los subrayados entre paréntesis no aparecen en la
entrevista).
Pero eso no es todo, caro Virgilio Marrón,
pues es la parte dedicada al cuento (después de mencionar a los maestros Novas
Calvo, Montenegro, Lydia Cabrera) te hago este elogio: "Y, por supuesto,
no puedo dejar de nombrar, una vez más, a Virgilio Piñera, que en sus
"Cuentos fríos" tiene un libro tan extraño, lúcido y perfecto como
"Cinniamon Shops", del malogrado (malogrado, hay que decirlo, por una
asesina bala nazi, en el ghetto de Drojobycz, en Polonia, en 1942) Bruno
Schulz". Como ves, no sólo en Cuba eres reconocido. Anche in Brussele.
Ahora hablemos serio. Necesito que me mandes
"Aire frío", pues me la han pedido aquí. También envía "El robo
del cochino" y dos o tres obras que puedan interesar a un grupo de teatro
izquierdista o comunista de la ciudad de Gent o Gand o Cante que la han pedido.
Lamento que no puedas incluir ni una de las Medeas, ni una de las Viudas.
Habla, sí, con Brene, a ver si tiene algo que sea menos local y pueda
traducirse sin dificultades.
Otra buena noticia y otra petición. Mándame
tus "Cuentos fríos". Hablé con Caillois y luego le escribí para
hablarle de varios libros cubanos que la colección de La Croix du Sud pudiera
publicar. Le hablé primero, claro está de los maestros: Lydia, Lino Novás, tú.
Me dijo que el libro de Lydia era para especialistas y que le buscaría un traductor;
luego me dijo que los cuentos eran difíciles de publicar en Francia, porque los
franceses no aman las nouvelles; luego me dijo que había pensado publicar los
cuentos de Lino y finalmente me dijo que no conocía tu libro, pero que querría
verlo. Comprendes que intento ser imparcial -o parcial- y quiero crear una
curiosidad o un interés por la literatura cubana, que ya los editores irán
saliendo. No dejes de mandarme el libro cuanto antes por correo certificado.
Pienso luego hablar con otros editores del libro de Calvert, que me parece el
más maduro de todos los libros de cuentos recién publicados; y luego hablaré
por el libro de Arenal, que puede tener posibilidades; y luego por la novela de
Desnoes, que no sé qué tal caerá. Aquí -y te hablo de Francia: este país es una
poceta llena de la misma agua azul del océano cercano, pero no es más que eso:
una poceta- parece haber escasez de libros con tanta editorial caminando y los
libros latino-americanos son pocos y malos (la novela de Carlos Fuentes, que es
muy buena en comparación con las demás, parece no gustar al traductor, que es
el mío). No sé qué hacer con la novela de Arcocha y se lo voy a escribir, pues
parece que Goytisolo la reportó favorablemente y no puedo hablar con Caillois
sin permiso del Goyti, no vaya a parecer una intrusión. En cuanto a "La
búsqueda" no creo que tenga el menor chance, dados sus errores, aunque
pienso que Sarusky puede tener dentro un libro mejor que el libro que produzcan
Desnoes o Arcocha. En cuanto a Lisandro, no sé, realmente qué es lo que le
pasa, pues lleva más de dos años con su libro a cuestas y no acaba de terminarlo
o de desecharlo o de comenzar otra cosa, si esa no sale. Ya ves, me ocupo de
ustedes. (Hazme el favor de recomponer ese párrafo que salió como a Butor le
encantan: mal escrito.)
Escribo bastante, no creas. No quiero
adelantar mucho, pero ya lo verás por la entrevista, que pienso mandar una
copia a Cuba, a la revista Casa -es por eso que te adelanté el párrafo, para
que no se extraviara luego.
