domingo, 23 de abril de 2017

Discurso académico en La Habana




Wallace Stevens


Canarios en la mañana,
orquestas en la tarde,
globos por la noche. Al menos
ya no se trata de ruiseñores,
Jehovah y la gran serpiente marina. El aire
no es tan elemental ni ya la tierra
tan cercana.
       Pero el sustento de los bosques
no nos sostiene en las metrópolis.

II

Es la Vida un casino en un parque. Los cisnes
descansan sus picos en el suelo.
Un viento desolado ha aterido a la Roja Fátima
y en el frío se posa una gran decadencia.

III

Los cisnes... Antes de que sus picos se abatieran
sobre el suelo y antes que la crónica
de afectados homenajes disimulase tantos libros,
ellos vigilaron las pálidas aguas de los lagos
y los doseles de islas que estaban unidas
a aquel casino. Mucho antes que la lluvia
arrasara sus ventanas de tabla y que las hojas
llenaran sus incrustadas fuentes, ellos ataviaron
los crepúsculos del mítico Rey Maní.
Los siglos de excelencia por venir
surgieron de la promesa y devinieron augurio
de trombones flotantes en los árboles.
                               La fatiga
de pensar trajo una paz excéntrica
para el ojo y tintineante para el oído. Ásperos tambores
elevaron su ruido sin que la plebe se alarmara.
Las indolentes progresiones de los cisnes
hicieron que la tierra se ajustara; una parodia de maní
para gente de maní.
       Y un más sereno mito
concibiendo desde su perfecta plenitud,
lozano como junio, más frutecido que las semanas
del más maduro estío, moroso siempre
por tocar de nuevo el más cálido brote, por pulsar
de nuevo la más larga resonancia, por coronar
la más clara mujer con apta palabra, por montar
al más fuerte jinete sobre el potro más robusto.

Este urgido, sabio, mas sereno mito
pasó como un circo.
      El hombre político ordenó
la imaginación como el funesto pecado.
La abuela y su cesta de peras
tienen que ser el enigma de nuestros compendios.
Ése es mundo bastante y aún más, si se confinan
las hijas con las barraganas de melocotón y marfil
para quien se alzan las torres. El pecho del burgués
y no éter alguno sutil y cercado de estrellas
tiene que ser el lugar para el prodigio, a menos
que lo prodigioso sea truco. El mundo no es fantasía
     de insomnes ni palabra
que deba importar sustancia universal
a Cuba. Apuntad estas lácteas cuestiones.
Alimentan Júpiteres. Su pezón casual
caerá como dulzura en las noches vacías
cuando queda anulada la rapsodia excesiva
y la plegaria espirituosa provoca nuevos sudores: así, así:
La Vida es un viejo casino en un bosque.

IV

La función del poeta es aquí mero sonido,
más sutil que la más historiada profecía
para rellenar el oído? Ella le lleva a hacer
su repetición infinita y sus amalgamas
del más selecto ébano y del mejor alción.
Le lastra de exacta lógica para los remilgados.
Como parte de la naturaleza, es parte nuestra.
Tus rarezas son nuestras: puede ella acceder
y reconciliarnos con nosotros mismos en esas
reconciliaciones verdaderas, oscuras, pacíficas palabras,
y las sabias armonías de su cadencia.
Cierra la cantina. Apaga el candil.
La luz de luna no es amarilla sino un blanco
que silencia la villa siempre fiel.
Qué pálida y posesa es esta noche.
Qué llena de las exhalaciones del mar...
Todo esto es más viejo que su más viejo himno
y no tiene más significado que el pan de mañana.
Pero dejad al poeta que en su balcón
hable y los que duermen se moverán en su sueño,
se despertarán y contemplarán la luna en el piso.
Esto puede ser bendición, sepulcro y epitafio.
Puede, sin embargo, ser
un encantamiento definido por la luna
por mero ejemplo opulentamente clara.
Y el viejo casino también puede definir
un encantamiento infinito de nuestro ser
en la gran decadencia de los cisnes muertos.



 Revista de Avance, noviembre de 1929. 

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