martes, 27 de septiembre de 2016

Prohibición del juego de gallos


 Es difícil determinar en qué momento se estableció en Cuba el juego de gallos. Puede afirmarse casi con certeza que durante el siglo XVI no fue habitual en la Isla; no se encuentra rastro de su existencia en actas de cabildo ni en los documentos del Archivo de Indias, mientras que el juego de naipes se menciona desde la época de Velázquez.
 Tal vez pueda decirse lo mismo respecto al siglo XVII.
 El primer documento oficial qué se conoce acerca del juego de gallos es de 8 de abril de 1737 y consiste en un decreto real solicitando, del Gobernador de la isla un informe sobre si el juego de gallos podría "tener inconveniente con la gente de mar y tierra" y se piden también noticias acerca del arrendamiento del juego hecho por D. Miguel de Tapia el año anterior, lo cual hace pensar que ya dicho juego se practicaba en Cuba, y Miguel de Tapia, que tenía el beneficio del estanco de naipes, deseaba tener el del juego de gallos también.
 Este juego se entronizó de tal modo en Cuba que en todos los lugares poblados, urbanos o rurales, existía una valla de gallos. En La Habana, en el centro de la ciudad, entre el castillo de La Fuerza y el edificio de la Intendencia, el capitán general Francisco Dionisio Vives (1823-1832) tenía una gallería para diversión suya y de sus amigos.
 Con la llegada del general Miguel Tacón se puso coto al juego en Cuba y por una circular de 20 de octubre de 1835 se prohibió el juego de gallos, "en las tabernas del campo y casas particulares, reduciendo el juego en las poblaciones a los días festivos".
 Durante el mando de O'Donnell se volvió a suscitar el problema de la prohibición o no de las vallas. El despótico capitán general, después de conocer los informes de varias autoridades de la isla, dictó el decreto de 25 de julio de 1844 por el que se prohibían las lidias de gallos en despoblado y la asistencia a las vallas de gente de color e hijos de familia. El acceso a la "gente de color" se prohibía porque en la valla, con la pasión del juego, se olvidaban las diferencias sociales, "sin reconocerse en aquel espectáculo ninguna línea que marque... la diferencia de castas".
 Durante toda la segunda mitad del siglo XIX se dieron autorizaciones para establecer vallas de gallos.
 A mediados del siglo las vallas producían a la hacienda española cada bienio 56,813 pesos.
 Puede decirse que era el juego típico de los cubanos, lo mismo en el campo que en las poblaciones.
 No obstante eso, muchos cubanos eran enemigos de los juegos de gallos, de las corridas de toros y de todo aquello que contribuyera a rebajar la moral del pueblo. Bien conocida es la memoria de José Antonio Saco sobre La Vagancia en Cuba, en la que exponía como una de las causas de la vagancia el vicio del juego extendido en teda la isla.
 Y a poco de comenzar la ocupación militar norteamericana muchos cubanos se manifestaron en contra de las corridas de toros y las lidias de gallos.
 El general Brooke no se atrevió a dictar una orden que podía disgustar a gran número de habitantes de la isla y se limitó a prohibir las corridas de toros, juego característicamente español.
 Fue el general Ríus Rivera, cuando ocupó el cargo de Gobernador Civil de la Habana, el que se decidió a prohibir las lidias de gallos por el decreto de 31 de octubre de 1899.
 En diciembre de ese mismo año sustituyó al general Brooke, el general Leonardo Wood, que hasta entonces había desempeñado el gobierno de Santiago de Cuba. Y el 19 de abril de 1900 el nuevo gobernador, a propuesta de su Secretario de Gobernación y Estado, doctor Diego Tamayo, dio la Orden Militar número 165, prohibiendo las lidias de gallos.
 ORDEN NÚMERO 165
 I. Queda por la presente prohibida desde el día 1 de junio de 1900 la celebración de lidias de gallos en el territorio de la Isla.
 II. Cada uno de los contraventores de esta disposición incurrirá en la multa de 500 pesos.
 III. Se derogan todas las leyes y disposiciones, o parte de las mismas, que se opongan a la presente.

 Gaceta de La Habana, 22 de abril de 1900.

 Documentos para la historia de Cuba, Vol II. 


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