En cuanto al regreso, no sé. Si puedo salir de
esta detestable ciudad y caer en París (la Unesco es un buen lugar, díselo a
Carlos: ahora que Marta Frayde se queda sola, pues la mala víbora del Álvarez
Ríos (hay que concederle a Arcocha una suerte de presciencia) sale pitando para
Cubita Bella) o en Roma o en Londres, donde un consejero cultural no le vendría
mal a Gran Bretaña, ya que PAF -con quien he hablado tres veces por teléfono- dice
que hay mucho trabajo; entonces, con el cambio, me quedaré otro año más,
previos paseos a La Habana, que sigue siendo a pesar de Europa, a pesar de
París, la ciudad del sortilegio -para emplear una frase que te es cara- para
mí, aunque actúe yo como uno de aquellos idiotas lemmings de Noruega o de
Islandia -pregunta a Oscar por los lemmings y tendrás la clave de una
afortunada metáfora destinada sin duda a hacer carrera. Pero en Bruselas, con
este frío -16 bajo cero en la calle, hoy, cuando continúo tu carta, 12 de enero,
con anuncio de una bajada hasta -26 para mañana domingo- y con el poco dinero, ya
que la ciudad es carísima, y sin nadie interesante a quien conocer y sin contactos
útiles, y con un trabajo hasta ahora burocrático y mierdero, lleno de mierditas
que no vale la pena ni relatar, pero que hacen las delicias de cada día (¿te
acuerdas del periódico bajo Ithiel?, algo parecido a esto, sólo que más
imbécil, más pequeño y más mierdita: el eterno odio al intelectual, al artista,
al escritor, que sale dondequiera y se manifiesta en cien mil diarias cobardías),
cuando no tengo que servir a lo que más detesto: ahora mismo llevo tres días preparando
dos cortos del ICAIC para que vayan a un festival de cine aquí: los cortos vinieron
como todas las cosas del ICAIC, a la buena ventura, hubo que hacerles fichas técnicas,
escribirles sinopsis y tomar la narración y traducirla y ponerlo todo
coherente: y este trabajo tuve que hacerlo yo, que detesto a esa gente y lo que
representan más que nadie, y mi trabajo, que no me gusta, que es detestable,
será a AMDG (a mayor gloria de Dalia), que será quien se lleve el mérito. (Te
recomiendo que lo pienses dos veces antes de aceptar el cargo en cualquier
parte, porque tendrás que dar conferencias, hacer horario de burócrata y
aguantar todos los paquetes inimaginables, amén de los que te imagines: éste del
ICAIC, te lo aseguro, no es de los más desagradables: piénsalo, te digo.) Con
esta soledad -no sólo física, sino espiritual-, con tantas incomodidades
-vivimos en un cuarto del tamaño de mi estudio en La Habana y pagamos 4,000
francos belgas: $80, dólares, contantes y sonantes- y con este frío, no vuelvo
a pasar otro invierno en esta ciudad. Come what may. Se la regaló a Rine, a
Arenal, a ti: a quien la quiera. Corrección: Max Pol Fouchet habló por Radio
Televisión Belge, que retrasmitía un programa, "Lecture pour vous",
de Radio Televisión Francaise, en el mejor turno del programa y anunciado desde
el principio y con un largo espacio, y todo dicho con una enorme convicción, lo
que me alegró el fin de semana y la noche y el nuevo año.
Virgilio, ¿qué pasa con mi libro? Cuando
recibas esta carta se habrá cumplido un año de que entregué las dos terceras
partes del libro a Paquita. El de Rine, que no estaba comenzado, ya está en la
calle. Supongo que ahora yo no tendrá más la culpa. ¿De quién será? ¿De
Soriano? ¿De mi padre? ¿De dos albañiles perezosos en casa Burgay? Debe ser así,
pues ni Mateo, ni Paquita, ni tú quieren aceptar la parte de responsabilidad
que les toca en esta demora casi bochornosa: Ediciones R. bate un récord:
solamente "Aire frío" estuvo tanto tiempo en la nevera. ¿Se llamará
mi libro, al salir, "Un oficio del Siglo XXI"? Ahora es hasta luego.
Aprende a escribir largo y envía los libros: el tuyo, el de Estorino (¿por qué
llamarse Abelardo cuando se llama uno José?), y el de Brene o los que creas
presentables a esta gente. También quiero que te ocupes de enviarme con Edith Depestre
o quien sea varios ejemplares del libro de pintura, que me hacen falta aquí
para regalar a críticos y pintores que conoceré esta semana.
Te veré en París
dentro de dos meses. Amárrale los güebos al diablo. Sin tocárselos mucho. Hasta
luego, el mismo abrazo de siempre con el mismo afecto de siempre:
G.C.I.
Notas
1) Virgilio
Pinera: La isla en peso, Ediciones Unión, La Habana, 1998. Tusquest
Editores publicó el mismo libro en el año 2000 en su colección Nuevos textos
sagrados.
2) Antón Arrufat
prepara dicha selección para la editorial Letras Cubanas, bajo el título de El
país del arte, nombre de unos de los ensayos más conocidos de Piñera
publicado en la revista Orígenes.
3) La crítica
literaria cubana ha considerado como Vanguardia sólo aquel movimiento que tuvo
su auge cubano durante la década del 30 del pasado siglo. Sin embargo, como
explicó Miklos Szabolscsí, la vanguardia, extendida por todo el mundo
occidental, incluida América Latina, tuvo un segundo momento de esplendor a
partir de los años 40, cuyo signo básico fue la crítica corrosiva mediante el
absurdo y otros recursos vanguardistas, de la sociedades occidentales, con los
valores burgueses al frente, incapaces de impedir la guerra y la destrucción.
