domingo, 17 de julio de 2011

Utilidad que reporta a las Señoras hacerse el peinado por manos de peluquero



  

  Idelfonso Estrada Zenea


 Entre los inconvenientes que se presentan para que nuestras damas carezcan de aquel aire de elegancia que tanto distingue a las hijas de la poética Albión o de la bulliciosa Francia, llama primeramente nuestra atención la costumbre que tienen de peinarse por sí solas o cuando más de hacerse peinar por una criada, y por mucha que sea la habilidad de esta última ¿pudiera compararse su más difícil peinado con el del peluquero de más medianos conocimientos en el arte?
 Supongamos que hay un baile al cual piensa concurrir nuestra tía habanera. Desde por la mañana la vemos atareada lavándose la cabeza, cosa indispensable en un país como el nuestro, donde a cada instante se levantan esos remolinos de polvo que nos hacen creer transportados a los desiertos de la Arabia, y envueltos en las alas del Simoun, hasta que a poco se disipan y nos volvemos a hallar rodeados de esa multitud que nos sigue a todas partes y que en todas partes vemos. Concluida esta operación, se envuelve sus papelillos y permanece con ellos hasta las cuatro o las cinco que los va a soltar y los encuentra húmedos o rotos y de consiguiente el cabello enteramente lacio. Entonces lo alisa, se desespera de ver que no puede presentarse con sus rizos como ella hubiera deseado; principia a hacerse otro peinado, es decir liso el cabello sobre la frente, pero como por algunas partes ha tomado vueltas, suele quedarle de un lado mejor que del otro, lo deshace nuevamente, lo vuelve a hacer, en esta operación pierde dos o tres cuartos de hora y lo que es más, dos o tres docenas de hebras que salen enredadas en el peine, y esta pérdida tan sencilla, al fin del mes, viene a serlo de consideración. 
 Aun no es nada esto: el afán de hacerse la raya con toda la igualdad posible, lo que no hay duda es una de las primeras bases del peinado, la hace permanecer con la cabeza inclinada y la vista fija en el espejo, lo que es causa que las arrugas de la frente se manifiesten tan prontamente. Porque vosotras mismas habréis observado en esta posición lo que se contrae el cutis principalmente en esta parte, la más visible, mientras os estáis peinando, y luego pensáis que con el Agua de la belleza o con otra de virtudes semejantes pueda quitarse al momento un defecto que más que obra del tiempo lo es de la costumbre y aquí pudiera aplicarse aquello de que: El asno muerto la cebada al rabo.
 No es menor el inconveniente de la agitación en que ponéis los brazos y cuyo movimiento obra sobre el pulmón tan directamente que más de una tisis se la debe a este ejercicio ¿no habéis visto que os ponéis roncas mientras os peináis y que cuando vais a vestiros apenas se os entiende lo que habláis, hasta que el aire libre de la calle que se introduce en el pulmón y lo refresca os aclara la voz?
 Algunas de vosotras sois dos o tres hermanas y os peináis mutuamente; pero decidme, ¿no es también un inconveniente hacer que trabajen manos tan delicadas en arreglar los abundosos cabellos conque os ha dotado la naturaleza y que tengan que perder un cuarto de hora enjabonándose para quitarse la grasa que tan tenazmente se pega al cutis? y ¿no es esto hacer que cuando lleguéis al baile esteis a poco rato fastidiadas y que os canséis tan prontamente a causa del violento ejercicio que dos o tres horas antes habéis tenido? y sobre todo, con perdón de vosotras mis lindas peluqueritas, ¿son vuestros peinados del mejor efecto? ¿qué más reglas seguís, sino el capricho? Pues escuchad: el peinado es lo primero que se observa cuando vemos una dama en algún paraje público y vosotras no lleváis siempre los mejores; es preciso saberse hacer la buena cara y esta es una habilidad que no todos poseen.
  Joven conozco yo que ha gastado diez pesos en un adorno de cabeza para asistir una noche a un baile, a una de nuestras primeras sociedades y a última hora ha tenido que ponerse una flor cualquiera para ir, por no saberse acomodar dicho adorno. ¿Pues no fuera mejor llamar un peluquero que por dos o tres pesos solamente os hiciese un peinado sumamente cómodo y elegante? ¿Cuál es pues más economía, comprar un adorno en diez o doce pesos y no llevarlo por no sabérselo poner, o pagar dos o tres pesos solamente e ir más elegante que cualquiera con sus plumas y brillantes mal puestos por ella misma?
 Pues ved aquí que se os presenta la más brillante ocasión para que de vuestro cabello tan poco atendido o cultivado solamente a última hora, la de ir al baile, hagáis el mejor adorno de vuestra belleza. M. Chalás peluquero, y perfumista con privilegio por el Rey de los franceses, que lo ha sido por muchos años del teatro de la Grande Opera en París y entre cuyas manos han estado las adorables cabezas de Fanny Essller, Taglioni, Pauline, Lerrou, Mlle. Nau, Mmes Estoltz Noblet, Damoreau Sinty, y en la Habana algunas de las principales señoras del buen tono, que han conocido esta utilidad, ha constituido su establecimiento de perfumería y peluquería en la calle del Teniente Rey número 15, esquina a la de Aguiar, con todo el lujo que requieren los de su clase y como no hay otro en la Habana que le iguale. Aquí no hay alabanzas, nos hemos propuesto solamente participar a las señoras lo mejor que hallemos en todos los ramos que conciernen a ellas y siendo el establecimiento de M. Chalás uno de los mejores de esta clase, debemos recomendarlo, así como lo haremos en lo adelante con los demás que merezcan llamar nuestra atención.
 Asimismo, M. Chalás se compromete a ir a las casas particulares donde lo soliciten, y peinar a las Sras. diáriamente por el módico precio de una onza mensual, y a las que no se abonen les lleva: por un peinado sencillo un peso; por uno, para baile, dos, y ¿cuál es la joven que en vez de comprar un ramo u adorno de tres o cuatro pesos, no llama a M. Chalás que solamente por dos la peinará a su gusto?
 Creemos que nuestras Damas no mirarán con indiferencia las advertencias que les hacemos; por ellas se ha formado nuestro periódico, para ellas escribimos, y nuestra principal ocupación es mostrarles cuánto puede serles útil, y esperamos que al seguirlas, será a M. Chalás a quien den la preferencia, así por el esmero con que hace su trabajo, como por su buen gusto en el adorno.

 El Colibrí, La Habana, 1847, pp. 26-28. 



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