Una crítica profundamente humanista que tuvo un último período claro a finales
de los 50 y durante una parte de los 60, en esta última época bajo nuevas
circunstancias e intereses. (Rev. Casa de
las Américas, No 80, Sept.-Oct., 1972, pp. 4-17). Durante este período, la
literatura cubana también estuvo expuesta a las gravitaciones foráneas así como
a un diálogo con la propia herencia vanguardista. Además de Piñera y Cabrera
Infante, podrían ser incluidos dentro de esta tradición escritores como Enrique
Labrador Ruiz, Lorenzo García Vega, Severo Sarduy, y Ezequiel Vieta. La
vocación vanguardista de la literatura cubana ha sido realmente poco estudiada
y merece una atención mucho más central de lo que puede ofrecer una nota al
pie, lo cual intentaré en textos futuros.
4) Pensemos, por
ejemplo, en el caso de Piñera en los poemas de la sesión "Si muero en la
carretera", en Una Broma Colosal (1988) y en el de Cabrera Infante,
en su libro Exercicios de esti(l)o, de la década del 70. Por otra parte, la
afirmación de M. Vargas Llosa fue parte de su argumentación como jurado del
Premio Cervantes en el año que se le otorgó a Cabrera Infante, publicada más
tarde en la revista Archipiélago, 1999.
5) El autor de
la carta extiende una flecha al margen con la siguiente frase: "¿Un trolló
papá?".
6) Flecha al
margen: "y viceversa: exalta el machismo de muchas de sus mujeres y el
matriarcado de sus hombres".
Tomado de Diásporas, Documentos 6, febrero-marzo
de 2002, pp. 22-26.
viernes, 18 de julio de 2014
Elogio de 'El caramelo'
Pedro Marqués de Armas
Me fascina ese trío que forman la vieja gorda, el
niño (que al final resulta ser un puerco) y la joven que cae muerta (o mejor, hecha cadáver) en medio de la guagua.
Pocas
veces, por medio de personajes tan marionetescos, y a través de situación tan
banal —el caramelo que le brindan a la anónima pasajera—, Piñera mostró tanto. Desde
luego, no hay que dejar fuera a ese perito de poca monta que, a manera de
"infundios", se lo saca todo de la cabeza.
Escena original, por esperpéntica, se atisba
desde el desayuno en el Ten-Cent. Y es que entre un pie de fruta acabado a la
carrera y un torrencial aguacero ("de fin de mundo") no puede
anunciarse nada bueno.
Ya en la guagua, no hay más que ver al niño
adefesio cogiendo el caramelo con la punta de los dedos (la escrupulosidad, la
fineza del crimen); pero, sobre todo, no hay más que oírlo cuando,
desde el fondo de su animalidad y dirigiéndose a la joven, dice:
"Cómetelo".
Acto seguido la pareja se pone a roncar (casi hasta el
final del cuento), mientras la que-será-cadáver cae de una vez y el diletante detective echa a correr sus especulaciones.
Y entonces todo rueda, o mejor, encaja como un
juego de matrioshkas: la trama
criminal dentro de la narración; el supuesto crimen, en el imaginario culposo
del personaje; y las metáforas callejeras —a menudo frases tomadas
literalmente— dentro de ese circo que va a ningún lado y en el que,
siempre a ras de los acontecimientos, nos topamos con las descripciones más
risibles y crueles, lo mismo que con las gratuidades más sabrosas.
A otro nivel, ese guiño del narrador al personaje
—por medio de otro personaje, el Capitán— cuando lo cogen con el pastillero en
el bolsillo, o sea, la prueba del delito: "Al mejor escribiente se le va
un borrón".
Piñera lo sabía: uno de sus mejores borrones. Tal
como contaba recientemente Luis Agüero, respondiendo a un chiste suyo, Piñera
le dijo en una ocasión: "No, no seré el Virgilio de La Eneida.
Pero sí el de 'El caramelo', un cuento que tú, querido, no podrás escribir
jamás...". Habría que advertirlo: ni nadie.
¿Qué circunstancias son estas? ¿Se alude a los
tiempos que corren? En efecto, asistimos al desencuentro de dos estilos: el del
hombre con rezagos del pasado ("suspendido en el abismo de la
dubitación") y la grosería e insensibilidad del colectivo.
Irónicamente,
alguien goza el privilegio de acudir en su auxilio y refrendar su tesis
"con el lenguaje llano del pueblo".
A fin de cuentas, se trata del
territorio del monstruo: bien visto, nada distingue la abyecta pilosidad del
niño-puerco, de la ratonera en que se mete el sabiondo tencenero, como
tampoco, de la masa cuando expresa su asco ancestral. A la muerta: "Tírenla por la
ventanilla".